Usted está aquí: lunes 20 de febrero de 2006 Opinión Entre la circunstancia, las revelaciones y los argumentos

Javier Oliva Posada

Entre la circunstancia, las revelaciones y los argumentos

Bien podría decirse que hasta el momento la recepción que ha tenido la sociedad de los mensajes de los aspirantes a la Presidencia de la República ha sido proporcional a la consistencia de sus contenidos. La imposición de la circunstancia, ante el acontecimiento imprevisto, se sobrepone a la posibilidad de analizar y discutir las agendas, prioridades y razonamientos.

Es innegable que aquí, y en la mayor parte de los países, las campañas electorales se tornan en momentos de intensos ataques personales y descalificaciones, cuya única finalidad es debilitar al contrincante en beneficio propio. Sin embargo, los efectos negativos sobre el clima de la competencia en general terminan por afectar de forma negativa a la mayor parte de los actores involucrados.

El debilitamiento en credibilidad de los gobernantes abre la puerta a expectativas tanto de aventureros como de posturas fáciles de expresar, pero muy difíciles de aplicar. Pero, al mismo tiempo, son aquéllos, los políticos profesionales y funcionarios, los directamente responsables de salvaguardar la viabilidad de la política como método para conseguir acuerdos estables y duraderos. En México, desde hace años, la excepción es ésa: lograr soluciones con base en la convergencia de propuestas que vean por el interés de la sociedad y el estado.

Nos adentramos en una campaña electoral donde, si mantenemos la ruta hasta ahora seguida, el final será digno de un programa de Big Brother, pero no de una campaña presidencial. Y las consecuencias las padecerá incluso el que resulte triunfador. Las posibilidades de encontrar acuerdos luego de una larga e intensa cadena de descalificaciones harán difícil e incongruente pretender acercamientos, apoyos y, menos aún, alianzas para procurar cualquier tipo de reforma o adecuación legal o administrativa de fondo. Si los puentes siguen siendo dinamitados, construirlos requerirá tiempo, y es ése el recurso más preciado en la política y, por tanto, el más escaso.

Y es aquí donde los medios de comunicación desempeñan un papel crucial respecto del profesionalismo y seriedad con que transmiten la información. Sea el medio de que se trate, resulta, en la era de la transparencia y la rendición de cuentas, que sigan siendo los medios de comunicación un ámbito donde las posibilidades de inquirir sobre la procedencia, sentido e intereses se vincula de manera directa a afrentas o intentos de censura. La democracia, en otras latitudes, no se remite al libre ejercicio del sufragio, al número de partidos políticos o bien de legisladores. También tiene que ver con la responsabilidad y sensatez con que se abordan los temas y los problemas.

Los políticos deben ser los primeros en reconocer que sus acciones de comunicación son la vía idónea para la presentación de lo que sea más significativo para la opinión pública. Así es como pueden los ciudadanos normarse criterios y opiniones sustentadas en la viabilidad de las propuestas, para así alejarnos de la peligrosa e irrefrenable pendiente de la descalificación. Por eso importa, y mucho, que las aclaraciones sobre las revelaciones tengan por principio rectificar por parte de los involucrados, pero también preguntemos cómo y por qué se transmite una información.

Desafortunadamente, no se prevé algún cambio en la que hasta ahora tenemos. Atendamos lo sustancial sobre lo circunstancial; por apetecible que resulte el escándalo, no deja de ser el ruido que provoca lo que impide percibir con claridad y nitidez las voces de la pluralidad y la tolerancia.

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