Usted está aquí: miércoles 18 de enero de 2006 Opinión Marcos en La Hormiga

Carlos Martínez García

Marcos en La Hormiga

Era ineludible una reunión como ésa: no podía el EZLN estar en San Cristóbal de las Casas y dejar pasar la oportunidad de encontrarse con ellos y ellas. Fue en encuentro muy importante, y por haberse dado en los primeros días del año, cuando los vacacionistas están regresando y quienes se quedaron comienzan a recuperarse de las celebraciones decembrinas, careció de la atención pública que merecía.

El diálogo que sostuvo el subcomandante Marcos hace casi dos semanas con un sector de los indígenas evangélicos, en la colonia La Hormiga, de alguna manera representa la reanudación de intercambios de puntos de vista con una parte muy importante de la población india de Chiapas, la cual necesariamente debe ser tomada en cuenta por una organización, como la de los zapatistas, que desde su aparición pública ha sido clara en la necesidad de ser inclusiva y defensora de la diversidad.

El asunto tiene varias facetas; intentaremos resaltar algunas. Para empezar, el lugar de la reunión representa la resistencia de los indígenas protestantes contra sus perseguidores: los tradicionalistas y priístas de San Juan Chamula, que intensificaron e hicieron masivas las expulsiones de evangélicos en la década de los setentas del siglo pasado. Conforme los perseguidos comprobaron que los gobiernos local, estatal y federal renunciaron a cumplir su papel de hacer valer las leyes, y por ende protegerlos de sus atacantes, se fueron organizando y buscaron lugares donde asentarse de manera definitiva. Fundaron colonias a las afueras de San Cristóbal; a la primera la llamaron La Nueva Esperanza, la segunda fue Betania, y otras como Getsemaní y La Hormiga. En estros lugares reconstruyeron su vida; con los años esos expulsados conformaron organizaciones de todo tipo y aceleraron la reindianización de la antigua capital chiapaneca.

En el encuentro Marcos reveló que en su salida de San Cristóbal, en los primeros días de enero de 1994, los zapatistas fueron protegidos por habitantes de La Hormiga de los ataques del ejército federal, que desplegó intensos movimientos militares para cercar a liderazgo y bases del EZLN. Fueron los transportistas quienes llevaron a los insurgentes a lugares más seguros y, como dijo Marcos, lo hicieron sin pedir algo a cambio.

El subcomandante recordó que "estos hermanos, evangélicos en su mayoría, chamulas la mayoría, indígenas todos, nos dieron la mano y salvaron la vida de muchos de nuestros compañeros. En ese entonces no había fotos ni cámaras ni micrófonos ni entrevistas. Había bombas y balas, y fue en esta ciudad, con los indígenas que la levantaron y de las que los expulsaron hasta acá, donde el EZLN encontró su primera alianza y el primer apoyo de gente humilde y sencilla".

Así como los zapatistas fueron protegidos en aquel entonces, los habitantes de La Hormiga volvieron a organizarse para que el reciente encuentro pudiera llevarse a cabo. Pese a las amenazas de los priístas para impedir que la reunión pudiera llevarse a cabo, pudo efectuarse sin problemas en buena medida por la voluntad mayoritaria de los habitantes de La Hormiga, los que de ninguna manera consideran a los zapatistas sus enemigos.

Es necesario resaltar esto porque análisis simplificadores distorsionan la realidad al concluir que indígena evangélico, en Chiapas, y sobre todo en los Altos, es sinónimo de militante priísta y por consecuencia antizapatista. No ha sido ni es así, por la sencilla razón de que los chamulas protestantes saben bien que fueron los priístas quienes los expulsaron de sus poblados, los que les despojaron de sus pertenencias y tierras.

Además de contar cómo los zapatistas fueron sacados de la zona de peligro por los transportistas de La Hormiga, Marcos refirió que hacia finales de 1993 él y un hombre y una mujer tzotziles integrantes del EZLN acudieron a la colonia de expulsados para dar a conocer en una reunión secreta la inminencia de la insurrección zapatista. En aquel contacto inicial estuvo, al igual que en el diálogo de hace 15 días, un líder histórico de los indígenas evangélicos expulsados: Domingo López Angel.

Este personaje, como escribió en su crónica Hermann Bellinghausen (La Jornada, 5/1/06), "ha sufrido cárcel y diversas transformaciones políticas y religiosas en los pasados 20 años, pero sigue en la brecha". Domingo ha cambiado de militancias políticas, pero ha mantenido su oposición al PRI. De la misma manera ha optado por identificarse con distintas iglesias protestantes, sin dejar de luchar por el derecho a elegir el credo religioso que los indígenas quieran. Por algún tiempo corrió la versión de que Domingo se había convertido al Islam, hace cinco años, en el marco de la presentación de la Biblia al tzotzil de chamula; yo mismo lo entrevisté extensamente y me dijo que eso carecía de fundamento y que se mantenía firme como evangélico.

Encuentros como el de La Hormiga debieran tener lugar con otras agrupaciones de indígenas evangélicos que también han sido y son acosados por toda clase de enemigos de la diversificación, y del inalienable derecho que tienen los indios e indias protestantes a construir libremente su identidad religiosa y cultural.

 
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