La Jornada Semanal,   domingo 19 de febrero  de 2006        núm. 572

Y AHORA PASO A RETIRARME

Ana García Bergua

FM

Desde que nuestro Fidencio dijo sus primeras palabras, nos empezamos a dar cuenta de que era un niño raro. No dijo "mamá", "papá" o "agua", como hacen otros niños. Yo no estoy tan segura, pero mi esposo está muy cierto de que lo primero que Fidencio dijo fue "niveles" y más tarde "audiencia". En la guardería, se esforzaba muchísimo por llamar la atención, del modo que fuera, ya tirando sonajas a los otros niños, ya cantando a voz en cuello, ya arengando a los demás en un movimiento de protesta contra los coditos con piña. La cosa empeoró a partir del primer cumpleaños: el descubrimiento de una cámara fue para nuestro pequeño Fidencio una especie de revelación religiosa. Al terminar la fiesta, tomó la instamatic de su papá y no la soltó hasta que se hubo terminado el rollo con fotos de sí mismo en diversas actitudes. En los cumpleaños subsiguientes, fueran o no suyos, se esforzaba por ser el más fotografiado, aun cuando para ello requiriera de pegarle al pastel con el palo de la piñata o interrogar crudamente al payaso hasta deprimirlo. Su hijo es muy vistoso, por decir lo menos, me comentaban las maestras: durante toda la primaria y la secundaria, no dejó de llamar la atención. Hay que estar en boca de todos, mamá, eso me decía. Al menor síntoma de indiferencia por parte de sus compañeros o de los transeúntes —debo admitir que si subíamos a un camión, no podía aguantarse de cantar y pedir dinero después-, mi hijo entraba en una especie de crisis existencial terriblemente oscura. Ninguna madre desea ver a su hijo sumido en semejante infierno: por eso accedí a comprarle el magnetófono, los diversos disfraces, la cámara de video con que grababa su desayuno para proyectarlo durante el recreo a sus compañeros de escuela. Su papá lo sacó de la correccional las veces que fue necesario, cuando para vencer la apatía de algún compañero había recurrido al extremo de cubrirlo de vinílica verde hasta casi ahogarlo. Pero lo que siempre nos inquietó mucho fue esa manía de no firmar con su nombre —Fidencio Mondragón, para servir a usted, tal como le habíamos enseñado-, sino con las iniciales: FM. ¿Pues qué quería decir FM?, ¿acaso se avergonzaba de su familia?, ¿tenía algo que ver con la radio? Fue a los catorce años, esa edad terrible, cuando nuestro niño salió del closet y nos dijo la verdad mientras le mostraba a los vecinos por la ventana cómo sorbía su licuado: Fenómeno Mediático, soy y quiero ser un Fenómeno Mediático. ¿Entonces no vas a ser doctor?, le preguntó su papá con lágrimas en los ojos. Él no respondió y fue a sacarse su close up del día. Y ahí empezó todo. Fuimos a muchas sesiones de FMA (Fenómenos Mediáticos Anónimos) y durante años recibimos las terapias para familiares de mediáticos. Fidencio sólo iba a las juntas cuando el tema era él.

Mi hijo, aunque no lo crean, sí estudió: Ciencias Políticas y luego Comunicación, y le imprimió a sus estudios el estilo ruidoso que lo caracteriza. Ha tenido mucho éxito. Mi hermano Ambrosio me dice ahora: es increíble la visión que tuvo tu hijo desde chiquito, ahora está en todos los ajos. Y sí es verdad, le ha ido, no puedo negarlo, bastante bien. Ha realizado muchas campañas por causas diversas: los campesinos olvidados, las mujeres irritadas, los sexos de todas clases, los empresarios malentendidos, los obreros perspicaces, las jirafas criticadas; también se ha operado de hombre a mujer a caballo y luego a niño de ocho años, como se estila ahora. Organiza happenings, conciertos en el Zócalo y partidos de hand ball a la menor provocación, sale en todos los programas, opina sobre todos los temas y es jurado de todos los concursos. Siempre está ahí, en el centro de la mirada de todos, y transformando sus iniciales en diversas causas y cosas: Flamencas Marginadas, Fiebres Maltratadas, Faustos Mediocres, Fulgores Misteriosos, Fósiles Mendicantes. Nunca más Fidencio Mondragón. De vez en cuando, los medios parecen tener ganas de olvidarlo: las cámaras desaparecen de la puerta de la casa, su causa abandona las primeras planas y la exilian a páginas que nadie lee, como el suplemento cultural, la radio deja de hacer eco de alguno de sus nombres. Él sabe, entonces, que tendrá que transformarse o transformar su causa para volver a aparecer ahí. Mientras lo piensa, permanece solo en su recámara, sentado en su cama como cuando era un niño e invadido por la oscuridad, como un títere sin dueño. Entonces aprovecho para abrazarlo; ya sabe usted cómo somos de sentimentales las mamás.