La Jornada Semanal,   domingo 11 de diciembre  de 2005        núm. 562


HUGO GUTIÉRREZ VEGA

PALABRAS DE HOMENAJE A UN MÉDICO ENSEÑANTE

Uno de los grandes médicos escritores, Pío Baroja, definió la función social del médico como una vocación artística y humanística. Del conocimiento profundo del organismo humano, sus milagrosos funcionamientos y sus desarreglos y patologías se nutre esta vocación que, desde el principio de los tiempos, supo hacer del arte una ciencia y de la ciencia un arte. Tal vez por esta razón hay tantos y tan buenos escritores en la profesión médica. Pienso en Peón Contreras, Mariano Azuela, Manuel Acuña, Enrique González Martínez, Baroja, Cronin, Axel Munthe, Ramón y Cajal, Gregorio Marañón, George Duhamel, Chéjov, Bulgakov, Arnoldo Kraus, Gabriel Gómez López y Enrique Gómez López, médico y maestro que hoy se jubila de sus tareas pedagógicas y recibe el homenaje de su Universidad, su facultad, sus compañeros y sus estudiantes. Para los médicos, la enseñanza implica el cumplimiento de otra vocación igualmente generosa y solidaria y la voluntad de compartir los conocimientos y de transmitir el estado de espíritu indispensable para profesar esta ciencia, empírica como todas las artes mayores, que es la medicina. El doctor Gómez López ha sido un maestro excelente y un consejero siempre dispuesto a escuchar las preguntas y las dudas de sus alumnos, muchos de ellos agobiados por las duras responsabilidades de su vocación, pero alentados por su carga de nobleza y de auténtica bondad. Por todas estas razones son admirables los médicos enseñantes que se mantienen al día en el conocimiento de las técnicas que progresan incesantemente, y que respetan ese cúmulo de virtudes y de afectos que forman el cuerpo de las artes de curar, comprender y consolar.

Enrique Gómez López es un lector infatigable que conoce a sus clásicos y se mantiene al día en el descubrimiento de las novedades. Su amor por la literatura se manifiesta en su inteligencia de lector experimentado que nunca cae en la trampa de los charlatanes y de los simuladores. Su tercera vocación ha sido la literatura, que practica con la serenidad y la sabiduría que le da su sólida formación de lector. Creo que su género primordial es la poesía, pero también incursiona en la narrativa y quiero suponer que está escribiendo unas memorias en las que debe englobar sus tres vocaciones.

Conozco a Enrique Gómez López como médico acertado y minucioso, como compañero de afinidades literarias, como amante de la expresión poética y como amigo lleno de sinceridad y de bonhomía. Por eso me uno a este homenaje y le agradezco todo lo que ha hecho en los reinos de sus tres vocaciones.

Hace algunos años escribí un poema sobre el médico de una lejana y pequeña isla griega y se lo dediqué a Enrique Gómez López. En este poema trato de afinar mi visión de este arte y de encomiar el humanismo de los médicos y de los enseñantes que lo enriquecen. Quiero terminar este homenaje con ese poema. A través de su lectura verán aparecer el rostro de este médico, profesor y literato que tanto se ha preocupado por mantener en marcha el progreso de lo humano.

Poema XIII

Para Enrique Gómez López

Al doctor Stratos le duele el dolor de sus pacientes.
Cuando inyecta a un niño se queja con el enfermo
y cumple el rito de la solidaridad y de la comunión
en el dolor.

El doctor Stratos estudió en Salónica, hizo cursos
en Roma, fue un internista de mérito y, al cumplir
los cuarenta años, regresó a su isla y se adaptó sin
demasiados esfuerzos a las costumbres inalterables de
su pueblo.

Ha recibido a todos los niños de la isla en los
últimos veinte años y ha despedido con misericordia
a los ancianos cansados de la vida, pero temerosos en
el umbral de la muerte. La muerte de los jóvenes lo
conmociona y junto con el Papa Yorgos, entrega todas
sus preguntas al cerrado mar de invierno.

El doctor Stratos es un artista humilde que sabe
ya todo lo que se debe saber sobre la vida y la muerte.
Su arte mayor es el de la compasión que ejerce con
una naturalidad sobrecogedora. En el hueco de sus
manos se refugian los isleños y cuando llega lo inevitable
ese hueco se vuelve una emocionada fuente de
consuelo.