La Jornada Semanal,   domingo 19 de febrero  de 2006        núm. 572
 

Gaspar Aguilera Díaz

Diario de Praga
(fragmento)

Para Alexandra Sapoválová que propició el encuentro…
Y a Sylvie Voláková que lo hizo creíble.

LUNES 17

Las calles a las que salieron en la medianoche y hasta la madrugada del brazo de Roque Dalton, Claribel Alegría y Haroldo Conti después de brindar por la vida y la esperanza, ebrios de una ciudad que les tendía su abrazo, explican el misterio y la generosidad latentes en los rincones, laberintos, calles, monumentos y tabernas más inauditos de un lugar ideal como escenario de los personajes de Dante, Göethe, Cortázar, Calvino, Efraín Huerta Y José Revueltas, bajo la condición de no sentirse desahuciado y extraño al final irremediable del viaje…

Todo, todo puede ocurrir bajo el encanto gótico, barroco o renacentista más exacerbado y sus calles de adoquín, surcadas por las rutas interminables de tranvías que parecen salidos de un viejo libro de estampas.

MARTES 18

Las doce capas de las 20 mil tumbas del cementerio judío hacen aparecer sólo las puntas de algunas de ellas como si fueran perfiles y escudos de guerreros vencidos. Casi a la salida del trayecto que recorren los asombrados y conmovidos turistas se encuentra la tumba del primero en ser enterrado aquí en 1439: Avigdor Karo.

Sobre la mayoría de las lápidas más cercanas a la vereda por donde pueden caminar los visitantes, se hallan numerosas piedras pequeñas y monedas sobre trozos de papel con un deseo escrito, esperando que la antigua leyenda y el artilugio religioso se cumplan. El peso y la excesiva acumulación de lápidas cafés o negras, las hace inclinarse casi horizontalmente sobre el delgado cordón que marca el paso permitido. Un coro descomunal de cuervos sobre los cedros y abedules enmarca este lugar cercano al centro de la ciudad, y que es materialmente asaltado por hordas depredadoras de turistas.

MIÉRCOLES 19

Experiencia extraña en la que se entremezclan el asombro y la decepción: la hermosa plaza de San Wenceslao en la que centenares de jóvenes praguenses ofrendaron su fe y entusiasmo frente a los tanques y soldados soviéticos en la primavera del '68 (aquellas célebres fotos que dieron la vuelta al mundo mostrando a una bellísima praguense agitando su bandera sobre los hombros de un estudiante, y la de un joven con el rostro desencajado por la rabia y la impotencia —ambos con el Castillo de Praga al fondo…). Esta plaza ahora es ocupada por millares de turistas que se apretujan bajo las horribles sombrillas rojiblancas de plástico que anuncian Marlboro y Budweiser, dejando apenas visible el imponente y dramático monumento a San Wenceslao, asaltado también por jóvenes que bailan y toman cerveza sobre la parte más alta de la estatua cubierta por pátina verdosa.

Praga es una ciudad verdaderamente asombrosa, por la belleza de todas sus calles, no hay fachada, frontispicio, puerta, torre o edificio en las que el visitante no mire incrédulo cómo cada casa o edificio han sido decorados con un gusto estético extraordinario. Ya sean los musculosos atlantes mitológicos sosteniendo un portal, dos voluminosos cuerpos femeninos semidesnudos tocándose las manos sobre una puerta de madera, la escultura de San Jorge venciendo al dragón en lo alto de una esquina, los murales de pequeños mosaicos dándole luz y color a una fachada sepia, o las bellísimas e imponentes torres y cúpulas góticas, barrocas o renacentistas en el centro de la antigua ciudad, rodeando una de las plazas más hermosas de Europa. Esta ambientación arquitectónica incomparable produce una extraña mezcla de sensaciones que van del asombro a la angustia, y la maravilla ante la inevitable fatalidad de la hermosura, desde cualesquiera de los cuatro puntos cardinales de la Plaza de San Wenceslao, ahoga al viajero una especie de euforia incontenible. Tal vez una de las razones que expliquen este encanto de Praga sea su proporción humana, es decir, no tiene la abrumadora majestad imperial de Viena, la monumental desmesura de Moscú y Leningrado, la atmósfera de grandes obras clásicas por todas partes de Venecia y Florencia, o la sobriedad triste y gris de Londres; es, sencillamente, una ciudad intensa que comunica la vitalidad de sus monumentos y sus habitantes en la víspera del nuevo milenio que a lo mejor la sorprende convertida en una capital sucia, plagada de ese turismo insufrible que ahora vibra con los acordes de una marcha militar interpretada por una banda de marina norteamericana, y sepultada por la basura y los vestigios contaminantes de una sociedad consumista ávida de McDonalds (que se anuncian por toda la ciudad), Coca Cola, Marlboro y Lucky Strike.

JUEVES 20

Desde el siglo IX en que fue sede de príncipes y reyes de Bohemia, sus calles y puentes sobre el río Vltava han sido escenario de luchas y ocupaciones militares —la del '68por los soviéticos ha sido una de las más memorables— que han forjado la fuerte identidad de los praguenses. La vigorosa tradición de su cultura propia que ha enriquecido a las de los países limítrofes que la rodean, ha marcado igualmente el carácter abierto, sensible y cálido de sus gentes, que contrasta notablemente con la fría indiferencia de sus vecinos austríacos y alemanes, con quienes compartieron esa aventura política y cultural de esplendores y contrastes que fue el Imperio Austrohúngaro. Agobiada por la imposición de los métodos ortodoxos de Breznev, que culminan la madrugada del 21 de agosto de 1968, aplastando el programa de Duvcek que intentaba instaurar un "socialismo con rostro humano", en Praga también se escuchan numerosas historias que cuentan con detalle las indignantes humillaciones y arbitrariedades sufridas por la gente en su trabajo, en su vida personal y familiar, o sobre el control y terrorismo burocrático que superan con creces los relatos de Kafka; no son pocos los profesores y estudiantes de la célebre y antigua Universidad Carolina de Praga —fundada por el rey Carlos en 1348- que vieron interrumpidas sus actividades académicas como consecuencia de la cacería de brujas emprendida por el aparato del Estado y su red policíaca de informantes que, desde todas las instituciones, denunciaban las actitudes o posturas contrarias a las rígidas y esclerotizadas normas de control de los ciudadanos checos. Con igual franqueza y valentía ahora reconocen que, después de la "Revolución de terciopelo" de 1989 y de las elecciones legislativas de 1992, muchas de las actividades de la vida económica y política se hallan en una situación muy cercana a la anarquía, ya que nadie atiende —o se interpretan y aplican según las conveniencias- los reglamentos y mecanismos jurídico-administrativos para regular la invasión y el acoso de las grandes empresas alemanas y austríacas, que han empezado a aprovechar esta situación para obtener las enormes ganancias que deja el turismo multitudinario que se ve en toda la ciudad. Las cifras son elocuentes: durante 1992, Praga recibió a 83 millones de turistas.

VIERNES 21

En las calles que rodean la plaza de la ciudad vieja, numerosos puestos ambulantes venden con éxito cigarrillos y encendedores de las compañias transnacionales norteamericanas; frente al Staromestsky Orloj, con su doce figuras de los apóstoles apareciendo por las dos pequeñas ventanas azul-blancas y la muerte jalando el badajo de la campana que cada hora congrega a una verdadera multitud, una joven mujer morena de ojos negros y minifalda vende souvenirs y juguetes rusos de madera compitiendo con los estanquillos que ofrecen postales, litografías y —quién lo dijera-, camisetas estampadas con el rostro anguloso de su ciudadano más ilustre: Franz Kafka y su mirada penetrante enmarcado por una estrella judía. Un hombre joven de vestimenta medieval y el rostro manchado por el humo, aviva con un rústico fuelle las llamas que le permiten moldear las campanas de cobre que admiran y compran las decenas de curiosos que se retratan junto a él. Los carros descubiertos tirados por caballos ofrecen un paseo de hora y media por el centro de la ciudad, mientras los pasajeros pueden tomar cerveza o refresco por sólo 150 coronas (el cambio de moneda es de treinta a treinta y cinco coronas por dólar) y un músico ameniza con su acordeón y canciones típicas todo el trayecto; un pequeño tren eléctrico se disputa a los turistas para su recorrido que va del centro al Castillo de Praga. Las tarifas de taxis y de algunos restaurantes quedan bajo el control voraz de sus choferes y meseros, que abusan por la falta de precios reglamentarios y de instancias ante las que se pueda reclamar: en la cuenta final del servicio o del consumo, invariablemente aparece un misterioso treinta o cuarenta por ciento de más que al tratar de aclararlo —inútilmente-, lo justifican como un "cobro del servicio o del cubierto", respectivamente, y con un gesto de molestia hacia el turista; el disgusto por esos incidentes tan comunes en nuestros países, se aligera notablemente en las maravillosas tabernas subterráneas en las que, de nuevo, la atmósfera de intimidad y seducción —que no abandonará al viajero hasta el momento de su triste partida- hace que se vuelva más entrañable aún esta ciudad. De ahí se sale al sueño de atravesar bajo la bruma el Puente Carlos —fundado en 1375 por el propio Carlos IV-, bajo la protección barroca de sus treinta esculturas y los cristos suicidas que parecen estar a punto de arrojarse sobre las aguas tranquilas del Vltava…

"Como se muere de pasión, de soledad, de lejanía…, también es posible morir de ciudad…, de deslumbramiento", repite, casi en silencio, un clochard ebrio y melancólico acurrucado junto a la puerta del convento gótico de Agnés, La Bienhechora.