Usted está aquí: lunes 20 de febrero de 2006 Economía Rubor

León Bendesky

Rubor

Mientras enderezaba a martillazos unos clavos y se magullaba los dedos, Oliveira reflexionó que a su país, Argentina, "había que agarrarla por el lado de la vergüenza, buscarle el rubor escondido..., y para eso lo mejor era demostrarle de alguna manera que no se la podía tomar en serio como pretendía". Hoy muy bien se pueden seguir esos pasos para pensar en este país, México.

Aunque la corrección política corriente aconseja lo contrario, a saber: "Mañana México será mejor que ayer", sin duda le haría un mejor servicio al inconsciente colectivo aproximarse a la situación social que prevalece desde esa vergüenza a la que aludía Cortazar.

No existen las condiciones necesarias ni suficientes para que México sea mañana mejor que hoy. El argumento es falso. Y no se trata sólo de una cuestión asociada con la política económica que se use para administrar los recursos nacionales, ni de las medidas monetarias que aplique el banco central para que no se devalúe el peso; vaya no es una cuestión que tenga que ver con la estabilidad financiera. La falsa conclusión tampoco se deriva de las políticas sociales; no es bastante el seguro popular ni las hipotecas para comprar una casa. En esos campos, como en otros de la gestión pública, lo que hay es una gran fragilidad y no la construcción de cimientos económicos e institucionales que soporten el crecimiento y el desarrollo.

Seguiremos discutiendo hasta el cansancio o, tal vez, sin que en verdad nadie quiera escuchar lo que los otros dicen, sobre la política económica y las reformas. Estaremos expuestos a las iniciativas de los hombres más ricos acerca de lo que hay que hacer para que mejoren las cosas en el país, aunque saben bien que ya lo tienen hecho a su modo. Y esos debates se hacen cada vez más estériles, lo que se demuestra por la reducida repercusión que tiene sobre la capacidad efectiva para aumentar la expansión productiva, disminuir de manera certera la pobreza o modificar cómo se hacen las cosas.

Esos asuntos son relevantes, sí, pero están cada vez más estrechamente cercados por una enorme descomposición de la sociedad tal como se aprecia en el modo en que se ejercen el poder político y económico. La degradación está a la vista de todos y lejos de aglutinar un modo de pensamiento más claro y una forma de comportamiento consecuente, está aún en la fase que provoca altos costos para los individuos y la colectividad. Las posibilidades de rompimiento se advierten en muchos flancos.

Los hechos que cada día se hacen públicos no sorprenden esencialmente a nadie, así ha sido México por mucho tiempo. Pero esa apreciación sólo sirve para sostener el estado de cosas existente. Precisamente lo que llama la atención es que México siga siendo así, ante la complacencia de las autoridades y el desconcierto creciente de la gente. La impunidad es lo que prevalece y su contraparte, que es la ausencia cada vez más avasalladora de medidas firmes del Estado para proteger a los ciudadanos. Ante esa evidencia, prácticamente todo discurso se vuelve hueco, se desvanece en el aire y pierde sustancia apenas se han dicho las palabras.

Este habría de ser tomado como rasgo primordial del cambio y de la transición políticas que se han instalado en el país, aunque no de lo que exige la sociedad. Rasgo que muestra de modo contundente los límites y carencias de esos procesos y la forma en que han sido secuestrados por los mismos de siempre en un conspicuo caso de gatopardismo. Cambio y transición parecen necesitar una fuerte sacudida de las estructuras de poder, y limitar las formas que hacen que se concentren de modo tan grande y violento las ganancias políticas y pecuniarias en esta sociedad.

En México se exhibe hoy la vergüenza en muchas de sus dimensiones. No es casual que ocurran así las cosas en este momento, lo que en sí mismo es también una advertencia.

Las familias que gobiernan y se ponen bajo el reflector de la sospecha de que trafican influencias, o que consuman riquezas que por supuesto son explicables, pero sin que la ley se aplique y se resuelva acerca de su culpabilidad y su inocencia. Los gober preciosos, que son ya una metáfora poblana de las redes de complicidades, abuso y arbitrariedad que hay en todas partes. El estallido de la violencia, la persistencia de la inseguridad, las transas y corruptelas en cada esquina y edificio público. Todo eso requiere que exista una contraparte, por eso es absurdo creer que la decadencia está sólo del lado del gobierno sin el concurso del lado privado. Pero de algún modo hay que empezar y no parece haber muchas opciones más que la legalidad.

¿Cómo sacar de modo decisivo el rubor escondido de esta sociedad? ¿Cómo tomarnos en serio a este país, que es lo mismo que tomarnos en serio nosotros mismos? Tal vez es ahí donde haya que detenerse un buen rato.

 
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