Usted está aquí: sábado 10 de diciembre de 2005 Opinión Voces bálticas

Juan Arturo Brennan

Voces bálticas

Hace algunas semanas sostuve un fugaz intercambio de ideas con Nicolás Cabral, director editorial de la revista La tempestad, alrededor de un tema harto interesante: la espiritualidad en las artes de nuestro tiempo. El asunto se presta idealmente para la discusión, la polémica y la toma de posiciones, por una razón particular: el hecho de que un segmento importante de la crítica de las artes contemporáneas gira alrededor del concepto de que en ellas se ha perdido, precisamente, la espiritualidad.

En el caso específico de la música, este enfoque se remonta hasta los inicios mismos de la modernidad, y en algunas de sus primeras expresiones se afirmaba que la música moderna había olvidado la expresividad. De ahí al concepto del olvido (o ausencia) de la espiritualidad en la música del siglo XX y lo que va del XXI hay sólo un paso.

Es probable que cualquier debate de estos sugerentes temas se vea obstaculizada de entrada por el simple hecho de que no es fácil llegar a una definición operativa de conceptos tan subjetivos (y en ocasiones abstractos) como la expresividad y la espiritualidad. Una vía posible para aproximarse a esta discusión podría pasar por una revisión de algunas manifestaciones musicales a las que, quizá por falta de los neologismos adecuados, han sido definidas con un sinnúmero de variantes de todo aquello que es neo: así, los compositores neoclásicos, los neorrománticos, los neotonales.

En este orden de ideas, ¿por qué no también los neoexpresivos y los neoespirituales? En el contexto de ponderar las ideas que había intercambiado con Nicolás, se me ocurrieron algunas aproximaciones al tema, tres de las cuales se insertan de manera específica en la música que menciono más adelante:

1. Puede decirse que, en su mayoría, las músicas que hoy son consideradas como parte de esa línea de conducta que tiende a rescatar lo expresivo y lo espiritual, hacen referencia bastante clara a ciertos parámetros compositivos ligados, de manera más o menos directa, con la música medieval o del Renacimiento temprano.

2. Por razones musicales, sociológicas, históricas, culturales e inclusive políticas, pareciera ser que se ha dado una concentración desproporcionada de compositores que siguen estas tendencias en los países que rodean la cuenca del mar Báltico.

3. Sin excluir del todo la posibilidad de que la música puramente instrumental se pueda insertar en estas tendencias expresivas de hoy que vuelven sus oídos hacia el ayer, es claro que la música vocal representa el vehículo ideal de esas tendencias, entre otras cosas porque el significado de los textos refuerza el ámbito expresivo de la escritura musical.

Estas tres ideas están reflejadas espléndidamente en dos extraordinarios discos compactos lanzados recientemente al mercado por la etiqueta Harmonia Mundi con el título Baltic Voices (Voces bálticas, I y II). Se trata de una colección de música muy hermosa, caracterizada en su mayoría por un interesante tratamiento moderno de gestos y armonías tradicionales, que produce un impacto emotivo inmediato y evidente.

El segundo disco de la serie tiene el atractivo particular de que contiene una selección de música sacra relativa a las tres expresiones de la cristiandad que conviven en aquellas tierras y mares: la ortodoxa, la católica y la protestante. En este par de espléndidos discos conviven compositores de cierto reconocimiento (el estonio Arvo Pärt, el ruso Alfred Schnittke, el finlandés Einojuhani Rautavaara) con otros mucho menos difundidos, pero cuya música constituye una agradable sorpresa para el oyente interesado en este tipo de expresión coral: Cyrillus Kreek, Sven-David Sandstrom, Veljo Tormis, Peteris Vasks, Urmas Sisask, Toivo Tulev, Per Norgard y Galina Grigorjeva.

El resultado musical de estos dos discos, de primer orden en ambos casos, surge de la combinación de un repertorio espléndido, muy bien seleccionado y ordenado, con interpretaciones de muy alto nivel a cargo del Coro Filarmónico de Cámara de Estonia, un ensamble que en los años recientes se ha ganado a pulso la fama internacional. Y como director, el experimentado Paul Hillier, quien durante largos años desarrolló una notable experiencia al frente del Ensamble Hilliard, con el que, no por casualidad, exploró algunos repertorios semejantes a los que contienen estos dos discos.

Recomiendo enfáticamente y sin reservas la audición de ambos volúmenes de la serie Baltic Voices. ¿Quizá aparezcan más en el futuro cercano? Así sea.

 
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