Usted está aquí: miércoles 15 de febrero de 2006 Opinión PAN: loca y santa carrera

Luis Linares Zapata

PAN: loca y santa carrera

A Felipe Calderón se le acaba la fuerza de su mano izquierda y no logra alcanzar a su adelantado rival de la alianza Por el Bien de Todos: Andrés Manuel López Obrador (AMLO). El empujón de encuestas a modo sólo le dura unos cuantos días de sobresaltos en los campamentos rivales y provoca cierta euforia en el propio. Tampoco le abren suficiente cancha las decenas de millones que ya ha invertido en los medios electrónicos para promover su imagen y su familiar oferta. Después de casi un mes de esfuerzos publicitarios los mexicanos podrán decir que captaron, a través de los miles de mensajes encapsulados que Calderón arroja a aire, las muchas bondades de su panista progenitor. De poco han servido los instantáneos apoyos de columnistas que, ni tardos ni perezosos, y sí con mucha enjundia e interés, se lanzan a explicar las razones de su veloz crecimiento, de su empate con AMLO y de su inevitable pase a primer lugar en las próximas semanas. Las tendencias que muestran los sondeos, según estos sesudos y enterados lectores de estadísticas trucadas, son claras y contundentes.

El auxilio que prestan a Calderón y al PAN los numerosos comentaristas y locutores radiotelevisivos, furiosamente neoliberales, pone en evidencia el limitado impacto que logran entre los futuros electores. Tampoco la abrumadora avalancha de mensajes que lanza el presidente Fox a toda hora, por todos los canales disponibles, plagados de exageraciones aderezadas con rotundas mentiras durante los siete días de la semana, le elevan los rangos de simpatía para presentar la cerrada batalla que están esperando sus correligionarios.

De nada sirvió el exhorto a los empresarios, a los boyantes financieros de campañas pasadas y presentes para que, a una sola voz (la de Jorge Castañeda), hagan de lado sus preferencias por alguien más (en particular Madrazo) y acudan presurosos a respaldar el intento de Calderón por cerrar la creciente brecha que le sacan en la contienda por la Presidencia. Una distancia que, según el mismo promotor de la idea, parece asegurar el triunfo de AMLO y podría ser inevitable si dejan pasar el tiempo.

Sin embargo, el mensaje que envía la calle es transparente y, no pocas veces, ensordecedor: AMLO puntea con consistencia y vigor renovado en las preferencias de los ciudadanos. Todos los días se pueden recabar las evidencias que esparcen las voces, los rostros, los carteles improvisados, las alegres presencias de aquellos que, no sin muchos sacrificios personales, responden a sus llamados. Los contrastes entre los distintos actos proselitistas de los contendientes y que se trasmiten a través de los medios de comunicación masiva se distinguen con facilidad, a pesar de los múltiples trucos que, esos mismos medios ensayan para disimularlos: tomas cerradas que no permiten ver el ralo auditorio cuando Felipe habla y mismos encuadres a López Obrador cuando arenga a rebosantes multitudes que no aparecen en pantalla. Felipe apenas junta docenas de oyentes en recintos cerrados, que los camarógrafos y reporteros ayudan a engrosar. Sus giras dan trompicones varios antes de recalar en alguna plazoleta, en un auditorio de poca monta o, a lo sumo, en indiferente jardín de ciudad chica. Sus alocuciones, con entonación monocorde, se pierden en el vericueto de sus muy artificiosos pronunciamientos, diseñados para auditorios reservados, nunca para el pueblo.

Los triunfos de Calderón son indiscutibles cuando de encerronas con empresarios se trata. Los exámenes a que lo sujetan los banqueros, los corredores de bolsa, las cámaras o asociaciones de comercio e industria son aprobados con elevadas calificaciones; los aplausos son inequívocos para aquel que les habla al oído, el que les endulza el porvenir, el que complace sus expectativas, el que les ofrece un futuro donde todos sus intereses serán protegidos hasta el nimio detalle. Nada se diga de la tranquilidad de espíritu que logra obtener en las sacristías del alto clero. El empuje de esas órdenes atrincheradas en sus infalibles dogmas, como los Legionarios de Cristo, se empapa con absoluciones perentorias. En esos lugares y momentos Felipe es insuperable, simplemente entrega todo lo ambicionado, a domicilio y bien empaquetado, con las reformas estructurales pendientes, la impecable continuidad para que México sea "mejor que ayer", tal como entona Fox hasta el cansancio.

En esos lugares, frente a esos conspicuos oyentes y, con frecuente regularidad, dictatoriales sinodales, Calderón sale con los votos atravesados en su pecho y las seguridades de un financiamiento capaz de arrollar a sus contrincantes. Ahí López Obrador queda corto, hasta en falta. No obedece ciertos llamados, menos cuando éstos toman la forma de puntuales exigencias, de soliloquios privados con los poderosos del dinero urgidos de preservar privilegios. No rompe su propio trazado de campaña para asistir a una entrevista televisiva ni cambia sus medios de transporte por otros más rápidos y cómodos. Felipe se auxilia de jets ejecutivos, limpios y bien atendidos por pilotos y sobrecargos, de bien cuidados helicópteros que amigos generosos le acercan, pero que lo sacan del riesgo de contaminarse con las abundantes penurias y miserias de los mexicanos. De ésos a los que, por miles, por cientos de miles encuentra, saluda y abraza Obrador en sus recorridos a ras de tierra.

 
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