Usted está aquí: viernes 23 de diciembre de 2005 Opinión Una hojalata en el cielo de Chiapas

Jaime Martínez Veloz

Una hojalata en el cielo de Chiapas

Llegué al aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez a las siete de la mañana, en los meros días de las lluvias. Me subí con media tonelada de alimentos en un helicóptero chiquito al que llaman Colibrí. ¿Destino?: la sierra de Motozintla, azotada por el huracán Stan. Después de 25 minutos de vuelo, pasando la meseta de Santo Domingo, a la entrada de la zona montañosa, el horizonte se nubla con una mezcla de nubes y bruma. El piloto pide instrucciones y le ordenan que baje en el municipio de Jaltenengo de la Paz; hace el intento, pero las condiciones son igual de complicadas. Sin posibilidad de bajar, regresamos a Tuxtla con todo y víveres.

En el hangar me encontré al secretario de Gobierno y le pedí que si se podía volar me consiguiera un aventón a Tapachula, la ciudad más grande afectada por el huracán. Primero intenté irme en una línea comercial, pero los vuelos estaban saturados. En eso estaba cuando me informan que hay un lugar en una avioneta Cesna que se dirige a Tapachula. Sin pensarlo pido que me lleven a la ciudad afectada.

Al llegar a la avioneta observé que se trataba de un modelo ya muy viejo. Pero ya ahí, ni modo de decir algo. El piloto, un señor bonachón con una gran barriga, me señaló una agarradera de plástico hechiza y antigua del lado superior del asiento del copiloto para que me apoyara al subir. Recorrí el asiento lo más adelante posible; en el de atrás se subió un matrimonio tapachulteco. Me encogí lo más que pude, doblando las piernas, para no aplastar por error o un descuido alguno de los botones del enmohecido tablero.

El piloto, viejo conocedor de la geografía chiapaneca y experimentado en manejar cacharros voladores, daba vueltas y vueltas a una especie de manivela ubicada en la parte lateral de abajo de su asiento; medio calibró los medidores del tablero y le pegó a uno cuando la aguja se negaba a marcar; una vez que se cercioró de todos los pendientes aeronáuticos, puso en marcha el motor que arrancó después de dos intentos. "No pasa nada", dijo satisfecho.

Con el motor en marcha, sacó la cabeza y empezó a mirar su ubicación respecto a la pista y agarró un microfonito chafa y lleno de polvo para pedir permiso de despegar. Volvió a dar vueltas a la manivela, aceleró todo lo que pudo y agarró el timón. De inmediato uno se percata de que la avionetita es una prolongación de la vida misma del piloto: le responde como novia enamorada, de ésas que ya casi no hay.

Con el cielo encapotado, la Cesna subió, viró a la derecha y pasando sobre Chiapa de Corzo encontramos la primera capa de nubes que avanzaba hacia nosotros mientras el piloto subía hasta sobrevolarlas. Entre Tuxtla y Tapachula se ubica la Sierra Madre de Chiapas, que de por sí es muy alta, pero en este caso había además nubes por encima de la montaña, por lo que la avioneta tuvo que subir y subir quién sabe cuántos pies para superar la capa nubosa, aunque por encima de nosotros había otra.

De abajo sólo veíamos nubes y en medio de algunos claros se divisaban poblaciones, las cuales eran mencionadas por el ilustre chofer volador. "Ahí está Pijijiapan y adelantito Mapastepec. Por allá está Acacoyagua y Acapetagua, después está Escuintla y más allá vamos a pasar por Villa de Comaltitlan, Huixtla, Tuzantan y Huehuetan. En todos esos lados pegaron muy fuerte las lluvias; la gente ha sufrido mucho", decía.

Cada detalle era aprovechado por nuestro chafirete intergaláctico para platicar y hacer más llevadero el viaje. "Mire, arquitecto, esas nubecitas que vienen hacia nosotros parecen pequeñas, son parte de una baja presión, van a mover un poco la avioneta, pero no se apure, no pasa nada". Y en efecto, las pinches nubecitas pasaban y movían como papalote nuestro monomotor.

El desastre que dejó Stan ha sido peor que el de 1998 en magnitud y extensión territorial, lo que significa que los pronósticos no alcanzan para predecir en medio de un cambio climático que se presenta con nuevos paradigmas y variables antes no contempladas. Abajo hay una tragedia con muertos, damnificados y afectados con nombres y apellidos, donde, como siempre, los que sacan la peor parte son los pobres.

La migración va a dispararse sin duda, pero los gringos no aceptan su responsabilidad en el deterioro mundial del ambiente. Hay una relación directa entre el cambio climático, producido en gran medida por Estados Unidos, principal contaminador ambiental del mundo, y el deterioro del campo del sur de México y de Centroamérica. Ni una nueva muralla igual que la china detendrá el flujo migratorio que se avecina. No es el único factor, pero sí uno de los principales.

Entre las nubes divisamos nuestro destino. "Póngase atento, hay bastante tráfico de helicópteros en la zona", le avisan desde la torre de control y a su estilo el piloto empieza a hacer los preparativos para el descenso. La maniobra para aterrizar se ve retrasada por el despegue de un avión, damos una vuelta por el cielo nublado y al fin tomamos la pista, y con un estilo singular nuestro aviador mete y saca el volante rápidamente, pero aterriza en forma impecable en medio de la pista y de inmediato se dirige a la zona de hangares, donde detiene la avioneta. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos.

Lo más insoportable de toda tragedia es el sufrimiento de los niños. Es ahí donde la impotencia se vuelve rabia. Dios, ¿dónde estás?, pregunté al cielo cuando vi lo que vi en el río Coatán.

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