Usted está aquí: viernes 3 de febrero de 2006 Opinión Editorial

Editorial

Editorial

Más temprano que tarde, el surgimiento de gobiernos latinoamericanos preocupados por el bienestar social y por recuperar la soberanía nacional de sus respectivos países se ha colocado como tema en la agenda estadunidense de "seguridad nacional" y ha empezado a generar preocupantes tendencias injerencistas en Washington. Ayer, dos importantes exponentes del intervencionismo militar y paramilitar de Estados Unidos en el mundo, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y el ex embajador en México (y en Honduras, y en Irak, y en la ONU), John Dimitri Negroponte, actual jefe máximo de las agencias de espionaje del país vecino, enumeraron entre las "amenazas" y las "preocupaciones" en este rubro al gobierno de Hugo Chávez, en Venezuela; la presidencia de Evo Morales, en Bolivia; las elecciones que habrán de realizarse en nuestro país, en julio próximo, y el surgimiento de "figuras populistas radicales (que) abogan por políticas económicas estatistas".

Es un hecho de sobra conocido que la evocación de amenazas "a la seguridad nacional" o a los "intereses de Estados Unidos" ha sido, a lo largo de la historia, el clásico correlato discursivo de los operativos de desestabilización de gobiernos soberanos en este hemisferio. Con esos pretextos Washington organizó el golpe de Estado contra Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954; promovió actividades terroristas contra el régimen de Fidel Castro en Cuba; patrocinó el sangriento cuartelazo del 11 de septiembre de 1973 en Chile; formó escuadrones de la muerte en Centroamérica en los años 80 del siglo pasado y envió, a finales de esa década, fuerzas invasoras a Granada y a Panamá. No cabe, en consecuencia, ignorar la ominosa perspectiva que trazan las declaraciones de Rumsfeld y de Negroponte, personajes ambos con una vieja y repudiable trayectoria en materia de agresiones armadas, apoyo a actividades subversivas y violaciones graves a los derechos humanos: en tiempos de Ronald Reagan, Rumsfeld fue el encargado de apoyar a Saddam Hussein en su sangrienta guerra contra Irán, promovió la invasión de Irak desde 1998 y, ya a cargo del Pentágono, ha sido el instrumento para arrastrar a su país a la cruenta agresión militar contra esa nación árabe. Negroponte fue el ejecutor, desde Honduras, de los operativos terroristas contra el gobierno sandinista de Nicaragua y coordinó las estrategias contrainsurgentes implantadas por Estados Unidos en la región, estrategias que incluían la tortura, las desapariciones forzadas y el exterminio de poblados enteros.

Para nuestro país resulta especialmente preocupante la mención de sus elecciones de este año, asociada con esa alusión a "figuras populistas radicales", que bien podría ser la percepción que genera en los halcones de Washington uno de los candidatos presidenciales: Andrés Manuel López Obrador.

Hay, pues, indicios fundados para suponer que, tras el estrepitoso fracaso de la invasión, el arrasamiento y la ocupación de Irak, el gobierno de George W. Bush voltee hacia lo que Estados Unidos consideró siempre su "patio trasero", es decir, nuestras naciones, y dirija a esta región sus afanes injerencistas. El que esa perspectiva amarga se concrete o no dependerá, en buena medida, de los márgenes de acción de que disponga la actual administración estadunidense, la cual ha empezado ya a pagar las facturas políticas por su ineficiencia, su corrupción, sus tendencias autoritarias y sus atropellos a la legalidad internacional. En todo caso, es claro que la circunstancia demanda el fortalecimiento de los lazos de solidaridad en América Latina ante el que ha sido desde siempre su enemigo común.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.