Usted está aquí: lunes 9 de enero de 2006 Deportes Decepcionó Montecristo, la ganadería triunfadora de la temporada anterior

Los toreros no saben dónde está su líder, Paco González, amenazado por Herrerías

Decepcionó Montecristo, la ganadería triunfadora de la temporada anterior

Los villamelones querían el indulto para Cumplido, que se rajó durante toda la lida

LUMBRERA CHICO

Ante un decepcionante encierro de la vacada de Montecristo -el hierro triunfador de la temporada pasada que esta vez mandó un encierro apenas decoroso en presentación, muy deficiente en cuanto a bravura y con más dificultades que ventajas por su debilidad y sosería-, las máximas figuras locales de la Monumental Plaza Muerta (antes México), pero de ningún modo las máximas figuras de la tauromaquia contemporánea de este país, no lograron vender más de 10 mil boletos, lo que representa menos de la cuarta parte del cupo del pozo de Insurgentes.

Y es que para escalar otro peldaño en su declarada guerra de exterminio contra la Asociación Nacional de Matadores, Novilleros y Rejoneadores, el sedicente empresario Rafael Herrerías puso en el cartel a dos coletas que acaban de echarse como perros a sus pies, después de renunciar a la organización gremial que preside Paco González, de quien se ignora su paradero desde que el pasado miércoles denunció públicamente que Herrerías amenazó con matarlo. Cualquier noticia acerca del enjundioso espada se agradecerá.

Los dos nuevos esquiroles que ayer hicieron el paseíllo en premio por haber traicionado a su sindicato son Eulalio López El Zotoluco y José María Luévano, mientras "uno de los más firmes pilares" de la Asociación, el veterano hidalguense Jorge Gutiérrez, los ayudó a formar la terna. ¿Qué resultó de tal batidillo? Una fría y aburrida función taurina, la número 11 de la temporada "un poco menos chica" 2005-2006, a la que acudió con su "nieta" -según le gritó el público a su novia más reciente- el senador panista Diego Fernández de Cevallos, conocido en otros ámbitos como La Coyota.

Sentado en barrera de primera fila de sombra tras el negro capote de paseo de Luévano, su flamante yerno -que actuó con un terno sumamente usado, color goma de lápiz (antes obispo) y oro, quizá porque su multimillonario padre político fue incapaz de comprarle un vestido más decente-, Diego jamás fue tocado con el pétalo de una crítica a su bien ganada fama pública de legislador que hace leyes a la medida de sus negocios.

Abajo, en la arena, Jorge Gutiérrez intentaba entusiasmar a la parroquia doblándose en terrenos de la querencia con Cominito, cárdeno bragado, débil y manso de solemnidad, al que mató de un certero espadazo. La gente esperaba verlo correr con mejor suerte frente a Campeador, otro cárdeno bragado, suelto y cornalón, que era todavía más manso que el primero de su lote, por lo que se limitó a pegarle trapazos, aburriendo y aburriéndose, y enojándose con el tendido cuando la exigencia general, casi en tono de súplica, lo conminó a despacharlo, algo que hizo de otra buena estacada, pero cobrada sin perfilarse como piden los cánones.

Si Gutiérrez, visiblemente cansado al borde de los 50 años de edad, vestía de mostaza McCormick (otros decían que de Dijon y otros que de diyéi) y oro, El Zotoluco salió de azul patrulla y oro para darle coba al público y sobre todo al ganadero. Tanto con Iñaki, negro bragado, cornipoco, suelto y distraído, como con Cumplido, bonito berrendo en negro, careto, coletero, calcetero y cornichico, absolutamente rajado pero de buen son, el esquirol en jefe se los llevó a la puerta de toriles, donde los mansos se sienten menos angustiados y embisten con más soltura, para lidiarlos con la muleta arriba e impedir que se derrumbaran.

La treta le funcionó en ambos casos, pero ante Iñaki falló con el acero, al punto que Ramitos le tocó un aviso; en cambio, la estafa le salió mejor ante Cumplido, que se iba del engaño en todos los tercios y en todas las tandas, pero acabó por ligarlo en redondo sin quitarle la muleta de los ojos, como un perro juguetón, y los villamelones ascendieron al paroxismo y ya andaban pidiendo el indulto para ese "torazo" que era un bodrio. Como en esta ocasión mató a la primera, la gente sacó los pañuelos, algún oligofrénico exigió arrastre lento y la sirvienta del biombo concedió dos orejas para cocinar la receta favorita de la empresa: apoteosis a la carta.

A Luévano le tocó el menos manso y más difícil, Condesito, negro capachito y mejor construido que sus hermanos, con el que el diestro no supo ni hacer ni deshacer, mientras que ante Giraldo, sexto de la tarde, más menso que manso, demostró su absoluta falta de personalidad, ideas y sitio, lo que le augura un brillante futuro como lebrel en algún despacho de abogados salinistas. En síntesis, fue una corrida emética, como dirían los entendidos.

 

 

 
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