Usted está aquí: lunes 2 de enero de 2006 Opinión El año próspero de las piraterías

Carlos Bonfil

El año próspero de las piraterías

Una nota de optimismo señala que la producción de cine mexicano alcanza hoy, aproximadamente, la cifra de 50 títulos, compitiendo ya con el auge de la cinematografía argentina o brasileña, algo impensable hace apenas dos años.

Lo verdaderamente mágico es que a diferencia de aquellas dos naciones, esto parecería lograrse sin un apoyo estatal vigoroso y declarado, sin mayores incentivos fiscales, sin críticos de cine que apoyen lo que el país produce y con una saturación casi total de nuestras salas con éxitos hollywoodenses. Hace apenas un año la embestida neoliberal amenazaba con liquidar los estudios Churubusco, el Imcine, y el Centro de Capacitación Cinematográfica.

Hoy, se insinúa, estamos a punto de conseguir algo insólito: situarnos a la vanguardia del cine latinoamericano con múltiples cintas de exportación que algún día podrán exhibirse en nuestras pantallas, cosechando triunfos en festivales extranjeros que sin duda, en pocos años, obtendrán reconocimiento del público y la crítica.

Algo queda claro: la cantidad de películas producidas, con participación estatal o sin ella, será en lo sucesivo el único criterio dominante. La calidad será lo de menos. ¿A quién le puede importar la calidad de cintas que de cualquier modo no podrán verse? Sabremos de su existencia por la prensa especializada (lo que queda), o por su paso fugaz en nuestros festivales de cine (Guadalajara, Morelia, Guanajuato), o por su obligada exhibición ritual en la Cineteca. El problema central en el año que concluyó no es saber cuántas películas produce México, sino cuántas puede promover y exhibir decorosamente. El problema es explicar cómo aumenta esta producción en proporción inversa a la incontenible deserción de su público tradicional. No saber cuántos críticos o reseñistas hablan bien o mal de estas cintas, con buena sintaxis o sin ella, sino a cuántos lectores interesa realmente lo que dicen y cuántos rebasan el primer párrafo de sus notas en una época de consulta cibernética instantánea.

El panorama a inicios de 2006 es francamente desolador. De una producción de medio centenar de títulos, el comentarista o el cinéfilo más generoso apenas podrá rescatar cinco. No existe información oportuna, y mucho menos objetiva, de lo que se filma en México o de lo que se estrena en el extranjero. No existen revistas de cine, tampoco cine-clubes, y sólo la UNAM y la Cineteca consiguen interesar a un público cautivo con propuestas reiterativas y con rituales de Foro y Muestra cada vez más atentos a la promoción del estreno inminente. ¿Qué sucede en el circuito comercial? Por lo general, un público desinformado frecuenta una u otra sala de manera muy azarosa, con la asesoría fatigada del personal en taquilla, con los informes telegráficos de las revistas de espectáculos, con la chispa del rumor o lo vistoso del anuncio como únicos asideros medianamente confiables. Azarosamente salta el espectador de una propuesta a otra y termina sumido en un drama existencialista coreano cuando el título impuesto al original le hacía suponer una comedia.

Lejos de fomentar la cinefilia, esta desinformación genera el hastío, la consulta obsesiva del celular en las salas, la deserción de las mismas, y de manera más elocuente, el recurso final a la piratería. Lo que sigue, lo que ya está presente, es el triunfo de la pausa en el lector del dvd y la opción de reciclar gustos, entusiasmos, o cancelar al instante frustraciones, cambiando un título por otro en el puesto pirata más cercano, todo a un precio cada día más bajo y con los vendedores ambulantes como experimentados formadores del nuevo gusto.

Desterrada la crítica de cine de las secciones culturales de casi todos los diarios, ¿no es pecar de ingenuidad esperar del comentario fílmico una elaboración y un estilo sólo concebibles y eficaces en espacios más generosos y atractivos? ¿No supone una frustración irreparable despegar con el estructuralismo de Roland Barthes para aterrizar en espacios de lectura totalmente inapropiados? Ante la embestida cínica del neoliberalismo contra la cultura y su negación radical del cine como un hecho cultural, la opción más sensata será tal vez, y a manera de propósito de año nuevo, contribuir a afianzar esa cinefilia, hecha de cultura, que comienza a despuntar en el entusiasmo creciente por los festivales de cine locales, en las propuestas de difusión de video alternativo (estilo Videodromo), con una información novedosa y accesible, muy al margen de rígidos criterios de hace 40 años (plagados de suficiencia profesional y confrontaciones estériles), conociendo, o procurando entender, las sensibilidades diversas de quienes se han educado en la desconfianza del análisis y la lectura sostenida o en la navegación cibernética, sin renunciar a su placer por la narración y por la imagen.

Una forma de resistencia cultural sería promover nuevos espacios de (in)formación cinéfila en los que sea posible transmitir eficazmente a los demás el conocimiento y el entusiasmo por el arte del cine.

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