Javier Sicilia ERNESTINA DE CHAMPOURCIN, EL ATISBO DE DIOS (II y Última)
Cuando uno se echa a los ojos la poesía amorosa de estos primeros libros y la confronta con la que, ya ocupada por Dios, escribió más tarde, puede ver en su desgarradura el llamado de ese deseo más alto que contiene todo deseo, pero que sólo una mirada espiritual puede descubrir. Ernestina deberá pasar por el estallido de la guerra, la amargura del exilio y la soledad de la viudez para descubrirlo: no era el amor del hombre el que buscaba, sino, a través de él, el amor de Dios del cual el amor humano es imagen. Lo dirá ya, como una premonición, en unos inquietantes versos de "Dios y tú", que aparecen en Cántico inútil y que llevan como epígrafe unas palabras del místico Enrique Suso: "No te obstines en nada de lo que no es Dios": "Me obstinaré en quererte, porque eres Dios tú mismo [...] Dios en mí para siempre, a pesar de tus manos/ y de tu ausencia viva, que ningún cielo borra,/ a pesar del abismo que socavan tus besos,/ a pesar de mi carne impregnada de ti." A partir de ese momento, Ernestina no se apartará de Dios. En toda su poesía, desde Presencia a oscuras hasta los Encuentros frustrados, Dios estará allí. No hay, sin embargo, en ella, y a partir de ese período, el arrebato de los místicos. Tocada por Dios, todo se vuelve para ella atisbo del Amado, insinuación de su presencia y nostalgia. Dios es para Ernestina una presencia ausente de la que todo habla. El "Dios está azul", de su maestro Juan Ramón Jimenez, se convierte en ella en un "todo es azul ahora": la "belleza de Dios" que "se extiende y se desborda/ en pródigo regalo". El mundo, como lo dirá la serie de sus últimos poemas, "Los encuentros frustrados", es una invención, un breve lapso, cuyo fin es el encuentro con ese "sí impenetrable,/ inasible, sin sombras". Frente a la fealdad de nuestra civilización, Ernestina opone la presencia del amor que ha mecido al Occidente cristiano y que ella ha encontrado en su corazón y en el mundo; inmersa en él, la poesía que sale de su pluma es una expresión de ese absoluto. En el seno de una sociedad que ha negado a Dios, Ernestina hace el esfuerzo casi imposible de volver a unir al hombre con Él. Las notas que salen de sus poemas son un intento por reconquistar una comunión perdida para la sociedad. Enamorada de Dios, Ernestina de Champourcin avanza desde el cuerpo del hombre y la desolación del exilio en que se ha convertido el mundo hasta Él para encontrar que Él mismo está en la raíz de todo y en el final de todo. Si bien Ernestina de Champourcin continúa con una tradición católica que, soterrada por las ideologías modernas, no ha dejado de resonar desde San Juan de la Cruz; si bien es cierto que en este terreno se ostenta como heredera de una de sus ramas que es la poesía religiosa, también es cierto que su poesía no pertenece al pasado sino, como alguna vez lo dijo Octavio Paz del paisaje de Pellicer, al porvenir. Dios, abandonado tanto tiempo por los poetas, espera para hacerse escuchar con nuevas resonancias. Como ella misma lo dice hermosamente: "Soy sólo una mujer. Mi cántaro vacío/ espera algo, alguien, en el brocal del pozo..." Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro. |