Usted está aquí: lunes 13 de febrero de 2006 Deportes La rivalidad de Silverio y Manolete, olvidada tras el deslucido cumpleaños de la México

La segunda corrida se dio el sábado 16 de febrero de 1946 y fue un mano a mano

La rivalidad de Silverio y Manolete, olvidada tras el deslucido cumpleaños de la México

El diestro andaluz recibió una cornada a pie firme para no ser menos que el texcocano

LUMBRERA CHICO

Ampliar la imagen Pase de la firma de Silverio Pérez, decano de las figuras Foto: RAFAEL SANCHEZ DE ICAZA

Sesenta años después de la primera corrida de toros en la Monumental Plaza México, dada la tarde del miércoles 5 de febrero de 1946, poca gente recuerda el segundo festejo de aquella breve temporada de apenas cuatro fechas. Este se verificó a los 11 días, el sábado 16 del mes, y en él participaron mano a mano, lidiando un encierro de Torrecilla, el inconmensurable "faraón de Texcoco", el maestro Silverio Pérez, y el legendario "monstruo de Córdoba", el nunca suficientemente llorado Manuel Rodríguez Manolete.

Si para el festejo inaugural se agotaron las localidades, desde las barreras de primera fila hasta la última del tendido general, para el segundo -que lo escuche Alejandro Encinas y lo oiga Fadlala Akabani- muchos boletos se quedaron no en las taquillas sino en poder de los revendedores que acapararon las papelas desde que salieron a la venta, pese al fervor de los aficionados que habían permanecido hasta 48 horas en espera de que la empresa abriera el expendio. Pero en aquella ocasión, tras el derroche del banquete inicial, no todo el mundo podía satisfacer las exigencias del mercado negro.

Según los anales del pozo de Insurgentes, en la segunda corrida Manolete salió con una oreja de Espinoso, su segundo enemigo, en la espuerta, pero el triunfador, sin duda, fue Silverio, que se llevó a su casa las orejas y el rabo del toro Barba Azul. La rivalidad entre ambos matadores había comenzado en las plazas de España, cuando la fiesta brava reanudó sus actividades al término de la guerra civil, mientras el resto de Europa se desmoronaba debajo de las bombas y los tanques de los aliados y los nazis.

El primer duelo en tierra mexicana entre ellos se había producido el 9 de febrero de 1945 en El Toreo de la colonia Condesa. Manolete, que se presentaba en la capital del país, después de lidiar en Mérida adonde llegó procedente de La Habana, cortó la oreja del primero de su lote. Silverio, que no se dejaba pisar los talones, salió a morirse ante el toro siguiente y le cuajó un faenón que le valió los máximos trofeos. Picado por la enjundia de su alternante, Manolete se abrió de capa citando de lejos a su segundo de la tarde y -todas las crónicas de la época coinciden en ello- "al ver que se le vencía y que el pitón iba a clavarse directamente en su pierna, aguantó la embestida a pie firme y recibió la cornada seca, sin dar el pasito atrás, como habría hecho cualquier otro", según el testimonio de Paco Malgesto.

A raíz de aquel percance, Manolete no volvió a torear por el resto de 1945, debido a una complicación adicional, ya que sufrió un ataque de flebitis. Pero con el arranque de 1946 retomó su actividad frenética, asediado por los públicos de todo el país, que se dieron cita en la capital para verlo partir plaza la histórica tarde del 5 de febrero junto a Luis Castro El Soldado y Luis Procuna, el "berrendito de San Juan de Letrán", llamado así por mérito del mechón blanco que le crecía en el copete y por el nombre de la avenida donde pasó su infancia, bajo la protección de su madre que vendía tamales en la arteria que hoy se conoce como eje Lázaro Cárdenas o Central.

Por caprichos del azar, Manolete cortó la primera oreja en la historia de la México, al toro Fresnillo, corrido en segundo lugar, y Procuna la segunda, al tercero de la tarde, Gavioto, mientras El Soldado se iba en blanco y el ganadero del hierro zacatecano de San Mateo, don José Julián Llaguno, se retiraba furioso contra el juez Carlos Zamora, que devolvió a las corraletas al quinto del encierro, Peregrino, por falta de trapío; la bestia, que le correspondía al artista ibérico, fue remplazada por Monterillo, al que Manolete lidió con inspiración, pero pinchó cuatro veces con la espada, lo que no le impidió dar la vuelta al ruedo entre una lluvia de sombreros y paraguas.

Después de triunfar en la segunda corrida de la México, Manolete repitió en la tercera, que se celebró el martes 25 de febrero y en la que actuó de nuevo Procuna, para fungir como testigo de la confirmación de alternativa de Luis Perea El Boni, con ganado, una vez más, de Torrecilla. Según las crónicas, el aire y la llovizna echaron todo a perder. Lo mismo sucedería en el cuarto y último festejo de la primera temporada en el embudo de Insurgentes, donde alternaron el gitano mexicanizado Joaquín Rodríguez Cagancho -cuyo apodo se derivaba de su oficio de vendedor ambulante, cuando pregonaba "a cinco centavos ca' gancho"-, El Soldado y Silverio para matar otros seis toros de San Mateo, que se fueron al rastro intactos. ¿Quién recuerda, hoy en día, aquellos sucesos?

 
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