Usted está aquí: miércoles 4 de enero de 2006 Opinión Vuelven los días de Nixon

Molly Ivins

Vuelven los días de Nixon

Austin, Texas. La primera vez como tragedia, la segunda como farsa. Hace 35 años, Richard Milhous Nixon, quien estaba loco como una cabra, y J. Edgar Hoover, quien se ponía ropa interior de mujer, decidieron que las opiniones políticas de algunos estadunidenses eran inaceptables. Así pues, pusieron al gobierno a espiar a los ciudadanos, en particular los que no se parecían lo suficiente al Loco Richard Milhaus.

Para quienes hayan olvidado lo absolutamente paranoico que era Nixon, el pobre hombre solía dar vueltas por la Casa Blanca exigiendo que asesinaran a sus enemigos políticos. Muchos creen aún que la caída de Nixon estuvo revestida de cierta grandeza estilo Ricardo III porque era un hombre de notables talentos. No hay grandeza ni tragedia en observar a este presidente, el Chamaco Irascible, violar su juramento de cumplir las leyes y la Constitución de nuestra patria.

El Chamaco Irascible quiere que hagamos lo que él quiere cuando él quiere porque es el presidente, lo cual considera justificación suficiente para cualquier cosa que desee. Inclusive encuentra abogados, como John Yoo, para que le digan que cualquier cosa que haga es legal.

Lo que más espanta y repugna es que es la misma historia. Que me parta un rayo si no son los mismos; después de todos estos años, los esbirros de Nixon, Dick Cheney y Donald Rumsfeld, miembros de la misma camarilla cuya obsesión por un gobierno autoritario impregnó de hedor los años de Nixon. Ejecutivo imperial. Que traigan de nuevo esos uniformes de la guardia especial de la Casa Blanca. Cheney, como una especie maligna que no se puede erradicar, de vuelta en el viejo puesto, impulsando la misma chingadera.

Por supuesto, nos dicen que necesitan espiarnos por nuestra propia seguridad, para poder atrapar a los terroristas que nos amenazan. Hace 35 años agarraron a una estrella de cine llamada Jean Seberg y a un montón de personas que operaban un programa de desayunos gratuitos para niños pobres de Chicago. Esta vez van sobre los cuáqueros. Y no tenemos más seguridad.

La tendríamos, como recientemente nos recordó la comisión del 11/S, si se hubieran adoptado algunas precauciones obvias y necesarias en las plantas químicas y nucleares, pero eso no ocurre porque esas industrias hacen donaciones a los candidatos republicanos. Estos no piden a sus donadores que gasten un montón de dinero en tomar medidas obvias y necesarias para proteger la seguridad pública: lo que hacen es espiar a los ciudadanos.

Le sorprenderá enterarse que, en primer lugar, mintieron. No espiaron. Bueno, sí, pero no mucho. Bueno, está bien, un poco más que eso. Mucho más que eso. Bueno, millones de mensajes de correo electrónico y llamadas telefónicas cada hora, y todos los historiales clínicos y financieros.

Recordemos que en 2002 se reveló que el Pentágono había emprendido un gigantesco programa de "extracción de datos" llamado Conocimiento Total de Información (TIA, por sus siglas en inglés), cuyo objetivo era buscar en bases de datos "para incrementar la cobertura de información por orden de magnitud".

Desde tarjetas de crédito hasta reportes de veteranos, el Gran Hermano estaría observándonos. Este galante programa estaba bajo el control del almirante John Poindexter, convicto de cinco crímenes durante el escándalo Irán-contras, cargos que luego fueron retirados por fallas de procedimiento. El gobierno sí sabe dónde reclutar buenos elementos. Debería hacer regresar a Brownie, el del fiasco de Katrina.

Todo el mundo decidió que el TIA era una idea terrible, y en teoría el programa se canceló. Como ocurre a menudo con este gobierno, resultó que sólo le cambiaron de nombre y lo hicieron menos visible. Extracción de datos era un término popular en ese tiempo, y el gobierno estaba empeñado en tenerla. Bush instituyó un programa secreto por el cual la Agencia de Seguridad Nacional podía darle la vuelta al tribunal de la FISA (siglas en inglés de Ley de Vigilancia de Inteligencia Extranjera) y ponerse a espiar a los estadunidenses sin orden judicial.

Como muchos han tenido la paciencia de señalar, todo ese programa era innecesario, puesto que el tribunal de la FISA es muy complaciente y expedito. No existe virtualmente ningún escenario posible que pudiera dificultar o impedir obtener una orden de la FISA: ha obsequiado 19 mil y sólo ha negado unas cuantas.

No me gusta hacer bromas macabras cuando la gente se pone a contar historias del más allá hasta altas horas de la noche, pero existe una razón por la cual nunca debimos dar tanto poder a este gobierno. Como dijo el difunto senador Frank Church: "Esa facultad puede volverse en cualquier momento contra el pueblo, y a ningún estadunidense le quedaría privacidad. Tal es la facultad de vigilarlo todo: conversaciones telefónicas, telegramas, no importa. No habría dónde esconderse". Y si un dictador tomara el poder, esa ley "podría permitirle imponer la tiranía total".

Y entonces siempre obtenemos esa temerosa respuesta: "Bueno, si uno no hace nada malo no tiene nada que temer, ¿o sí?"

Amigos, sabemos que este programa se emplea mal y seguirá usándose mal. Lo sabemos por el historial del pasado y por las noticias actuales. El programa ya tiene en la mira a los vegetarianos ortodoxos y a la Sociedad para el Tratamiento Etico de Animales, sin duda porque los considera puestos de avanzada de Al Qaeda. ¿Podría haber algo más patético?

La cuestión no podría estar más clara. O el presidente de Estados Unidos entiende y reconoce que ha hecho algo muy malo, o habrá que someterlo a juicio. La primera vez que esto ocurrió, la respuesta de las instituciones fue magnífica. Los tribunales, la prensa, el Congreso, todo funcionó a la perfección. ¿Alguien cree que estamos otra vez en ese punto? Y si no, ¿a quién echaremos la culpa cuando perdamos la república?

© 2005, Creators Syndicate Inc.

Traducción: Jorge Anaya

 
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