Usted está aquí: jueves 15 de diciembre de 2005 Opinión A buen fin

Olga Harmony

A buen fin

José Caballero, director de la Compañía Nacional de Teatro (CNT), ha expresado su intención de dar papeles más largos, de los hasta ahora obtenidos, a los jóvenes egresados de las diferentes escuelas de teatro que han participado en las escenificaciones de la compañía. Es un planteamiento que requiere de sus tiempos de maduración (no se puede sembrar de muchos obstáculos el camino de los que apenas se inician ofreciéndoles las memorables partes de la dramaturgia internacional, que pueden quedar más allá de sus posibilidades actorales), pero que al mismo tiempo resulta necesario si se quiere el relevo generacional y, por otro lado, dar a muchachos y muchachas las posibilidades de crecer en los escenarios aplicando lo aprendido en las escuelas. Un primer intento, que tiene buen principio y, espero, buen fin, es el llevado a cabo con el montaje de la obra A buen fin, de Héctor Mendoza, basada en A buen fin no hay mal principio, de William Shakespeare, que a su vez abrevó de la narración novena de la tercera jornada de El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, tal como se asienta en el programa de mano y que es una pista para entender que Mendoza tomó algo de ambos, pero creó una nueva comedia.

En efecto, el dramaturgo mexicano utiliza la trama de la comedia shakespereana, en la que el tema del anillo y el embarazo apenas se mencionan, estando éstos, en cambio, bien definidos por Boccaccio, y es bien aprovechado en esta nueva comedia. Elimina algunos personajes, como la viuda y sus amigas, y a los muchos hidalgos y señores mencionados en el original inglés les da nombre e identidad, fundiéndolos en dos, Garaux (Mario Corona) y Ducasse (Héctor Holten). Diana (Carolina Cartagena) ya no es hija de una viuda venida a menos, sino una honesta hostelera que se presta al engaño urdido, esta vez por la Condesa de Rosellón. Esta resulta ser la deus ex machina de toda la trama, mujer vivida y sabida, cuyo coqueteo con el rey de Francia deviene algo más al final y contrasta con los titubeos, amores y desamores de los más jóvenes, sobre todo el buen sentido de que hace gala en contraoposición de las chistosas actitudes melodramáticas de su protegida, por lo que su papel hubo de dársele a una actriz con la madurez y malicia de Marta Verduzco quien, junto a Farnesio de Bernal, quien encarna un gracioso rey de Francia, son los narradores de la historia que vemos, en abierta comunicación al público, y dan todo su apoyo a los actores más noveles, entre los que no se puede contar a Arturo Reyes que incorpora a Lafeau y cuya relación final con el bufón Lavache (Carlos Orozco), aquí tan brutal como pudo serlo en la Edad Media, ignoro si es del autor, del director o de ambos. Héctor Mendoza cambia la razón de la negativa de Beltrán (América del Río) de desposar a Elena (Luciana Sylveira) al darla como mujer mayor -a la que tuvo cariño de niño- y no por razones clasistas. El traidor Parolles (Everardo Arzate) resulta desde un principio brutal y antipático en sus consejos misóginos. Es la misma historia y al mismo tiempo es otra historia que amalgama a dos clásicos para dar una ingeniosa y divertida nueva comedia.

El hálito muy juvenil de esta propuesta de Héctor Mendoza es muy propicio para la intención del director José Caballero que a través de ella -y esto me lo imagino sin tener pruebas fundadas- rinde a su vez un nostálgico homenaje a su propia juventud, con música de los Beatles -la imagen que aparece en el programa de mano es una clara alusión a la célebre fotografía de un álbum del cuarteto- que es bailada con gracia y encanto por rey y condesa, y por todos en los cortes de escena. El vestuario un poco indefinido de Patricia Gutiérrez y los peinados y maquillaje de Pilar Boliver también tiene referentes a décadas pasadas mezcladas con lo que puede ser más actual para un espectador joven de hoy, a quien sin duda está principalmente dirigida la escenificación, con un ritmo ligero y un trazo limpio y preciso del director que, al serlo también de la CNT, está logrando equilibrar los repartos entre figuras ya muy destacadas y de amplia trayectoria en la escena y los jóvenes que alborean sus respectivas carreras. La escenografía de Gabriel Pascal es la misma del Quijote de Bulgákov, dirigida por Germán Castillo aunque la iluminación resulte indiferente.

 
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