Usted está aquí: lunes 16 de enero de 2006 Opinión Chile: ¿Y ahora qué?

Marcos Roitman Rosenmann

Chile: ¿Y ahora qué?

La concertación de partidos políticos por la democracia logró su cuarto triunfo consecutivo desde la victoria del No a la continuidad de Pinochet en el poder tras el referéndum de 1988. Pareciera ser que los chilenos se inclinan por un voto de castigo a la derecha política cuando se trata de elegir presidente. Es una especie de esquizofrenia entre lo económico y lo político. Separación artificial donde dan las gracias a un tirano y sus colaboradores por cambiar y poner a Chile en una economía de primer mundo, pero le reprochan que hubiese recurrido a la violación de los derechos humanos. Esta maldición acompañará a la derecha chilena durante muchos años, seguramente necesitará un mea culpa, como el que está realizando Sebastián Piñera, para rebasar el pinochetismo. No olvidemos que pese a todo suma en esta ocasión un 46, 48 por ciento de los votos emitidos. Sin embargo, tendrán que pasar décadas hasta que llegue a gobernar.

Si la nueva presidenta asume su compromiso de modificar la Constitución y la Democracia Cristiana decide emprender un camino bajo otra fórmula, seguramente este será el último gobierno de la Concertación y otra derecha emergente, al margen de las concepciones neoliberales del pinochetismo político y social, sería posible que emergiese. En otras palabras hay muchos chilenos que no dudan en agradecer más allá de Pinochet y sus Chicago Boys, al régimen militar, haber sacado a Chile del subdesarrollo. En esto parece que coinciden unos y otros. No hay grandes diferencias y la concertación administra un bien ajeno. El pecado original del modelo chileno es la tortura y los detenidos desaparecidos, por ello cuesta tanto enjuiciar al dictador. Así, el neoliberalismo chileno, excluyente y concentrador, se hizo posible mediante la muerte y, curiosamente, se mantiene vivo, por quienes sufrieron sus consecuencias, en tanto formaron parte de la diáspora del exilio. Este es el caso de la nueva presidenta electa Michelle Bachelet. Después de una treintena de años de un orden político cuyo origen y legitimidad se fundamenta en una Constitución bastarda y espúrea, una mayoría se vanagloria de vivir un Chile nuevo cuya máxima consiste en no cuestionar la constitución de 1980.

En estas elecciones se levantó como patrimonio de los partidos de la concertación el éxito de la economía chilena. Sus índices de crecimiento y sus acuerdos con Estados Unidos y la Unión Europea se consideraron factores para demostrar cómo una adecuada política interna de flexibilización del mercado laboral, una privatización de los sectores estratégicos, como la sanidad, la electricidad, el agua, los transportes, los teléfonos, así como el conjunto de medidas destinadas a una eficiente descentralización administrativa, conllevan una mejor racionalización de los recursos y una estabilidad económica donde los recursos permiten dar una imagen de país abierto a las empresas e inversiones extranjeras. Todo un conjunto de cifras, números índices y estadísticas capaces de encubrir el segundo país con mayor desigualad en la distribución del ingreso y donde los niveles de trabajo temporal, sueldos míseros y sobrexplotación son de los más elevados de la región.

En estas elecciones, el triunfo de una mujer, aunque sea socialista, supone una transformación en la acción de po-der. En Gran Bretaña la elección de Thatcher no lo implicó, tampoco en Nicaragua con la elección de Violeta Chamorro o en India con Indira Gandhi. Ser mujer no supone en absoluto una posición transformadora frente a la situación opresiva que sufren las mujeres, ni un cambio en las políticas de género y sexistas.

La concertación seguirá realizando las mismas políticas. Michelle Bachelet no tiene pensado cambiar la estrategia de Ricardo Lagos: dará continuidad y buscará mantener un proceso donde el marco de referencia sea siempre garantizar a los poderes fácticos del país la misma impunidad que hasta hoy les han brindado tres gobiernos de la misma coalición.

El triunfo de Bachelet no cambia el panorama. Más de un millón y medio de jóvenes siguen sin estar inscritos en las listas electorales hablan de la necesidad de transformar el sistema político heredado de la dictadura. Si ese es el camino de la nueva presidenta, seguramente, podrá decirse que varió su propio destino y con ello, dio por concluido una parte de la historia negra de Chile. De ella dependerá recuperar y modificar el camino.

 
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