Usted está aquí: viernes 20 de enero de 2006 Opinión El retrato de monseñor Diego Monroy

Claudia Gómez Haro

El retrato de monseñor Diego Monroy

El retrato es quizá, dentro de los géneros de las artes plásticas, el más sugestivo y del que se puede desprender mayor número de mitos. Tan primigenio como las manos pintadas en la roca con las que el cavernícola se descubrió, el retrato es también tan moderno y tan vigente como cualquier técnica o estilo actual.

Al mismo tiempo, no sólo es una retórica que define o resume apetencias plásticas, sino también el momento ideal en que el artista transcribe y descubre un yo fugaz e intenta perpetuarlo.

Por tanto, el retrato es un género propositivo y para que funcione son necesarios dos ingredientes. Que lo pintado ofrezca parecido con el modelo y que a su vez también ''la sique" esté presente, ya que si sólo se revela el parecido físico, deviene un retrato sin alma. De lo contrario, si exclusivamente se pinta ésta, no se manifiesta el parecido y no hay perpetuidad o testimonio

El año pasado, durante una breve estancia en México, Fernando Leal Audirac, artista culto y complejo pintó el retrato de monseñor Diego Monroy, obra que se presentó el 8 de agosto en el Museo de la Basílica de Guadalupe.

En el acto solemne se leyeron cuatro notables ponencias: la del filósofo y crítico de arte Jorge Juanes; la del historiador y misionero comboniano don Fidel González Fernández; la del historiador del arte virreinal mexicano Jaime Cuadriello, y la del escritor Gabriel Bernal Granados, que hoy adquieren forma y dan origen al libro El retrato de monseñor Diego Monroy. Un óleo de Fernando Leal Audirac, producido con el rigor que caracteriza a Ediciones El Equilibrista, diseñado por Teresa Lobo y cuidadosamente editado por Bernal Granados.

En el primer ensayo del libro, Jorge Juanes repasa la relación histórico-artística entre la religión y el arte desde la Antigüedad a nuestros días, despliegue que, para el filósofo, comprende tres etapas sustantivas: el arte de culto (del nacimiento del cristianismo al siglo XII), el arte de devoción (del siglo XII al XIV) y el arte como creación (Renacimiento y Barroco), para concluir con una notable descripción, en la que analiza el espacio, las pinceladas y el silencio que suscita la obra al ser contemplada.

Para Gabriel Bernal Granados existe una relación entre el retrato de monseñor Monroy y otros pintores; Velázquez en primer lugar con su gran retrato del papa Inocencio X. También lo relaciona con Cézanne, por los efectos de su pincelada; con Manet y sus estudios velazquianos en torno de la figura humana; con Picasso y su visión deconstructiva, y con Francis Bacon y su cruda radiografía del alma.

Como sabemos Leal Audirac ha sido un gran pintor de manos y Bernal lo sabe bien al revelarnos cómo la mano derecha de monseñor, junto con el rostro y la izquierda, son los tres momentos cumbre del retrato. Es en las manos, expresa el escritor, que el conflicto se resuelve.

En la vieja Basílica se encuentra el museo guadalupano y quienes lo conocemos hemos podido apreciar los lienzos de carácter histórico que narran al visitante la historia de algún acontecimiento o el paso por su recinto de los diferentes personajes que lo han custodiado, como bien relata Jaime Cuadriello en su notable ensayo ''La antigua galería abacial de Guadalupe''.

La galería de retratos que habita el museo, de mayor o menor calidad artística, refleja la historia reciente de Guadalupe; González Fernández, canónigo honorario de la Basílica de Guadalupe hace un interesante recorrido histórico que va desde la época del último virrey bajo los Borbones, los momentos dramáticos y tensos de la Independencia, los avatares que jalonean la primera República Mexicana independiente, los conflictos civiles y sociales de la nación hasta la visita del primer Papa al Tepeyac y los acontecimientos más recientes de una historia que todavía nos es cercana.

Ahora, a principios del siglo XXI se une a esta galería en la sala capitular de la basílica, instalada desde 1935 (ahora parte del Museo de la Basílica) un nuevo retrato: el del primero de sus rectores, monseñor Diego Monroy Ponce, elegido en 2000.

A lo largo del paso de las 21 dignidades abaciales por el gobierno de la Basílica, asistimos ahora a la integración de este notable retrato realizado conforme a una centenaria tradición, pero dignificado con un lenguaje pictórico contemporáneo del más alto nivel y con el rigor técnico que caracteriza el trabajo del maestro Leal, quien plasma en su cuadro, como acertadamente comenta Bernal en su ensayo, ''una particular lectura de las aportaciones del cubismo en cuanto a la comprensión del espacio plástico pasada por el tamiz del dinamismo y la geometría futurista".

La magistral realización de esta monumental tela de 2.10 metros de alto por 1.30 metros de largo nos recuerda el autorretrato que Leal Audirac realizó en 1975, el retrato del Chato Noguera de 1985 y el retrato al fresco de Juan Pablo II, de 2002.

Felicidades al maestro y amigo Fernando Leal Audirac por tan importante obra que, dicho sea de paso, habitará un espacio cercano a los murales que Fernando Leal padre, egregio pintor y muralista, pintó en los años 40 del siglo XX, y que narran magistralmente el acontecimiento Guadalupano, a Ediciones El Equilibrista y a todos los que colaboraron en ese relevante proyecto.

 
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