Usted está aquí: jueves 2 de febrero de 2006 Espectáculos Ignoran bando que prohibía maltratar toros en festejo de Tlacotalpan

Presionan los lugareños a autoridades para mantener la celebración, afirman

Ignoran bando que prohibía maltratar toros en festejo de Tlacotalpan

Termina en burlas la campaña para impedir la fiesta; la policía reporta cinco detenidos

ANDRES T. MORALES CORRESPONSAL

Ampliar la imagen Gran algarabía se vivió en la plaza de Tlacotalpan al comenzar las celebraciones de la Virgen de la Candelaria Foto: Horacio Zamora

Tlacotalpan, Ver., 1º de febrero. El bando emitido al vapor por el gobierno municipal que pretendía evitar el maltrato a los toros, fue ignorado por visitantes y lugareños, quienes en turba arremetieron de nueva cuenta contra los astados durante la víspera de la fiesta de La Candelaria.

El ritual de desafiar al toro y de paso ensañarse con él, se cumplió una vez más en la llamada Perla del Papaloapan, donde un improvisado ruedo que pretendía sustituir el tradicional encierro taurino por la vía pública, fue insuficiente para contener tanto a los animales como a la muchedumbre.

De nueva cuenta, los toros se apoderaron de las callejuelas y plazas del poblado donde fueron perseguidos y hostigados.

Los festejos en honor a la Virgen de las Candelas iniciaron desde la tarde del martes con la tradicional cabalgata por las principales calles del pueblo y la apertura de tertulias musicales del 23 Encuentro Nacional de Jaraneros y Decimeros.

En el mismo participan 70 grupos del sotavento y la cuenca baja del Papaloapan.

"Le cantan al río, a la luna que se arropa en la noche cuenqueña y a sus mujeres, son las tres esencias que componen el alma del son y el huapango por estos lugares", resume don José Martínez, uno de los pocos decimeros sotaventitos que superan los 80 años de edad.

Sobre templetes de madera, al ritmo del arpa y la jarana, no sólo los lugareños ensayan sus mejores pasos, sino los visitantes se animan y desafían las notas con los movimientos de su pies.

"Aquí el zapateado es una escuela, quien no sabe bailarlo lo aprende, es una escuela abierta a todos bajo las estrellas y a orilla del río", comentan en la bulliciosa plaza de Doña Marta.

Aunque no hubo una afluencia espectacular de personas como en años anteriores, principalmente por la diatriba desatada en torno al maltrato de los toros, el festejo taurino no fue suspendido ni los semovientes tratados con deferencia.

En anécdotas chuscas quedó aquí la campaña de protesta realizada por defensores de los animales y la comunidad intelectual del país. La misma suerte fue para el anuncio espectacular hecho por el gobernador, Fidel Herrera, sobre la suspensión del encierro de toros y el retiro de su "apoyo moral" al acto.

"Pos cómo nos van a quitar a los toros si los paseamos desde hace muchos años; ya parece que lo íbamos a permitir", lanza un comerciante del centro del poblado.

Los lugareños aseguran que los funcionarios cedieron a la presión bajo la amenaza de que serían sometidos a una especie de juicio popular cuyo castigo consiste en la exhibición pública.

"¡Si no hay toros habrá burros para montarlos y pasearlos por todo el pueblo!", fue la consigna que llevó a los integrantes del cabildo a aprobar un timorato bando de Policía y Buen Gobierno, consideran los lugareños, para multar hasta con 2 mil pesos, a la persona que "sea sorprendida maltratando al toro".

Tal reglamento no se cumplió y este miércoles el ritual taurino, tildado de "espectáculo de barbarie" por los intelectuales, fue repetido. Desde el embalse de los seis toros por el río Papaloapan, amarrados de la astas junto a una piragua y jalados por la cola para "ayudarlos a flotar", hasta su entrega a la muchedumbre enardecida por el alcohol.

Tampoco fue suficientes la veintena de efectivos policiacos montados a caballo para vigilar el orden como el endeble ruedo construido con palos para introducir a los animales y alejarlos de la muchedumbre. Los toros rompieron los cercos y volvieron a las calles, llevando a su paso puestos de mercancías y transeúntes.

Cansados y con los intestinos llenos de agua por el embalse sobre el río, los semovientes quedaron inmóviles en menos de una hora, lo que enfureció a los lugareños, quienes arrojaban latas de cerveza, les tiraban del rabo y pateaban para azuzarlos a retomar la persecución o la huida.

En esta ocasión, lo único que no hubo fue la extirpación de los testículos o de la cola, debido a la presencia policiaca. Al final del día, el saldo reportado era de cinco detenidos y cinco personas lesionadas, pero no por haber sido embestidas adrede sino porque se atravesaron en el camino de las bestias cuando trataban de escapar de la turba.

Ufanándose de la vigilancia policiaca y el primer bando aprobado sobre el festejo en los 200 años pasados "que impidieron daños mayores" a los animales, el alcalde Hilario Villegas justificaba: " el maltrato que hubo fue por culpa de los fuereños porque aquí en Tlacotalpan, amamos al toro".

 
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