La Jornada Semanal,   domingo 11 de diciembre  de 2005        núm. 562
 

Ricardo Bada

Las hojas muertas

Cierta vez pase un año completo dedicado al estudio de un tipo de esquelas mortuorias muy típicas en este país, Alemania, y lo hice por motivos de estricta naturaleza literaria. Me propuse averiguar los parámetros de una costumbre de algunos alemanes, no pocos: la de incluir una cita, sagrada o profana, en las esquelas de sus seres queridos. Siempre me habían llamado la atención esas citas, pero siempre las miraba muy por encima, las creía fruto de un espíritu cursi, una especie de kitsch funerario. Hasta que me agarró con la guardia baja el hecho de que no se citase tal o cual salmo, este o aquel versículo de la segunda epístola a Timoteo, ni siquiera un verso de (claro está) Rilke: no, a quien se citaba era a Octavio Paz.

Los alemanes, me dije, no dan puntada sin hilo, y menos en cuestiones de Metafísica: tan es así que una de sus galletas más famosas y sabrosas, inexcusable en las fechas navideñas, recibe el filosófico nombre de Spekulatius. ¿Habría un sistema, habría un revés de la trama, perceptible si uno investigaba, también de manera metódica, esas citas literarias? Y dicho y hecho: decidí tomar como base un diario de la ciudad de Colonia, y un año entero, entre 1987 y 1988, estuve dedicado al tema. La cosecha de mi paciencia y de mis tijeras fueron 186 esquelas fúnebres con citas, y me apliqué, animal aritmético que soy, a la tarea de clasificarlas.

Puse aparte las de procedencia iberoamericana, las más caras a mi corazón: Octavio Paz (ya lo mencioné), Ernesto Cardenal, Teresa de Ávila, Leonardo Boff y... bueno, ya antes hablé del kitsch: Isabel Allende. Puse asimismo aparte las que estaban redactadas en kölsch, el idioma de Colonia —el alemán, no se olvide, es un invento de Lutero. Y puse también aparte algunos de esos epígrafes que no hacían alarde de un pedigrí literario o dialectal: "Adiós my Vida y my Amor" (sic); en otra "Era meravigliosa"; en una tercera —la de alguien que murió de veintinueve años— el dolorido y transparente secreto que encierran estas palabras: "La tentación fue más fuerte."

Y después de haber hecho esos apartes, me restaban 163. ¿Quién se llevaría la palma? Pues en cifras absolutas la Biblia, y de allí, el salmista: veintitrés citas. Le seguían San Juan con diecinueve, y San Pablo con dieciocho. El evangelista que salía peor parado era Lucas, una sola vez, por tres de Marcos y cuatro de Mateo. Y entre los santos no evangelistas el preferido, después de san Pablo, era San Agustín por delante de San Jerónimo, siete y cinco citas, respectivamente. Por su parte, del Antiguo Testamento, además del salmista, Isaías seis veces, el paciente Job dos, y el resto como en los reñidos sprints de un final de etapa del Tour de France: ex aequo.

Quedaban las citas profanas, y para mi sorpresa el vencedor absoluto fue Thornton Wilder, con ocho puntos, y siete de ellos eran la misma frase de El puente de San Luis Rey: "Hay un país de los vivos y hay un país de los muertos, y el único puente entre los dos es el amor." En segundo lugar Antoine de St.-Exupéry —¡El principito!—, y recién el tercero un alemán; inevitable: Rilke.

Y la gama del exotismo abarcaba desde Keats a Kahlil Gibran, desde un proverbio chino a William Saroyan, desde santa Teresita del Niño Jesús a Salvatore Quasimodo, desde Romano Guardini a Dylan Thomas. Los clásicos aparecían representados por Platón y Epicuro. Escasos en cambio eran los grandes alemanes: Hesse, Jean Paul, Büchner, Schiller, Schopenhauer, Novalis, Hebbel. Me fascinó que algunos deudos se hubiesen atrevido con los modernos: Rainer Kunze y Günter Kunert. Y no me extrañó nada que algún alma piadosa citase al ya entonces fallecido arzobispo de Colonia, cardenal Höffner.

Last but not least: De las 186 citas, la que más me llegó al alma fue la que se encontraba en el recordatorio de Helmut Jäger, muerto el 22/4/87, y era una estrofa de Les feuilles mortes, de Jacques Prévert. La coloqué encima del montón, coronándolo y definiéndolo: aquellas eran, efectivamente, otras hojas muertas.

Todo esto que acabo de contar se remonta a fines de 1988. Las cosas han cambiado bastante en los dieciséis años transcurridos desde entonces. Hoy en día es raro aquél en que no aparecen una, dos, tres esquelas con citas, y son muchísimas más en la edición del fin de semana. Y de vez en cuando espigo, de entre todas, unas que me parecen signo de los tiempos: ya se cita también a John Lennon y a Jim Morrison, y fue Bob Dylan ("The answer, my friend,/ is blowing in the wind") quien les abrió el camino. Y recorto, cómo no hacerlo, aquellas donde la cita se hace en su lengua original: cierto verso de Horacio, un soneto de Shakespeare, poemas de Auden y de García Lorca ("¡Si muero,/ dejad el balcón abierto!")... Y otras que lo merecen por la imperdonable errata, como esta que tengo delante mientras escribo, la de ese bebé que, según la esquela, nació el 1° de febrero de 2004 y murió el 30 de enero del mismo año.

Y en fin, no falta alguna absolutamente conmovedora, una que me atrevería a calificar de minicuento. Un profesor de la facultad de medicina del alma mater coloniense hizo publicar, en enero del año pasado, la siguiente:

Un mito de mi infancia está enterrado en el cementerio Melaten. Billy Jenkins (26/6/1885-21/1/1954). En el quincuagésimo aniversario de su muerte quisiera que se recordase al legendario héroe de las entonces denostadas fotonovelas por entregas del Far West, colega del pistolero Tom Prox que no fallaba un disparo, jinete de rodeo artístico y domador de águilas marinas. Gravemente herido y empobrecido, murió en un carromato de circo cerca de Colonia.

Casi parece un poema de la imperecedera Spoon River Anthology, de Edgar Lee Masters.