Usted está aquí: domingo 18 de diciembre de 2005 Opinión Otro valiente muere en Líbano

Robert Fisk

Otro valiente muere en Líbano

Ahí, en la pantalla, se ve a Jibran Tueni gritando "para siempre, para siempre". Habla de la libertad de Líbano. La cámara de Katia Jahjoura lo capta palpitante de vida. Sólo nueve meses más tarde estaría muerto. No fue para siempre, para siempre. Tueni era editor del periódico An Nahar, un hombre verdaderamente valiente que fue asesinado la mañana del lunes con un coche bomba en las afueras de Beirut.

La película de Katia es sobre un hombre que se hace llamar Terminator, un ser estúpido, idiota y bravucón, aunque valiente, que alguna vez fue soldado en el ejército libanés. Pero tengo mucho tiempo para Katia. Un soldado israelí le disparó en la frontera sur de Líbano por filmar el repliegue en 2000, y recibió otro disparo cuando documentaba la mala conducta de esas tropas en Ramallah. "Primero, no sentí nada", me contó, "y luego fui presa del peor dolor que he sufrido en mi vida".

Pobre Katia, creo que sentirá el dolor por siempre. La primera vez que la hirieron en la frontera, un amigo me mostró una fotografía de ella publicada en un periódico, retorciéndose en su cama de hospital en Nabatea. "¿No has ido a verla?", me preguntó mi amigo. No, no había ido a verla. Cuántas veces no he ido a ver a mis amigos heridos.

Así que me siento a ver los primeros 26 minutos de la película de Katia sobre el Terminator. ¡Ah, qué película!, el Terminator. El Terminator se llama a sí mismo Mahar. Es uno de esos hombres sin futuro que viven en Líbano. El recuerda a una joven que murió en su auto. Chocó. El quería vivir. El vive. Ella muere. Es uno de esos hombres que quiere que se hagan películas sobre ellos, y que tratan de llenar el vacío que existe en la vida de Líbano. Pero fracasará en su intento.

Encuentro cada vez más difícil de entender esta justificación de la vida y la muerte. Hace cuántos meses fue, sólo 10, creo, cuando caminaba por el malecón de Beirut frente a mi restaurante favorito, La Spaghetteria, hablando por mi teléfono celular con mi viejo amigo Patrick Cockburn, que estaba en Bagdad, cuando una banda de luz blanca se acercó a velocidad aterradora como una enorme venda a lo largo de la costera de Beirut.

Las palmeras se doblaron hacia mí como si las hubiera golpeado un huracán y vi a personas cayendo al suelo. Una ventana del restaurante se quebró y desplomó dentro del local y frente a mí, quizá a sólo 400 metros oscuras columnas de humo café se elevaron hacia el cielo. El ruido y la onda fueron seguidas de una explosión tan atronadora que me dejó parcialmente sordo. Sólo pude oír a Patrick. "¿Eso fue allá o acá?, me preguntó. "Me temo que fue aquí, Patrick", le respondí. Casi hubiera podido llorar. Beirut es mi hogar.

Estoy otra vez en el video con la película de Katia. El general Michel Aoun vuelve a Beirut; el mesiánico general cristiano maronita está de regreso.

¿Cómo hacen los occidentales para tratar con los "occidentales" de Medio Oriente, con los Aouns y los Terminators, cuyo pasado de guerra civil ha destruido al país tanto como a ellos mismos? Queremos, nosotros los amistosos y liberales occidentales, escribir fácilmente de estas personas, y cuando Rafiq Hariri murió en febrero pasado yo corrí hacia la calle al lugar del atentado. Aún no había policías ni soldados, sólo un mar de llamas frente al hotel Saint George. Había hombres y mujeres a mi alrededor, cubiertos de sangre, llorando y temblando de miedo. Una mano de mujer, una mano de uñas pintadas yacía a un lado del camino.

El calor me hizo tambalearme, las flamas se extendían por la calle encendiendo los tanques de combustible de los vehículos estacionados que explotaban y me salpicaban en intervalos de segundos. En el suelo estaba un hombre muy grande, acostado de espaldas, sus calcetines ardían, estaba irreconocible. Por alguna razón, pensé que podía ser un vendedor de kaak, un miembro de ese ejército que vende ese pan árabe tostado que le encanta a los transeúntes del barrio. Llegaron los primeros paramédicos y sacaron a otra figura ennegrecida de un auto convertido en antorcha.

¿Debemos ver estas imágenes? Sí, yo pienso que sí. Conozco el viejo cuento de que uno puede ver la "realidad" en películas, que los filmes de Hollywood son así de realistas. Pero, ¡ay!, esto no es verdad. Los periodistas vemos la verdad de toda la maldita guerra y que representa el absoluto fracaso del espíritu humano. He dicho esto una y otra vez, en Australia, Estados Unidos, Canadá, Suiza, Dubai durante los últimos dos meses. Y con todo, no logro que mi mensaje sea comprendido.

A principios de 1991 vi a perros llegar del desierto para festinarse con los cuerpos de hombres, mujeres y niños que quedaron atrapados entre las bombas estadunidenses que estallaron al norte de ciudad Kuwait, al sur de Basora. Tenían hambre, era hora de almuerzo. Aun así, nosotros no mostramos esto. No dejamos que ustedes lo vean.

Gente como Katia Jahjoura quiere que ustedes vean la realidad de la guerra, pero esto no sucederá.

¿Qué podemos decir de Jibran Tueni? Que probablemente no quedó suficiente de él para meter dentro de su ataúd por lo devastador que fue el coche bomba que lo mató. Y tengo que decir algo: no me agradaba Jibran Tueni. A veces era muy cascarrabias. Cuando defendía a su ex mentor, el general Aoun, podía ser un hombre muy difícil de tragar. Aoun mismo alguna vez ordenó a sus soldados "darme una lección" si me atrevía a ir al este de Beirut. Pero Tueni fue un hombre valiente y hubiera sido mi amigo, si se hubiera dado la oportunidad de ser amigos.

Desafortunadamente, Katia Jahjoura no tendrá una nueva película sobre la vida de Tueni. Y su cinta, la que trata sobre ese triste y roto cristiano al que ella inmortalizó, será en parte sobre la destrucción de la vida cristiana en Líbano. Tal vez es el mundo árabe que cambia a la gente después de muerta. Quizá los muertos cambian.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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