Enrique de Lafuente El agitado día de Miss Coco ![]() Se despertó temprano esa mañana, como siempre lo hacía. Tenía que dar la misma clase de las siete de la mañana que había dado durante tantos años. Era la maestra decana de la escuela de inglés. Los años le pesaban cada día más al despegarse de la cama pero sólo físicamente, porque su mente estaba tan despierta desde el primer minuto como lo estaría el resto del día. No era ese tipo de personas a las que les cuesta trabajo despertar y batallan un rato con su propio equilibrio tratando de derrotar el llamado de las sábanas tibias. No, pero su cuerpo le pesaba cada año más y es que así era, había ido acumulando mas o menos un kilo por cada año que había dado de clases y eso sumaba esta mañana muchos kilos, por cierto. Dont get me wrong pensaría ella, acostumbrada a pensar todo en inglés: era una buena maestra. Se pondría el uniforme de pantalón y chaleco azul con una camisa de su elección, se peinaría y se pondría los collares y anillos que a una mujer de su edad le vienen bien, como el rosario le venía al espejo retrovisor de su auto: ambos eran viejos y pesados pero tenían suficiente maquinaria para seguir por algún tiempo. El departamento estaba vacío como la noche anterior, pues el gato seguía sin aparecer. Tal vez nunca lo haría, pero guardaba una esperanza y el plato de comida debajo del fregadero. Frió un par de huevos, los comió y lavó los platos. Disfrutaba de esas cosas por igual comer y lavar los platos, pero no demasiado. Pensó en sus dos alumnos problemáticos del curso de las nueve y media, meneando la cabeza con desaprobación. Ella quería ser agradable a sus alumnos, pero siempre había en cada clase uno o dos que parecían no prestarle mucha atención, que dormitaban o hablaban entre ellos. No los comprendía. Revisó su portafolios para ver si llevaba todo el material que debía llevar y todo estaba ahí, miró su reloj en la muñeca y le sobraban diez minutos para tener que salir, así que se sentó en el sillón. Vestida, peinada, perfumada, con el maletín a sus pies dejó pasar ese tiempo mirando la foto de su esposo en un mueble de la sala. Nadie podría saber lo que pensaba exactamente, pues su expresión estaba un tanto desprovista de significado. To stare. Luego se levantó y con la misma expresión bajó por el elevador y subió a su auto. Era una mujer grande en todos los aspectos y su pelo aún era negro aunque fuera por el tinte, y uno podía imaginar, si la veía distraídamente pasar, que alguna vez fue una mujer guapa muchos años atrás, pero de eso sólo quedaban sus grandes ojos negros que veían todo sin tener que mirar enfáticamente. Llegó a la escuela y se miró en el espejo retrovisor, su peinado seguía igual. Entró al salón y sólo había una alumna. Poco a poco fueron llegando los demás y la clase comenzó y pasó sin contratiempos, sin nada sobresaliente. Esperó un rato en la sala de maestros y después fue al salón número dos, para la clase de las nueve y media. Sentía cierta pesadumbre por los alumnos problemáticos: una chica y un chico de unos veinte años. Llegó el primer alumno y conversaron unos minutos. Esperaron un rato en silencio mientras aquél bebía su café y los demás llegaban. Al final entraron los dos juntos. Se sentaron en el mismo lugar de siempre y comenzaron a bostezar. Ella empezó la clase. Conforme iban pasando los minutos y los ejercicios ellos dos iban contagiando a la clase de su desinterés, hablaban entre ellos, recargaban la cabeza en el banco como si fuera la clase más aburrida que jamás hubieran tomado. Ella estaba parada al frente tratando de no prestarles atención, pero iba acumulándose la pesadumbre y la angustia. Am I too old?, Am I not a good teacher anymore? Aquellos no se daban cuenta de nada. Sólo era una clase más del curso interminable de inglés. Respondían cualquier pregunta y terminaban antes que nadie los ejercicios y eso le desesperaba. Se daba cuenta de que se aburrían pero había dado esa misma clase por años y debía ser así. Cada vez que alguien miraba su reloj habían pasado unos diez o doce pesados minutos y la clase duraba dos horas y media. Para los dos alumnos la maestra era parte del mobiliario, como el televisor o el pizarrón, sólo que además hacía preguntas de vez en cuando. Pensaban en cualquier otra cosa menos en ella. Los demás también tenían sueño pero preferían no distraerse y miraban al frente. Quizá su actitud hacia la maestra no fuera muy diferente pero la miraban con ojos abiertos y la seguían de un lado al otro del salón a donde ella llevara su voluminoso cuerpo. La teoría de la enseñanza hablaba sobre mantener la atención de los alumnos sobre el profesor, pero no funcionaba con estos dos. Puso al grupo a trabajar en parejas y se sentó detrás del escritorio, dándole vueltas al por qué no podían prestarle atención como el resto de los alumnos. Si alguno de ellos la hubiera mirado en esos momentos habría visto una expresión de angustia que se manifestaba por una tensión alrededor de sus grandes ojos que contemplaban el vacío y sus labios moviéndose lentamente. Nadie lo hizo. La clase terminó a las once y todos dejaron el salón menos ella, que se quedó a recoger los papeles acumulados en el escritorio y las tarjetas con dibujos y el resto de las cosas. Más que caminar se balanceaba con pequeños pasos que se abrían en diagonal, cada pie en dirección opuesta, lo que hacía que finalmente ganara unos cuantos centímetros hacia delante cada vez. En el salón de maestros se encontró con otra profesora. Miss Coco, ¿Cómo está? La veo un poco cansada. She looks tired. No, no, sólo estoy un poco triste, por lo de mi gatito. Oh, ¿no apareció? No, no, no ha regresado Spikes. ¡Ay!, es que los gatos son muy vagos, a veces se van. Era lo mismo que había dicho dos días atrás cuando el gato desapareció. Como ya no tenía más clases por ese día condujo de regreso a casa y todo hubiera sido un viaje normal si no hubiera encendido el aire acondicionado, porque cuando lo hizo supo dónde y cómo había muerto Spikes, y es que le llegó un olor de animal muerto y de golpe vino a su mente la mañana del lunes cuando encendió el auto y sintió algo extraño en el movimiento del abanico del motor, como si algo se hubiera interpuesto en el camino de las aspas, pero nada más que eso, pero ahora sabía que ese sonido había sido su gato que estaba escondido en los entresijos del motor, donde probablemente estaría ahora su cadáver. Sintió cómo su cabeza se balanceaba de un lado a otro como si estuviera en un terremoto y se le oscureció la vista por un momento. La despertó el ruido: a unas cuadras de su edificio, en una calle vacía, el pesado auto de Miss Coco hizo un gran estruendo cuando impactó contra una pared de ladrillos. Las personas se asomaron por las ventanas y salieron de todos los rincones para ver qué había sucedido y algunos se acercaron a ver la escena con más detalles: "una señora ya grande", "no debería andar manejando", "nomás oí cuando se estampó" y demás frases se escuchaban mientras llegaba una ambulancia. Ella seguía aferrada al volante de su auto y de su boca no salían más que algunas frases sueltas que los paramédicos tomaron como producto de la conmoción. En la cabeza de Miss Coco, sin embargo, se sucedían las imágenes de su hija regañándola, de la maestra más joven, una muchacha apenas, que la sustituiría por unos días solamente. Había perdido su gato, su auto y tal vez su trabajo y cuando se fijó que había alguien a su lado, escuchó: ¿Se encuentra bien, señora? No dijo, y aunque sabía que no hablaban de lo mismo se dejó subir a la camilla y a la ambulancia, con la esperanza de hallar algo de reposo. |