Usted está aquí: domingo 15 de enero de 2006 Opinión El coco electoral y el castigo a la infiel

Guillermo Almeyra

El coco electoral y el castigo a la infiel

¿Qué hubiera sucedido si los españoles se hubiesen abstenido y dejado en el gobierno al fascista Aznar? ¿Qué hubiera pasado si los franceses, en vez de votar NO masivamente, se hubiesen abstenido masivamente dándole el triunfo a los banqueros y a la derecha? ¿Acaso era posible abstenerse en Bolivia y no votar a Evo Morales? ¿O no votar en Venezuela cuando la oposición intenta también dar sus golpes electorales? ¿El triunfo del MAS boliviano es visto o no por todos, derecha e izquierda, bolivianos o miembros del Departamento de Estado gringo, como un golpe al imperialismo? Y, ya que estamos, ¿irá el EZLN a la asunción del mando de Evo, que lo ha invitado oficialmente? ¿Qué pasaría, por último, en abril próximo, si los italianos en vez de unir sus votos para derrotar a la alianza clericalfascista dirigida por Berlusconi se fuesen al campo a festejar la primavera (y conste que sé perfectamente que la mayoría de los partidos de la llamada centro-izquierda son en realidad moderados y corruptos, como lo es el PRD mexicano?

Es evidente que en ciertas condiciones no es posible abstenerse y, por lo tanto, que el votar, dejar de hacerlo o votar anulando el sufragio o en blanco son opciones que dependen sólo de las ventajas respectivas, en un momento dado, para la organización y la independencia política de los explotados y oprimidos. O sea, si la mayoría de las clases subalternas no espera nada de las elecciones y, en cambio, opone a éstas cualquier otro tipo de movilización no electoral -que puede ir desde la protesta civil masiva hasta una huelga general con acciones de enfrentamiento con el poder- es posible optar por otro camino y llamar a desertar las urnas. Pero si así no fuere, las elecciones y la lucha en el ámbito institucional, nos guste o no, siguen siendo un terreno, aunque no el mejor, para el enfrentamiento entre dominados y dominantes, y un campo de disputa de las mentes de los votantes para reforzar, con objetivos precisos, la resistencia al imperialismo y al capital.

¿Quiere decir esto que hay que optar siempre por el llamado "voto útil" al no poder escoger una opción mejor y que es válida la elección del mal menor? No, pero mucho menos aún lo es la del mal mayor, la de una opción que abra el camino a los hombres de Washington y a la derecha extrema. Porque de lo que se trata no es de optar por la viruela o el sida sino de trabajar, en todos los terrenos, por elevar la conciencia de los oprimidos, desarrollar su capacidad de autorganización y su autoestima, llevarles a prescindir de todo tipo de líderes y salvadores y a aprender que el "todo o nada" lleva, casi siempre, a nada...

Las elecciones presidenciales y parlamentarias no son, en efecto, un momento glorioso ni exaltan la libido política: son una imposición de los que gobiernan para resolver sus problemas. Pero las elecciones (en un club de baile o de futbol, en un sindicato o una cooperativa, en una región o un país) son también el modo pacífico de medir fuerzas y resolver conflictos y, por lo tanto, para tratar de cambiar la relación de fuerzas son preferidas por la inmensa mayoría formada hasta ahora por quienes se resisten a encarar un enfrentamiento violento a menos que éste les sea impuesto.

Ahora bien: ¿existe acaso en México, o en algún otro país, una situación marcada por la extensión de la ruptura violenta con el aparato estatal y por una situación prerrevolucionaria? (Esta existía, por supuesto, en Bolivia y se canalizó hacia las elecciones, y volvería a aparecer si no se hacen los cambios que constituyen el mandato revolucionario dado en las urnas a Evo, o si no se obtuviese nada de la Constituyente, pero el caso boliviano es atípico.) ¿Una Constituyente en México no es también, dicho sea de paso, una opción electoral, a no ser que se la encare como resultado de una revolución popular?

Por consiguiente, las elecciones no son ni un coco para asustar niños de todas las edades, ni mucho menos "una traición". Y, si la otra campaña que, efectivamente, es muy importante a largo plazo, no ofrece antes de llegar a las urnas una opción superior desde el punto de vista de la eficacia y de la apertura de mejores condiciones para resistir al capital y al imperialismo, poniendo en el gobierno a un sector más débil y menos dependiente de éstos, además de más influenciable, no es serio llamar a la abstención y nada más. Mucho menos para castigar al gobierno porque éste hace una política contraria a los intereses populares o traiciona sus compromisos prelectorales. Porque sólo se lo castigaría si se hiciesen acciones concretas de lucha por objetivos populares contra ese gobierno y si se organizase para cambiarlo, no si no se vota, y por desertar las urnas, se lo mantiene en el cargo y se le permite, por lo tanto, seguir haciendo más daño. Porque si no se da una solución revolucionaria ni tampoco una electoral y se llama a la abstención, se deja el campo libre a los aparatos políticos corruptos y reaccionarios y, en particular, a quienes están ya en el poder. Para castigar a la mujer infiel no es útil cortarse los genitales y dejar de cumplir con los llamados deberes maritales. Es más sano, en cambio, organizar un buen divorcio y, eventualmente, remplazarla por otra con la que exista mayor afinidad...

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