Usted está aquí: sábado 21 de enero de 2006 Política DESFILADERO

DESFILADERO

Jaime Avilés

Campa: la otra campaña

¿Cómo medir la edad de los partidos políticos?

¿Cuál es el más joven: PAN, PRD, PRI?

¿Cuál es el origen común de toda la izquierda?

ESTA COLUMNA HA encontrado por ociosidad un dato inquietante: según el buscador de Google en castellano, el Partido Acción Nacional (PAN) tiene 90 millones de páginas electrónicas; el Partido Revolucionario Institucional (PRI) 27 millones 250 mil y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) 5 millones 520 mil. ¿A qué conclusiones podrían llegar los politólogos desde el examen de tales cifras? ¿Que la organización de la derecha católica es la más urbana, la más informatizada y la más juvenil? ¿Que la columna vertebral del antiguo régimen, a pesar de sus cuantiosos recursos económicos, ha sido incapaz de magnificar el uso de este medio de comunicación debido a la pobreza extrema de la mayoría de sus votantes? ¿Que la fuerza política más antigua del país llegó demasiado tarde a las tecnologías del siglo XXI? Desfiladero recompensará con mil pesos en efectivo (y una copa de tequila en una cantina que se anunciará oportunamente) a la persona que escriba el mejor ensayo de una cuartilla y media al respecto. La fecha límite para la recepción de los trabajos será el 13 de febrero, el nombre del vencedor aparecerá aquí junto con el texto premiado el sábado 18 y la entrega del reconocimiento será el lunes 20.

Arbol de todas las ramas

Quien haya leído el párrafo anterior se estará preguntando si, como las palabras lo sugieren a primera vista, "la fuerza política más antigua del país" sería el PRD. Nominalmente no, por supuesto. El partido negro y amarillo fue fundado por el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, en tanto el PRI nació como tal en 1946, mientras el PAN existe desde 1939 y nunca ha cambiado de nombre. Pero si nos referimos al origen de cada formación política, el PRD tiene su antecedente más remoto en el Partido Comunista Mexicano (PCM), que surgió a la luz pública en 1919, una década antes que el Partido Nacional Revolucionario (PNR), engendrado por Plutarco Elías Calles en 1929.

Mientras el PCM vivió de 1919 a 1981, el PNR duró apenas nueve años porque en 1938, por instrucciones del general Lázaro Cárdenas, pasó a llamarse Partido de la Revolución Mexicana (PRM), pero sólo conservó tales siglas ocho años más, hasta enero de 1946, cuando el general Manuel Avila Camacho lo convirtió en PRI; en estos días, si la decrepitud no les nublara la vista, los priístas deberían estar celebrando los primeros 60 años de su partido, siete años más "joven" que el casi septuagenario PAN.

Cuando el PCM estaba por disolverse, en 1981, la revista El Machete, bajo la dirección del antropólogo Roger Bartra, publicó un árbol genealógico de la izquierda mexicana elaborado por el entonces imberbe y abnegado militante comunista Christopher Domínguez Michael. Aquella brillante investigación concluyó que todas las organizaciones políticas que en ese momento se reivindicaban como izquierdistas se habían desprendido, en algún momento o en otro, del tronco común del PCM. El estudio mencionaba a los partidos que en esa coyuntura se iban a fusionar con los "peces" o "pescados"; a los que no se iban a fusionar y criticaban con ahínco ese proceso, entre ellos desde luego los trotskystas, y también a los grupos político-militares, que actuaban en la clandestinidad, entre éstos, aunque sin aludirlas explícitamente, las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), que iban a fundar, sólo tres años más tarde, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

El PCM desapareció para renacer al instante como Partido Socialista Unificado de México (PSUM), que vivió seis años, hasta 1987, cuando se transformó en Partido Mexicano Socialista (PMS) y, un año después, en PRD. Todo esto viene a cuento porque durante la etapa final de su larga historia, cuando reformuló sus principales líneas políticas con el objetivo de abandonar la clandestinidad y entrar en nuevos escenarios de lucha buscando una mayor eficacia para desarrollar una influencia más profunda, el PCM cosechó una serie de éxitos que, paradójicamente, lo hundieron.

Stalin, Calles, Hitler

Creado con la pretensión de ser un partido similar al de los bolcheviques, el PCM recorrió sus primeras décadas bajo el control de Moscú, es decir, de Stalin, contribuyendo al mismo tiempo a la formación de las grandes organizaciones de masas, como la Confederación de Trabajadores de México y la Liga de Comunidades Agrarias, que iban a constituirse en pilares del PNR-PRM. No hay contradicción en esta aparente coincidencia. El general Calles no miraba con indiferencia el desarrollo del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), construido como columna vertebral de la revolución rusa, y estaba empeñado en levantar una estructura semejante para mantener en pie la revolución mexicana.

Tanto el PCUS como el PNR-PRM-PRI fueron, en efecto, la base de regímenes de partido único, cuyo programa era no sólo el del gobierno, sino también de la constitución política de cada país. Aunque enfrentado a Calles por la disputa por el poder, Lázaro Cárdenas culminaría la obra del llamado Jefe Máximo y Avila Camacho acabaría de consolidarla. Pero entre el nacimiento del PCUS y del PRI como partidos de Estado, Hitler intentaría imitar el modelo con el Partido Nacional Socialista, faena que se vio interrumpida por el colapso del tercer Reich.

Sometido por Stalin y los sucesores de éste hasta la época previa a Gorbachov, perseguido por los gobiernos posrevolucionarios de México hasta el sexenio de Luis Echeverría, el PCM resistió en las duras y en las maduras, y siguió creciendo, publicando periódicos y libros, animando círculos de estudio, infiltrando sindicatos y ejidos, sufriendo allanamientos, asesinatos y represión carcelaria, tratando, en suma, con bastante más pena que gloria, de guiar por la senda correcta al proletariado "sin cabeza" que describiría José Revueltas, lo que no le impidió tener protagonismo en las grandes movilizaciones de los años 50, en las del magisterio, encabezadas por Othón Salazar, y en las de los ferrocarrileros, conducidas por su líder Valentín Campa, en abierta colaboración y polémica con Demetrio Vallejo.

En 1963 llegó a la dirección del PCM el sinaloense Arnoldo Martínez Verdugo, que impulsaría cambios decisivos en la organización, sintetizados en la palabra autonomía. Bajo su liderazgo, el partido dejó de ser peón de Moscú: alzó la voz para intervenir en la disputa que sostenían Brezhnev y Mao y exigir que alcanzaran acuerdos, y en una postura siempre crítica al verticalismo del Kremlin haría suya la línea del Partido Comunista Italiano (PCI), que a finales de los 70 rompió con la URSS y proclamó la vía del eurocomunismo, decisión histórica que nunca reconoció Octavio Paz, el profeta de la ultraderecha exquisita.

Activo con sus organizaciones universitarias en las luchas estudiantiles de la época de Díaz Ordaz, que fueron aplastadas con la matanza de Tlatelolco, en la que buena parte de sus dirigentes -Gerardo Unzueta, Gilberto Rincón Gallardo, Eduardo Montes y Pablo Gómez- fueron encarcelados, el PCM persistió en la relaboración de sus políticas, acicateado por el hecho de que no pocos de sus cuadros jóvenes se estaban pasando a la lucha armada, y muriendo como moscas, desesperados por la intransigencia del régimen.

Producto del análisis y la intensa discusión interna, que se realiza en condiciones terribles debido a la persecución, el PCM pone en marcha una iniciativa que a la postre lo transformará. Nombra candidato presidencial a Valentín Campa, que acaba de salir de Lecumberri, donde estuvo 14 años preso, y éste recorre el país en un frágil vehículo, ciudad por ciudad, estado por estado, adelantándose 20 años a la táctica propagandística usada en estos días por el subcomandante Marcos.

Gracias a Campa el PCM obtiene un millón de votos que no le son reconocidos, pues no tiene registro electoral. Dos años después, en 1978, Martínez Verdugo manda a Moscú el histórico telegrama que a nombre de los comunistas mexicanos condena la invasión soviética de Afganistán. Un año después lleva a cabo su 19 congreso y aprueba 35 tesis que reconocen los derechos de las minorías en todos los órdenes; lanza una campaña de afiliación masiva e inscribe a 100 mil militantes nuevos; participa en las elecciones legislativas y obtiene 675 mil votos.

Tres años más tarde, convertido ya en PSUM, presenta la candidatura presidencial de Martínez Verdugo, quien oficialmente recaba 821 mil votos. Seis años más tarde, ya como PMS, forma parte del Frente Democrático Nacional que respalda a Cárdenas y le gana las elecciones a Carlos Salinas de Gortari, pero no puede evitar el fraude y la imposición de 1988 que destrozará al país.

A partir de ese momento se produce la mezcla entre la izquierda de origen comunista (ya minoritaria y en franco declive generacional) y la corriente nacionalista que ha salido del PRI con Cárdenas, en repudio a la política de Salinas, para fundar el PRD, partido que seis años más tarde atestiguará (y resucitará de sus cenizas gracias a) la rebelión del EZLN, organización sui géneris que desde ese momento (recuérdese el 15 de mayo de 1994 en Guadalupe Tepeyac), más allá de su oposición simbólica al régimen contra el cual se ha levantado en armas, rivalizará con el proyecto, las prácticas y las figuras de la autodenominada izquierda parlamentaria, encarnando una pugna de la que, hasta ahora, se han beneficiado los neoliberales y la ultraderecha con el ascenso al poder, en ese orden, de Ernesto Zedillo y Vicente Fox.

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