Usted está aquí: sábado 11 de febrero de 2006 Opinión Juan Soriano pinta

Vicente Rojo

Juan Soriano pinta

En una ocasión tuve el privilegio de ver pintar a Juan Soriano. Fue en su casa de París donde, discretamente, me asomé por la puerta de una pequeña habitación en la que él estaba sentado frente a un lienzo colocado en el caballete. A su lado, sobre una mesa, se encontraban una flor dentro de un vaso y una manzana roja, que a las 10 de la mañana ya Juan había trazado en su tela. Salí. A las seis de la tarde regresé y lo volví a ver. El seguía trabajando, pero ahora en el cuadro la flor se hallaba acostada sobre la mesa y la manzana había cambiado de color, era verde. Tres días después, los elementos se transformaron una vez más, y de manera inesperada aparecía un pájaro posado sobre el borde del vaso.

Entonces me di cuenta de porqué desde joven admiraba la obra de Soriano. A lo largo del proceso de cada una de sus pinturas se suceden apariciones y desapariciones: Una ventana luminosa por la que sale un esqueleto (para encerrarse en una jaula) y entra un gato; una playa en la que primero vimos a un grupo de amigos y después a un hombre solo, desnudo. Y así entran y salen caballos, bicicletas, búhos, calacas, sirenas, perros, niños jugando o niñas muertas, palomas, toros, murciélagos, peces, libros, ángeles y diablos (como la propia imagen de Soriano), un mundo que aparece y desaparece y reaparece, un mundo que ocupa y cede su lugar a otro en un sutil y perturbador movimiento: esto se llama libertad.

 
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