La Jornada Semanal,   domingo 11 de diciembre  de 2005        núm. 562
LASARTESSIN MUSA
Jorge Moch
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 SIMPLEMENTE SER URBANO

Es raro que en la pléyade de fugaces novedades, programas piloto y estrellitas de cera de la televisión —de ésas que se funden al primer relumbrón— destaquen proyectos que con ecuanimidad, sangre fría y buena leche que no abreve del amarillismo consustancial a la inmensa mayoría de las producciones actuales, lleven al cuarto de la tele una propuesta interesante, amena o hasta conmovedora. Raro, pero posible; los demasiados reality shows actuales suelen ser nada más que la misma mugre con renovado celofán, pero no logran esconder gratas sorpresas como Ser urbano.

Ser urbano es un programa argentino que en su primera generación fue obra de Ideas del Sur y en su segundo respiro, ya con tintes de éxito comercial, de la denostada Telefé que a pesar de las críticas de exacerbada orientación mercantilista de siempre ganó con Ser urbano una merecida reivindicación ante el público. Tanto así que Ser urbano saltó las vallas geográficas de la Patagonia para llegar a la teleaudiencia internacional —aunque ahora la serie ha sido desarticulada, pero de igual modo la rescata Telefé o quien sea para otra nueva temporada en 2006— como parte de la barra de programas de Reality TV en Sky (en México en el canal 225).

Ser urbano es herencia, sin embargo, y aquí se recrudece la virulencia de sus críticos, de un programa que cambió a la televisión argentina, El otro lado, producido, escrito y conducido por un magnífico micro historiador y periodista argentino, entrañable para muchos y hoy tristemente desaparecido: Fabián Polosecki. En El otro lado Polosecki logró atisbar a los inframundos subyacentes de la sociedad argentina moderna, los niños de la calle, los travestidos que se prostituyen en barrios broncos, las pandillas, la vida en presidio y, en general, llevó la marginalidad y el lumpenaje a un protagonismo que restalló deliciosa y valientemente en la empolvada mejilla de las buenas conciencias. Polosecki, sin embargo, aquejado de terribles depresiones —no lo afirmo, pero encuentro románticamente morbosa la idea de que tal vez por tanta porquería de la que fue testigo y juglar— se quejaba de no soportar haber visto, escuchado y sufrido tanto y hacia finales de 2003 se quitó la vida arrojándose a las ruedas de un tren.

Ser urbano vino a ser para muchos la versión transgeneracional y light de El otro lado, motivo más que suficiente para que su conductor, el actor argentino Gastón Pauls fuese convertido en blanco de mascullados reproches que esta columna achaca sencillamente a que Pauls no es Polosecki y esto todavía les duele a muchos de los amigos y seguidores del Polo. Le reclaman acremente, por ejemplo, que a diferencia de la periodística frialdad de Polosecki, de su profesional toma de distancia emocional, Pauls ha roto en llanto en algún programa ante la crudeza de la miseria que visita con sus cámaras y micrófonos. Bien dice Mariana Enríquez, de la revista Radar, que el antecedente de Fabián Polosecki es ineludible: "sin él, Ser urbano no sería posible. Pero los productores del programa de Telefé tuvieron la astucia de elegir a un famoso como testigo curioso de la vida de los otros. Y funciona. Porque Pauls es el de Nueve reinas: puede dejarse guiar por lugares que otros no transitarían. Porque es una cara conocida, la gente lo saluda y le cuenta inopinadamente su vida, como si fuera alguien familiar. Ser urbano no disimula la fama de Pauls; todo lo contrario: cada vez que alguien le pide un autógrafo, la escena sale al aire, no para poner en escena el cholulismo sino para sincerar y abrir el juego." Como sea, la televisión sin duda está mejor con que sin Ser urbano, y ocurre que, como dice Leonardo Bachanian, columnista de El Clarín, "lo que se cuenta supera al mensajero. [...] Ocurre que deja de ser el ‘programa de’ para transformase en la ‘historia de’".

Lograr que un programa que aborda temas como ambulancias, salas de urgencia y cementerios no se vaya de bruces al pozo del amarillismo y además lo haga sin sonar a lo mismo, con insospechada frescura, sólo ha sido posible gracias al talento que estampa en los guiones de la serie Esther Feldman.

Cuánto quisiéramos que en México alguien abriera ese juego que haga televisión políticamente incorrecta, en lugar de arrojar a fondo perdido las pequeñas inmarcesibles fortunas que suponen bodrios como Infarto, Peregrina o cualquier cosa en la que participe Adal Ramones...