Usted está aquí: domingo 15 de enero de 2006 Opinión Michelle

Rolando Cordera Campos

Michelle

Si los pronósticos se cumplen, hoy se habrá cerrado en Chile otro ciclo importante de su larga marcha por recuperar la libertad y hacer de la democracia algo más que una manera de elegir gobiernos. Michelle Bachelet será elegida presidenta de la patria de Gabriela Mistral y la sociedad austral se adentrará en los vericuetos de revisar sus mecanismos políticos y estatales para asegurar el crecimiento económico y empezar a darle a la equidad nuevos y más ambiciosos perfiles y dimensiones. Esto y más encarna la abanderada de la Concertación de Partidos por la Democracia, que ha gobernado Chile desde inicios de los años 90, cuando se echó atrás la dictadura por medio de un plebiscito y luego se eligió al presidente Patricio Aylwin para estrenar el Chile democrático.

Después de Ricardo Lagos, Michelle Bachelet podrá ser la tercera socialista elegida democráticamente para presidir el Estado chileno. Pero en su horizonte estará la perspectiva de otro Chile, desde luego distinto al que le tocó sufrir y morir a Salvador Allende, pero también al que gobernó el presidente que será su antecesor en caso de que la elección la favorezca.

Lagos es un hombre digno y valiente, que se mantuvo en su país durante la barbarie militar, se enfrentó públicamente al dictador desde un programa televisado, fue por esto y mucho más una de las grandes personalidades de la transición, encabezó los ministerios de Educación y Obras Públicas y llegó a la presidencia después de apretadas dos vueltas que en un momento amenazaron con producir un vuelco nefasto en favor del derechista Lavín. Ya presidente, puso manos a la obra no sólo para gobernar sino para avanzar, sin prisa pero sin pausa, en la auténtica normalización democrática de Chile que muchos apresurados daban por concluida una vez que los votos contaron y pudieron contarse en libertad. Como lo demostró a lo largo de su ilustre y ejemplar mandato, mucho había por hacer y fue mucho lo que hizo.

Michelle Bachelet es mujer, hija de militar, militante socialista desde la juventud, partidaria de Allende y crítica de la dirección de su partido. Después del golpe, al que asistió desde las guardias estudiantiles de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, fue resistente clandestina y abierta a la opresión criminal desatada por Pinochet, colaboradora activa de las direcciones formadas en el interior del país, las direcciones de los "pantalones cortos", activista de los derechos humanos.

En la democracia, fue funcionaria destacada en el sector salud del Estado, época en la que tomó un curso de Estado Mayor en su país y en Washington: "tengo que entender y entenderlos; por qué pasó lo que pasó", dijo al respecto. Fue ministra de Salud en los primeros años del gobierno de Ricardo Lagos y luego ministra de la Defensa, donde jugó un papel crucial para que su presidente pudiera acometer una de las empresas más riesgosas y fundamentales de su gestión: traer el ejército a la casa estatal bajo mando civil sin condiciones, encarar y abrir el arcón de fechorías del traidor general, llevarlo a juicio una y otra vez, poner fin a los candados oprobiosos impuestos por él para dejar "atada y bien atada" a la democracia, que nunca dejó de ver como otorgada por él a los chilenos que "salvó del comunismo", y, en fin, abrir las puertas para que partidos, legisladores y sociedad pudieran darle los toques finales a lo que ya es, en el alma chilena, una sociedad moderna y democrática.

Bachelet aporta a esta extraordinaria saga de habilidad y firmeza políticas la experiencia de la convicción en la que se formó una ética profunda, y luego la de la responsabilidad que le hizo posible su presidente. De triunfar, convicción y responsabilidad tendrán que desplegarse en una conducción eficaz a la vez que comprometida a fondo con los reclamos de equidad en todos los planos, amplitud participativa, expansión cultural sin reservas ni condiciones, que su propia condición de mujer y socialista ha vuelto paradigmáticos del porvenir chileno.

Un pasado de sufrimiento e indignación la hace una mujer singular. Su padre, general de la fuerza aérea, disciplinado y masón, sirvió en el gobierno de Salvador Allende y por eso fue encarcelado y torturado por sus camaradas de armas. Al ofrecérsele la expulsión a otro país, el general consultó con su familia y Michelle dijo que ella no se iba porque tenía mucho que hacer en su tierra. El padre se quedó y fue secuestrado y torturado de nuevo, y su corazón no resistió más.

Después, madre e hija fueron secuestradas y llevadas a la siniestra Villa Grimaldi, con las consecuencias conocidas de esa visita, salvo la última que era la muerte. Expulsada la madre a Australia, Michelle la acompañó y luego se incorporó a los socialistas del exterior en Europa. Volvió a Chile a participar en el frente de los derechos humanos, no sin antes vivir la horrenda circunstancia de la desaparición de muchos de sus amigos y "gurúes" de la dirección dentro de Chile, la traición de un ser amado. Desde la resistencia a la transición, que la llevaría al servicio público y a ser gozne importantísimo en el "nunca más" pronunciado en el 2003 por el jefe del ejército chileno.

Cincuenta y cuatro años y una vida difícil, dolorosa, peligrosa. De militancia y riesgo. Michelle recoge lo mejor de los cantos de Neruda, pero el "gracias a la vida" no le queda grande.

 
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