Usted está aquí: sábado 18 de febrero de 2006 Opinión Vialidad y transporte

Enrique Calderón A.

Vialidad y transporte

No obstante la difícil situación económica de la mayoría de los mexicanos, el nivel del tránsito vehicular en la ciudad de México se ha incrementado significativamente en los meses recientes. Lo sentimos y sufrimos todos los días.

Según los reportes de la industria automovilística, 35 mil autos nuevos se incorporan cada mes al flujo vehicular de la ciudad, más de 400 mil al año sin contar los autos chocolate que contribuyen también al problema; sin embargo, todo pareciera estar caminando de acuerdo con planes bien pensados y definidos de nuestras autoridades. ¿Adónde nos llevarán estas tendencias en cuatro o cinco años, si hoy la velocidad promedio de circulación en la ciudad es del orden de 10 kilómetros por hora?

El fenómeno de crecimiento vehicular está generado desde luego por la entrada de una diversidad ilimitada de nuevas marcas, las cuales se han convertido en fuentes de negocio importantes para un buen número de inversionistas mexicanos y extranjeros, que se han dedicado a establecer agencias de venta de esos autos, generando una red de intereses, cada día más fuerte e influyente, cuyo objetivo es claro: vender más unidades sin reparar en las consecuencias que ello nos traiga a futuro. La participación de los bancos, ofreciendo créditos para la adquisición de esos autos, cierra este esquema maravilloso, que nos está conduciendo a una crisis de dimensión desconocida, pero mientras, ¡que viva el libre mercado!

El fenómeno tiene una contraparte importante en el deterioro continuo del transporte público. Con la notable excepción del Metrobús de la avenida Insurgentes, la red de transporte público de la ciudad es una verdadera vergüenza (por decirlo de algún modo) y un motivo más para el incremento de los autos particulares.

Llama la atención que mientras esto pasa aquí, en otros países de América Latina, como Colombia y Chile, el transporte público haya crecido de manera importante, utilizando autobuses de 30 o 40 pasajeros, cuya comodidad compite con la de los mismos autos. Son transportes caros pero que resultan desde luego más económicos que el auto particular, cuyos costos tan sólo de estacionamiento se han incrementado cuatro o cinco veces respecto a lo que se pagaba hace 10 años.

Podríamos imaginar cómo sería nuestra ciudad si cada 30 autos que circulan hoy por sus avenidas y vía rápidas fuesen sustituidos por un solo autobús, como los que viajan por las autopistas de Cuernavaca o Querétaro. ¿Qué tanto se reduciría el tiempo que necesitaríamos para llegar a nuestros centros de trabajo y estudio? ¿Qué tanto cambiarían nuestras conductas sociales?

Un punto interesante del caso es que los servicios de transporte urbano de alta calidad en las ciudades mencionadas, con tarifas de entre uno y dos dólares, se han convertido en negocios atractivos para los empresarios y pequeños inversionistas locales, al mismo tiempo que el tránsito vehicular ha disminuido y la velocidad del transporte público y privado se ha incrementado. Un esquema de solución donde todos ganan, mejorando la calidad de vida de toda la población.

¿Por qué no contamos hoy en nuestra ciudad con un sistema de transporte de esta naturaleza, complementado con otro de menor costo pero igualmente eficiente y rentable? ¿Qué se necesita para tenerlos? Pues un gobierno visionario, con voluntad política, con capacidad técnica para instrumentarlo y con credibilidad para convencer al sector empresarial sobre las ventajas que tendría como negocio una red de transporte público, respecto al esquema actual de venta de autos.

De no hacerlo, los problemas de la ciudad seguirán aumentando, sin importar cuánto dinero se siga tirando en segundos pisos.

 
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