La Jornada Semanal,   sábado 24 de diciembre  de 2005        núm. 564
 

Miguel Ángel Muñoz

La poesía luminosa de John Ashbery

John Ashbery (Rochester, Nueva York 1927) es sin duda, el poeta norteamericano vivo más importante en la actualidad. Para el crítico Harold Bloom, Ashbery es el último de los canónicos. Se licenció en la Universidad de Harvard en 1949 y en la de Columbia en 1951. En 1955 se marchó a París y trabajó como crítico de arte para la edición europea del Herald Tribune y como editor de la revista trimestral Art and Literature (1964-67) Intervino también en la prestigiosa revista Locus Solus (1961), entrando en contacto con un grupo de escritores y artistas neoyorquinos entre los que se hallaban James Schuyler, Kenneth Koch, Frank O’Hara y algunos de los pintores de la Escuela de Nueva York como Esteban Vicente o Franz Kline. La temprana muerte de O’Hara en los sesenta desmembró a los contertulios de Cadar Tavern del Village.

El primer libro de Ashbery, Some Trees, se publicó en 1956 y tuvo contundentes elogios como el de O’Hara, que escribió: "es el libro más hermoso que ha aparecido en América desde Harmonium". Le siguieron The Poems (1960), The Tennis Court Oath (1962), Three Madrigals (1966), Three Poems (1972) y The Vermont Journal (1975), hasta llegar a su libro más importante, Self- Portrait in a Convex Mirror (1975), que obtuvo el Premio Pulitzer de Poesía, el National Book Award y el National Critics Circle Award, sumándose a la interminable lista de premios que engalanan su carrera literaria, anglosajones casi todos, aunque no falta el Grand Prix de las Bienales Internacionales de Poesía, otorgado en Bruselas.

La poesía de Ashbery, sobre todo en sus comienzos y hasta la consagración que supuso Self-Portrait in a Convex Mirror, fue considerada "original hasta la ininteligibilidad". Las fuentes de su obra son Auden, Stevens, Perse, Whitman, Eliot, Valéry, Roussel, Hölderlin, algo de poesía popular épica y mucha poesía americana e inglesa de los años treinta. "Intento utilizar las palabras de manera abstracta —dice el poeta— como un pintor abstracto utiliza la pintura… Al principio yo quería ser pintor, y pinté hasta los dieciocho años, pero tengo la sensación de que como mejor podría expresarme sería musicalmente…"

Que se trata de una obra absolutamente excepcional en la poesía de nuestro tiempo puede afirmarse sin cautela. Ashbery refiere en él, con un patetismo tajante y estremecedor, un éxodo construido sobre los patrones místicos y cotidianos del despojamiento de los ropajes del mundo. Poeta total en muchos sentidos, y "el primer gran poeta —como dice Harold Bloom— de la Edad Postmoderna. Su importancia sólo es equiparable a la de Yeats o Stevens". Su libro Una ola puede considerarse como su testamento, un volumen sobre la muerte y la memoria en el que Ashbery despliega toda su maestría en el manejo de las metáforas, el poema de largo aliento e incluso la prosa.

En Ashbery la visión no es teoría, sino vivencia elevada al máximo grado de ficción. Ha introducido en el poema un nuevo modo de discurso, y lo ha ido afinando hasta lograr que el verso pierda sus convenciones. Es una poesía exacta y móvil, en cuyo mecanismo puede captarse todo lo invisible, incluido "el olor de la luz", la epopeya de lo cotidiano, concebida como un "pasar la misma calle en tiempos diferentes", porque estamos "entre la nada y el paraíso". Esa misma intensidad y belleza que deslumbra y convoca a quienes son capaces, como John Ashbery, de oír y mirar Un nuevo espíritu que nos reclama: "Pensé que, si podía ponerlo todo por escrito, ésa sería una forma./ Y luego se me ocurrió que dejarlo fuera sería otra forma, aún más verdadera…"

Poemas de John Ashbery

Torre de tinieblas

Ya no puedo permanecer fuera
bajo el frío y la lluvia penetrante.
Me agarro la entrepierna deseando una bola de luz
en el peludo interior que tienen otras personas.
Me marcharé sin haber ido a coger un grano
de la tierra,
     compacto,
         con el ascendente designio
que conocimos y odiamos tan bien, y cuando nos tocó
morir simplemente nos rendimos, mascullando alguna excusa.

¿ Sueles ir a verlos?
Ellos no pueden tener muchos motivos
para viajar hasta aquí, pero sus huellas,
excluidas por la nieve…

Fue el pregonero cuyo pataleo lo inició,
mucho antes de que nos despertáramos, en el amanecer
que encanece, ahora, un susto
     que desear, que leer,
distinto a la vieja cicatrización que volverá a su tiempo.

Una tarde citadina

Un velo de niebla protege esta
Lejana tarde por todos olvidada
En dicha fotografía, ellos ahora en conjunto
Absortos gimiendo a través de la vejez o la muerte.

Si uno pudiera aprender los Estados Unidos
O por lo menos una refinada omisión
Que se filtre en nuestro perfil
Precisando nuestros espacios con una sombra
Que sea fugaz también.

Pero que celebre
Porque en verdad define, después de todo:
Guirnaldas grises, aquel terceto
Aguardando la luz para cambiar,
El aire alzando los cabellos de alguien
Al revés en el reflexivo estanque.

Escondrijo

De quienes nosotros y todos ellos somos
Ustedes todo ahora entienden. Pero ustedes entienden,
Después de que ellos comenzaron a encontrarnos
nosotros crecimos
Antes de que murieran pensándonos las causas

De sus actos. Ahora nosotros no sabremos
La verdad de algún inmóvil en el piano, aunque
Ellos con frecuencia parten de nosotros, causando
Estos cambios que nosotros pensamos que somos.
No nos importa.

Sin embargo, tan altos allá arriba.
En aire joven. Pero las cosas se oscurecen mientras nos movemos
Para preguntarles: ¿a quiénes debemos nosotros conocer
Para morir, para que ustedes vivan y nosotros entendamos?

Hoja de álbum

Las otras caléndulas y los paños
Son crímenes creados para la historia.
¿Qué podremos lograr, deseando?
¿Y qué, deseando, podremos lograr?

¿Qué podría la lluvia que cayó
todo el día en los campos
Y en las mesas de bingo?
Aunque cuando esté despejando,

La estatua se transformó en una más dulce luz,
Los más cercanos mecenas son negros.
Luego hay una tormenta de recibos: noche,
Arena que el cuenco no dejó caer.

Las otras caléndulas están dispersas como el polvo.

Guisantes de olor en oscuros jardines
Sacan a chorros una falsa nostalgia histórica.
Si un bicho cayera desde tan alto, ¿aterrizaría?

Uu poema adicional

¿Cuándo entonces la esperanza y el miedo sus objetos encontrarán?
El puerto frío para las embarcaciones de apareo,
Y has perdido mientras te colocas por la galería
Con la calmada y gris selva del mar debajo.
Una fuerte impresión rasgada desde la luz descendiente
Pero la noche es culpable. Sabías que la sombra
En el baúl era delirante
Pero mientras más hambre tienes olvidas.
La lejana caja esta abierta. Un sonido de granos
Precipitado sobre el suelo con cierta impaciencia —Nosotros
Nos levantamos con la noche escapada de la caja de viento.

Versiones de Alejandro Valero