Usted está aquí: jueves 12 de enero de 2006 Opinión Ahora, con Bolivia

Editorial

Ahora, con Bolivia

La escaramuza verbal en curso entre el gobierno mexicano y el mandatario electo de Bolivia, Evo Morales, es la cuarta confrontación que experimenta el foxismo con países latinoamericanos ­antes se ha metido en problemas de diversa magnitud con los jefes de Estado de Cuba, Argentina y Venezuela­ y el quinto incidente internacional causado por la inhabilidad discursiva y diplomática del titular del Ejecutivo federal, si se incluye la irritación que generó entre las comunidades afroestadunidenses un desafortunadísimo comentario presidencial.

Para no variar, en esta ocasión el bochorno por una expresión de Vicente Fox que resultó, por decirlo suavemente, una ligereza ("el nuevo gobierno aparentemente había dicho que el gas de Bolivia no se exporta; bueno, pues ni hablar, pues lo van a consumir ahí o se lo van a comer ahí, allá ellos") ha sido magnificado por las colisiones y contradicciones declarativas entre sus colaboradores.

En tanto el vocero de Los Pinos, Rubén Aguilar Valenzuela, trataba de reparar el desaguisado provocado por su jefe y se apresuraba a difundir una "carta de felicitación" de Fox a Morales, el canciller Luis Ernesto Derbez echaba más leña al fuego al reprochar al líder cocalero que invitara a su toma de posesión "a grupos específicos" ­en referencia al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)­ y no "al gobierno de México".

Es inadmisible, por cierto, que el secretario de Relaciones Exteriores no esté al tanto de las invitaciones del extranjero que recibe la Presidencia, porque el hecho es que, según Aguilar Valenzuela, Fox sí fue convidado a la ceremonia inaugural del mandato en Bolivia, al igual que el resto de los jefes de Estado latinoamericanos. El propio Morales lo confirmó ayer desde Sudáfrica, y le reiteró al Presidente mexicano su invitación "a venir a mi toma de posesión para que hablemos de frente", al tiempo que le pedía "que no trate de humillarme a mí o a mi pueblo".

Para colmo, el portavoz Rubén Aguilar se extravió en el empeño de explicar que Fox no asistiría a la cita de La Paz por un lineamiento general de política exterior que, sin embargo, no le impedirá ir a Tegucigalpa a la asunción del presidente electo hondureño, Manuel Zelaya.

Las inocultables torpeza e incontinencia verbales del gobernante en turno y algunos de sus colaboradores sin duda desempeñan un papel importante en la generación de conflictos absurdos y gravemente lesivos para la imagen de México en el exterior, y para la seriedad y el prestigio de las propias instituciones: la Presidencia y la cancillería, dependencia ésta que en el foxismo ha pasado de ser ejemplo internacional a vergüenza nacional.

Pero, más allá de ese hecho evidente, no debe soslayarse que el foxismo ha conformado un patrón de enfrentamientos con gobernantes latinoamericanos progresistas y de izquierda ­Fidel Castro, Néstor Kirchner, Hugo Chávez y, ahora, Evo Morales­ que, en su patente diversidad, comparten dos denominadores comunes: buscar o practicar márgenes de independencia y soberanía frente a Estados Unidos, por un lado, y procurar relaciones sociales más justas y equitativas dentro de sus respectivos países, por otro, apartándose en mayor o menor medida del canon neoliberal que tanto sufrimiento ha causado en la región en décadas recientes.

Vistos desde esta perspectiva, los conflictos en los que se ha visto envuelto el foxismo no sólo parecen fruto de sus desfiguros declarativos, sino también la materialización de un programa concreto de política exterior: alinearse con Estados Unidos y procurar la división de Latinoamérica.

 
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