Usted está aquí: viernes 3 de febrero de 2006 Opinión Brokeback Mountain

Gabriela Rodríguez

Brokeback Mountain

La más reciente película de Ang Lee, Brokeback Mountain, en la cual se aborda el vinculo amoroso entre dos cowboys en la década de los sesentas, está abriendo un debate cultural muy oportuno para analizar el neoconservadurismo del siglo XXI.

En la progresista ciudad de Seattle, como se reconoce a la gente de la costa oeste de Estados Unidos, acalorados debates me han ayudado a soportar las heladas noches en los cafés y bares, donde concurren amplios sectores de clase media que habitan en estas altitudes del continente.

Múltiples lecturas podrían hacerse del bien logrado filme. Hay quienes se sienten impactados por las eróticas escenas entre dos muy masculinos vaqueros; otros discuten si entre ellos sólo había sexo, amistad o verdadero amor, o si los roles pasivo o activo son fijos o cambiantes. Para mí es una historia de amor muy intensa y apasionada entre dos personas con diferente carácter masculino, que al encontrarse en un ambiente de total restricción y silencio hacia los vínculos homosexuales viven una tragedia muy dolorosa para los amantes, sus cónyuges, parientes y demás aledaños.

Uno piensa que si pudiésemos transportarnos de 2006 a 1964, tal vez hoy los protagonistas no se tendrían que casar ni necesariamente formar familias heterosexuales para ser hombres respetables, sino simplemente se hubieran ido a vivir juntos sin tener que esconder su romance ni herir los sentimientos de otros; entonces la película sería una comedia sobre los conflictos de pareja al mejor estilo de Woody Allen. Aunque, pensándolo bien, inclusive en la actualidad los vaqueros enamorados tendrían que irse a Nueva York, a San Francisco o venirse (con la mejor intención...) a vivir a las ciudades de la costa noroeste, donde apenas el viernes 27 de enero pasado la legislatura de Washington prohibió la discriminación basada en la orientación sexual. El logro representa el triunfo de una lucha que encabezó desde hace 29 años el primer legislador abiertamente gay del estado de Washington: Cal Anderson, misma que hoy corona Ed Murray, de la Cámara de Representantes, con una frase: "el precio de la libertad exige una vigilancia eterna".

La enmienda Anderson-Murray no fue fácil; se logró con una apretada votación de 25 contra 23 demócratas, contando un voto del único republicano que estuvo a favor. Su opinión contrasta con la del senador Bob Oke, de su fracción, quien afirmó: "tener un hijo homosexual es muy doloroso. Lo sé porque mi hija eligió vivir como lesbiana, a pesar de mis múltiples intentos por hacerla cambiar de opinión. Me opuse a la enmienda porque creo que es una aprobación de la homosexualidad. Pasar esta ley hace que la homosexualidad esté protegida en vez de cambiar a la gente que lo que necesita es amor, guía y comprensión conforme a los ojos de Dios".

Este debate y la trama de Brokeback Mountain provocan necesariamente la reflexión sobre el grado en que han cambiado o no han cambiado las cosas y, sobre todo, lleva a pensar en el peligroso discurso de los republicanos estadunidenses. ¿Dónde queda la revolución sexual juvenil de los sesentas? ¿Por qué los neoconservadores ponen en riesgo la libertad de expresión, el derecho a la anticoncepción, al aborto, a los arreglos entre parejas no heterosexuales? Porque apuestan a una transformación cultural, pero no económica; esta última no está en discusión.

Se necesita un sostén ante las profundas desigualdades sociales. El desarraigo social de las mayorías empobrecidas, de quienes migran del campo a las ciudades y hacia los países posindustriales para formar los enormes cinturones de miseria y los nuevos paisajes urbanos multiculturales del siglo XXI no tiene opciones para mejorar ni su seguridad personal ni la de su familia; las clases trabajadoras también han perdido derechos laborales y económicos. Qué mejor inversión que una verdad única para las masas. Qué terreno es más seguro que las claras regulaciones religiosas.

Solamente así entiendo el triunfo que esta semana obtuvo Samuel Alito para tomar la silla en la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos, logrando por primera vez en la historia del Poder Judicial una proporción de cinco a cuatro entre neoconservadores y progresistas. Y sólo así entiendo también que en la campaña de Veracruz Felipe Calderón preguntara el lunes pasado a los 200 maestros del SNTE "si se comprometerían a promover una educación basada en valores del ser humano", en vez de hablar de mejores condiciones laborales o de la ampliación de las oportunidades educativas. Yo no sé si AMLO le tiene miedo, tal como afirmó en esa misma ocasión el candidato panista, pero lo que es para una simple ciudadana como yo, no les tengo miedo, sino pánico a él y a su partido.

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