Usted está aquí: viernes 13 de enero de 2006 Opinión Hacia un mercado común latinoamericano

José Murat

Hacia un mercado común latinoamericano

En el balance de 2005, entre las llamadas asignaturas pendientes, figura sin duda la insuficiente integración de las economías latinoamericanas. Más allá de la controversia entre consolidar el Mercosur y las economías regionales como la centroamericana o suscribir un acuerdo continental, es preciso reconocer que América no puede estar al margen de las nuevas realidades del mundo y su innegable impronta: la globalización.

Un primer paso sería avanzar hacia un mercado común que comprendiera a los países latinoamericanos y del Caribe, sin perder la perspectiva real: sin la economía de Estados Unidos ningún acuerdo tendría viabilidad a futuro. No habría capacidad competitiva frente a los demás mercados.

En efecto, la dinámica de la apertura, en este "mundo aldea", intensificada en esta primera etapa del siglo XXI, con el consiguiente crecimiento de la disputa de los mercados internacionales, ha obligado a la formación de bloques económicos, más allá de los sistemas políticos y las propias ideologías.

Países de todos los puntos cardinales se agrupan o profundizan su integración por razones económicas y, más específicamente comerciales, en busca de ventajas competitivas para todos los miembros adherentes. Ocurre en Europa, América del Norte, Asia, Africa y el Pacífico.

Si lo hacen todos por razones de conveniencia comercial, con mayor razón tenemos que hacerlo nosotros, los países latinoamericanos y del Caribe que compartimos geografía, historia, cultura, idiosincrasia y, en la mayoría de casos, idioma.

América Latina, en efecto, no puede estar al margen de este proceso de globalización y creación de bloques económicos. Tenemos que avanzar hacia la integración de nuestras economías, si queremos presentar una mejor posición de competencia frente a las demás naciones y comunidades económicas.

Es buen punto de partida, por supuesto, la creación y el fortalecimiento del Mercosur, la Comunidad Andina y el Mercado Común Centroamericano, pero tenemos que ir más lejos: hacia la integración de todo el subcontinente latinoamericano y el Caribe.

En el caso específico de México, la decisión de integrarse al libre mercado de América del Norte, el llamado TLC, con todas sus ventajas y desventajas, con todos sus activos y omisiones, la más grave de ellas no contemplar cláusulas de asimetría para favorecer a la parte más débil de la alianza comercial, esa decisión no debe implicar la renuncia a un bloque comercial con América Latina.

Abrirse al norte no tiene por qué suponer cerrarse al sur; al contrario, hay que abrir los brazos a quienes son nuestros aliados naturales e históricos, no sólo mercantiles y coyunturales.

Podemos pasar del Mercosur o de la Comunidad Andina o la de Centroamérica a la Comunidad Económica de América Latina y el Caribe.

Sólo de esta forma el subcontinente latinoamericano y el Caribe podrá competir con el resto del mundo y obtener ventajas para las economías de cada país hermano. De otra manera seguirán los indicadores negativos, como el hecho de que sigamos perdiendo todos competitividad internacional y, al final, sigamos perdiendo la batalla contra nuestras propias asignaturas pendientes: el subdesarrollo económico y la pobreza social.

No puede ser que en la tabla de competitividad mundial, elaborada por el Institute for Management Development, sólo Chile figure entre los 20 mejor posicionados y todos los demás países latinoamericanos se encuentren después del lugar 50: Brasil en 51, México en 56, Argentina en 58, Venezuela en el 60 y así, en este orden, nada favorable.

No puede ser que la contribución de todo el subcontinente latinoamericano y el Caribe siga representando, como ocurrió al cierre de 2004, apenas 5 por ciento de las exportaciones mundiales.

No puede ser tampoco que la deuda externa siga agobiando a nuestras economías y depredando a nuestros pueblos, por la incapacidad de financiar nuestro propio desarrollo, pues el promedio de la deuda frente al PIB ya rebasa 50 por ciento y en algunos casos 60 por ciento. Pero lo peor es que seguimos sin modernizar plenamente nuestra infraestructura productiva y nuestra capacidad de combate a la marginación y la pobreza, pues más de la mitad de nuestros hermanos latinoamericanos siguen viviendo por debajo de la línea del bienestar social mínimo.

Claro, al tiempo que las desigualdades sociales se profundizan, irónicamente crecen como nunca las fortunas privadas de algunas decenas de potentados.

La lección es que no podemos seguir igual. Tenemos que sumar nuestras fuerzas económicas nacionales para que todos salgamos ganando, ya no sólo en regiones del subcontinente, sino en toda el área latinoamericana y el Caribe.

Europa ya dio el paso hacia una unión comercial que ha integrado y potenciado la fuerza del bloque y de las mismas economías nacionales. Asia ha hecho lo propio, en menor escala de integración. América del Norte ha suscrito un acuerdo comercial, ciertamente perfectible. ¿Por qué no América Latina y el Caribe, con tantas características en común, de historia y hermandad, no sólo de economía?

Pasemos del espíritu latinoamericano al esfuerzo común latinoamericano. De la comunidad cultural, a la comunidad económica.

Es tiempo de dar el paso, por el desarrollo de nuestras naciones. Que la globalización, inevitable e irreversible, sea ventaja, no desventaja para América Latina y el Caribe. Seamos sujetos, no víctimas de las nuevas tendencias globales.

 
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