Usted está aquí: domingo 12 de febrero de 2006 Opinión Llegar a julio

Rolando Cordera Campos

Llegar a julio

Los vectores oscuros de nuestra ecuación envenenada se mostraron tal cual son esta semana. El crimen organizado atentó directa y brutalmente contra el diario El Mañana de Nuevo Laredo, y la corporación que administra el María Isabel Sheraton se prestó a una mascarada más de la estrategia conservadora republicana contra Cuba y, de paso, México.

Más allá de la especulación y la novela de la guerra fría, lo que se puso sobre la mesa esta semana no son las capacidades malévolas de Fidel Castro sino las incapacidades incontinentes del gobierno mexicano y, en particular, de su Secretaría de Relaciones Exteriores, para lidiar con el mundo y con lo que sin remedio lo resume para nosotros: la patria de Abraham Lincoln convertida en banda fundamentalista y posmoderna, ávida de gloria y victorias sobre el infiel, sobre todo si se ven acompañadas de mayor poder sobre los recursos del subsuelo.

La agresión contra El Mañana se repite pero no hace rutina. Lo que hoy se pone en cuestión es la flagrante debilidad del Estado, en su versión municipal, estatal o federal, para contender con el crimen y defender las libertades fundamentales. Lo demás es lo de menos, a pesar de que sea mucho, porque todo esto ocurre en un contexto cargado de pobreza y desigualdad, cuyos dramas y tragedias particulares se viven a diario en las ciudades y por los jóvenes adultos, que se apoderan del imaginario indescifrable de la realidad del México moderno y abierto al mundo.

De laicismo hemos tenido que hablar toda la semana y no hay quien pueda, así se arrope en Voltaire o Diderot, regatearle a Carlos Monsiváis el mérito de haber vuelto explícito lo que estaba latente, como preocupación y perplejidad, en amplias capas de la sociedad. La respuesta desde el gobierno, la bendición grosera que el Presidente le "espetó" (Soledad Loaeza dixit) a los asistentes a la entrega de los premios nacionales en Los Pinos, y la del día siguiente del secretario Carlos Abascal, dieron cuenta de la absoluta carencia de recursos y reflejos retóricos de quienes mandan en el gobierno y nos prepararon para lo que iba a venir: los cubanos y los conflictos "entre particulares" del secretario Luis Ernesto Derbez, y la terrible evidencia del terror enmascarado de capacidad de fuego.

Si de laicismo se trata, es menester ponerlo a prueba. Lo que nos pone a prueba a todos. No sólo en el presente, sino en el futuro y, para empezar, en los circuitos que se disputan el poder del Estado a partir de julio de 2006.

Laicismo y fundamentalismos son antinómicos, excluyentes, y la modernidad que promete el primero, es decir, la irrupción de una auténtica laicidad, es negada de plano, sin concesiones, por los segundos. Pero aquí apenas empieza la cuestión, salvo que nos contentemos con la caricatura de la caricatura del profesor Huntington y su choque de las civilizaciones.

En economía, la creencia y la doctrina se apoderaron hace un buen tiempo de la disciplina, y en materia de política económica dieron lugar a unas dicotomías infranqueables, enemigas acérrimas de todo diálogo racional y razonado. Los neoliberales proclaman: para salir del hoyo hay que privatizar y fortalecer la sociedad civil, liberalizar cuanto antes y poner al Estado obeso a régimen radical. Por su parte, los estadólatras investidos de nacionalistas únicos postulan: sin Estado no hay futuro y toda cesión y concesión nos pone en la antesala del infierno. Solución: ninguna; crecimiento mediocre, pérdida progresiva de potencialidades domésticas y espacios de mercado exterior.

Privatizar no es salida general, como expropiar para estatizar no lleva a lado alguno. Sin pretender justo medio alguno, difícil de alcanzar e imaginar, es claro que la recuperación de la economía mixta y de la fórmula socialdemócrata para acompasar Estado y mercado en clave democrática es de lo poco que tenemos a la mano, sabiendo que no se puede volver al pasado para esta vez "hacerla mejor".

Actualizar estas dos experiencias, asumirlas como hipótesis de trabajo, convertirlas en líneas de política de Estado y base para acuerdos en lo fundamental, debería ser la gran tarea del momento electoral y de la lucha por el poder constituido. Pero no lo ha sido.

En vez de ello tenemos pasarelas bancarias mañosas y escenarios ominosos de violencia sin control, sincopados por un discurso gubernamental extraviado, siempre vecino al delirio, muestra eficiente de que el centro no sostiene nada y de que todos vivimos en peligro. Así llegaremos a la gran decisión de julio, y no hay confesores a la vista.

 
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