Usted está aquí: viernes 9 de diciembre de 2005 Opinión Joyas y donaire en el Quijote

José Cueli

Joyas y donaire en el Quijote

Siguiendo a F. Tomás y Estruch en sus artículos sobre La orfebrería en la composición y la redacción del Quijote llegamos al capítulo XXVII en el que se relatan las sonoras bodas de Camacho.

Luscinda, la novia, ilustre y rica labradora, porta con donaire joyas en el vestido y el tocado (tal y como era la costumbre de entonces) con aires de dama palaciega, como destaca y pondera Sancho, que bien repara en la riqueza de sus joyas y su vestimenta, y dice al respecto: ''No sino, ponedla tacha en el brío y en el talle, y no la compareis a una palma que se mueve cargada de ramos de dátiles, que lo mismo parecen los dijes que trae pendientes de los cabellos y la garganta".

A decir de Tomás y Estruch lo descrito por Sancho se ejemplifica con maestría en las bellas pinturas de Sánchez Coello, Pantoja y Zurbarán. Damas de edad, niñas y jovencitas solían ataviarse con gran cantidad de piedras preciosas, corales y gran diversidad de otras gemas se engarzaban a manera de cintillo que coronaba la frente de donde pendían pinjantes de perlas o sobre los elaborados peinados de la época. También eran ricamente enjoyados adornos para el pelo, tales como redecillas, moños, peinetas, bonetess, birretillos o sombrerillos.

Entre las labradoras acicaladas para el paseo dominical destaca el uso de la patena: lámina o medalla grande con senda imagen esculpida o repujada A la que Sancho alude con estas palabras a propósito de la novia de Camacho: ''Pardiez, que según diviso, que las patenas que había que traer, son ricos corales, y la palmilla verde de Cuenca, es terciopelo de treinta pelos".

Con el auge económico de la época debido al rico comercio de piedras preciosas, corales y perlas por las importaciones de América y el comercio portugués y holandés y riquezas provenientes de Africa y Asia se extiende la joyería en una proliferación nunca antes vista. Los corales finos se montan en sarta, con cabos, avemarías y padre nuestros de oro o de martillo de los cuales también se habla en el Quijote. Con gracia singular, Tomás y Estruch describe: ''Cuando el sutil paje de la burlona Duquesa, apenas ve la hija de un estripa terrones y mujer del escudero andante Sancho Panza, se los echa en forma de collar, entregándole la carta donde le participa que su esposo, gobierna como un gerifalte en la isla Barataria, de marras. Con medio celemín cabal de bellotas cogidas y escogidas en el monte, correspondieron Sanchica y su madre a tan rico presente y misiva, por los cuales ya ven al esposo y padre, con calzas atacadas, y ella, Teresa, con papahigos de camino (tejido defensor del rostro, contra el polvo, el frío o el aire), con protuberante verdugado redondo, hecho y derecho, echando coche en Toledo y Madrid, oyendo como dicen de su hija, que lleva al lado no menos prendida y arreglada: 'Mirad la tal por cual, hija del arto de ajos, y como va sentada y tendida en el coche, como si fuera una pavesa'".

Aparece además el perfume en la joyería. Pastas olorosas se incrustan en pendientes, cadenas, colgantes, dijes y anillos, tanto en objetos de dama como de caballero. También en el Quijote hay alusión a dicha costumbre, cuando Don Fernando bien disfrazado de demonio colabora en el enjaulamiento y restitución caritativa de Don Quijote a su hogar. De nuevo se escucha la voz de Sancho: ''Par Dios, señor... este diablo que aquí anda tan solícito, es rollizo de carnes, y tiene una propiedad muy diferente de lo que yo he oído decir que tienen los demonios; porque según se dice todos huelen a piedra azufre y a otros malos olores, pero, éste huele a ámbar a media legua".

 
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