Usted está aquí: domingo 8 de enero de 2006 Opinión Don Quijote autoritario

Bárbara Jacobs

Don Quijote autoritario

UNO: Cuando no había leído el Quijote, enfrenté con pánico el examen final de literatura de primaria en el que el maestro preguntaba por impreso qué pasaje de la novela de Cervantes prefería el alumno y por qué.

Recuerdo que me tembló la mano cuando, en el correspondiente espacio en blanco de la rugosa hoja de papel periódico de la Secretaría de Educación Pública logré contestar que "El de los molinos de viento". Pero lo que me tembló cuando me vi obligada a pasar por alto mi respuesta al porqué fue el alma.

Qué lejos estaba en aquel entonces de saber en qué consistía una metáfora, lo inútil que era ser un idealista que pretende que armado solamente de principios caballeriles puede alterar la realidad.

DOS: Cuando leí bien por primera vez el Quijote, me llamó especialmente la atención la forma en la cual Cervantes juega a que el verdadero autor de la obra es otro, el filósofo musulmán Cide Hamete Benengeli, y cómo, por tanto, lo que el lector lee no es sino una traducción al castellano del árabe original.

También me maravilló que Cervantes se divirtiera torciendo mayormente las cosas al atribuir la traducción a un joven de ascendencia morisca, raza a cuyos miembros se tenía por mentirosos, pues si, entre los autores de las novelas de caballerías que el Quijote parodiaba, era usual recurrir a la fantasía de que su origen material se trataba de manuscritos encontrados en sitios o situaciones fuera de lo común, y escritos en lenguas exóticas, atribuir el origen del Quijote a un autor de lengua árabe, aunque aljamiado, siendo que en España se tenía a los árabes y lo árabe como enemigos, debido a una ocupación que duró cuatrocientos años, y a un traductor musulmán, en tiempos pasados en que a los musulmanes se los tenía como seres despreciables, el asunto da todavía otro vuelco por lo que hace a la ambigüedad.

En su momento, mediados de los setenta, escribí y publiqué un trabajo sobre estos juegos, y desde entonces he buscado, por adquirir más una curiosidad que ningún material de trabajo, el Quijote en árabe.

TRES: Ahora, que ya ha pasado el tiempo, y se cumplió el cuarto centenario de la aparición de la primera parte del Quijote, y he leído la novela una o dos veces más, al igual que, en particular, muchos estudios en mayor o menor medida eruditos sobre ella; y ahora, que todos los escritores -en especial los de lengua castellana- leen el libro por segunda o quinta ocasión, nunca por la primera, y se esmeran en escribir comentarios, originales o no tanto, referentes a su lectura; ahora, en circunstancias en las que, con o sin conciencia del atractivo y no sé ya qué tan prestigioso Premio Cervantes en mente, cuando un autor que no lo ha obtenido insiste a la menor oportunidad en que su autor de cabecera es Cervantes, con lo que destrona, digamos, a Dickens, quien lo había sido hasta ese instante; ahora, al proclamarse un autor de una u otra forma viejo conocedor de Cervantes y su obra; un amante de Cervantes y su obra; un humilde discípulo de Cervantes y su obra, y es importante el papel que representa la humildad en esta declaración; ahora, digo, al preguntarme yo, una y otra vez, qué me gustaría comentar del Quijote, no sé por qué el pasaje que se me presenta con significativa fuerza en la memoria no es otro que aquel en el que, en un momento dado de su larga y venturosa cabalgata por los caminos y las ciudades de España, después de alguna de las graciosas pero a veces interminables intervenciones de Sancho Panza en el diálogo con su señor don Quijote, éste le prohíbe el uso de la palabra de ahí en adelante.

Sancho obedece durante un buen tramo hasta que, resentido, amenaza a don Quijote con regresarse al pueblo pues, argumenta, si su señor le impide hablar, él no tiene nada más que hacer a su lado. La imagen de Sancho haciendo pucheros porque don Quijote le impuso el silencio, se ha convertido para mí en la más graciosa aventura por la que atraviesan el escudero y el caballero andante.

Por cierto, me gustaría que un erudito me señalara en qué capítulo de cuál de las dos partes de la novela se encuentra este episodio, para volver a leerlo, directamente, saltándome sin remordimientos todo lo demás.

 
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