![]() MARCO ANTONIO CAMPOS A CIEGAS, DE CLAUDIO MAGRIS Un hombre que es muchos hombres, muchos nombres, a quien hallamos a lo largo de dos siglos lo mismo en Islandia que en Londres, que en Australia, que en Tasmania, que en ciudades del norte italiano, que en una isla de la antigua Yugoslavia, que en los años de la Guerra civil española, que en Alemania, y quien puede llamarse Jorgen Jorgensen, Jan Jansen, Salvatore Cippico, Vittorio Vidali, Tnevèra, Strijèla... Todos son uno, pero ese uno acaba reconociéndose en el hombre que batalla por volver menos injusto el mundo, pero la historia, los hombres y el azar lo convierten, lo acaban convirtiendo en el perseguido, en el condenado a muerte en vida, y al final, en un alucinado o demente que le cuenta su plural condición humana a un psicoanalista. Magris habla de la Storia con mayúscula, pero es una historia de horror y de pena, o al menos, una historia que mal se hizo o mal hicimos. El Leviatán, el estado totalitario, imperó en el siglo XX. Está en el rostro monstruosamente bifronte del totalitarismo. Por un lado, la cara del nazismo y el fascismo, y por el otro, la cara del socialismo burocrático, pero ante todo la que se ve más en el libro del que ahora hablamos (Alla cieca, Garzanti, Milán, 2005) es ésta. Ese protagonista, que multiplica sus rostros en el libro, quien anhela la justicia en la tierra, acaba descubriendo que la Buena Nueva que anuncian el socialismo y el comunismo, es decir, la liberación del hombre para crear el Nuevo Hombre, sólo es un infierno donde la práctica común hasta la trivialidad, para esta suerte de regímenes, son el exterminio, la tortura y la cárcel. Se trata ante todo de la negación y la disolución del otro, y en ese sentido, el extremo de la ferocidad se encuentra en los Lager, representados aquí en Dachau, y los Gulags, representados aquí en la isla de Goli Otok, en la Yugoslavia de Tito, donde aún en 1956 se confinaba a los enemigos o a quienes se consideraban enemigos políticos. Stalin y Tito, Hitler y Franco, coincidían en algo: tenían, de una o de otra manera, similares métodos para la aniquilación y el gusto por la anulación del otro. ¿Cómo Dios o los hombres han podido hacer esto con el mundo?, nos preguntamos cuando leemos las páginas de Magris en Danubio sobre los Lager. ¿Cómo pudieron darse Auschwitz y la sistematización minuciosamente impecable de la muerte, Mauthausen y su terrible escalera simbólica, la Viena donde Adolf Eichmann vivió los mejores años de su vida mientras ordenaba enviar a los prisioneros judíos en el tren de la muerte? Veáse como se vea, dígase lo que se diga, la historia europea la del mundo ha sido un degolladero y el hombre el ejecutor del hombre. Ninguna palabra tuvo tal poder de seducción para la izquierda en el siglo XX o se veneró más en un altar sagrado, como la palabra Revolución. Magris dice en algún momento que la revolución debe ser magnánima o no ser. Por desgracia nunca lo fue, o si lo fue, no sabemos en qué país ocurrió. Para utilizar una serie de imágenes y metáforas de Magris en el libro, leemos en páginas de Alla cieca (A ciegas) de que por la revolución se entra a un mundo y se sale a otro mundo; que la revolución es como el mar, es decir, tú no decides adónde va a llevarte; que la revolución tiene necesidad de árboles, pero sólo con el fin de abatirlos; que si se escucha "el canto de la sirena de la revolución" se terminará subyugado y en la casa sin música de la noche. En 1989 quizá cayó la última piedra del muro de la gran quimera del marxismo, o al menos, de la gran falsificación histórica del marxismo que se hizo por largas décadas en la Unión Soviética y los países de la Europa del Este. El numeroso protagonista principal del libro compara a menudo su vida o sus vidas con Jasón, pero Jasón logra, pese a abandonar cruelmente a Medea, pese a la traición, pese a que la sangre derramó más sangre, regresar con el vellocino, pero él, el protagonista que es muchos, por el contrario, "escarba en sus bolsillos y no encuentra nada". El libro tiene como fondo melancólico la presencia de la mujer llámese Marie, María, Mariza, Márja, Mangawana o Norah. La mujer vive en las páginas como deseo y luz pero termina melancólicamente en pérdida. El numeroso protagonista busca el amor, pero todo encuentro terminará tarde o temprano en el abandono: ya por su obsesión de la aventura, ya por la obediencia ciega al Partido, ya porque le es más importante en ese momento la búsqueda personal de la justicia. Si en varios de sus libros Magris contó las historias de escritores y artistas marginales y la vida de personajes insignificantes volviéndolas gran literatura, en A ciegas se cuenta la historia de dos siglos en el mundo por la boca de un alucinado, porque quizá, como aprobaría Shakespeare, la historia del mundo sólo puede ser narrada por un loco. |