Usted está aquí: viernes 9 de diciembre de 2005 Opinión El humanismo en la radio

Emilio Ebergenyi/ I

El humanismo en la radio

Texto del locutor fallecido el 10 de noviembre, que presentaría en una conferencia en el primer Congreso de Comunicación y Medios, organizado por la Universidad Autónoma de Nayarit, efectuado del 21 al 26 de noviembre

Pareciera lo contrario, pero vivimos una era oscurantista. Pese a todos los avances que registra nuestro conocimiento, nos sucede lo que ejemplifica el estudio del cerebro: mientras más lo exploramos y le exprimimos sus secretos, cada nuevo avance abre una infinidad de nuevas dudas y retos para ponerlas en claro. Algo similar sucede con el concepto de ''progreso"; en teoría deberíamos estar en el umbral de poder brindar salud generalizada y alimento, para una población que demanda atención y bienestar, combate para las pandemias que genera la desigualdad, pero diariamente atestiguamos que las hambrunas y los conceptos atávicos cobran la factura de muertes e incapacidades que abultan las listas de una sociedad voraz e irresponsable, que prefiere dilapidar recursos y quemar cosechas antes que distribuirlas con generosidad.

La educación y el potencial liberador que encierra el conocimiento, cuando llega, lo hace fragmentado, distorsionado y con frecuencia, falseado. A ello contribuye de manera significativa el concurso de los medios de comunicación, dominados casi en su totalidad por fariseos y mercaderes, que sólo los conciben como una forma desfachatada más de lucrar con la misma estulticia que siembran en los comportamientos individuales y sociales.

El hombre es, a final de cuentas, el sueño de una sombra, decía Píndaro, poeta romano. En este sentido el humanismo es un sueño colectivo de muchas sombras; y en esta concepción etérea, la radiofonía que ha escapado de la adoración al becerro de oro, aparece como un interminable desfile de sombras de palabras que se desvanecen en el éter, soñadas para operar como contrapeso del ruido que generan los eslogans publicitarios, las frases lapidarias de políticos de medio pelo y la repetición incesante de noticias que no son tales, sino meras recreaciones dramatizadas de nuestros avatares bursátiles, deportivos o bélicos. Presenciamos la entronización de la moda, la trivia y la esoteria como las majestades que dictan los rumbos de nuestros amaneceres y la frivolidad de nuestras conductas.

La música ha transitado por un camino similar. Nunca como ahora ha tenido una dimensión tan envilecida y depauperada. Ya no es esa compañía que convocaba a la reunión de sobremesa, a la tertulia nocturna, a la serenata amorosa. Ahora, malamente aspira a una fugacidad, acotada incluso por minutos y segundos; a una repetición incesante, nauseabunda a veces. La música en la actualidad no es más que un híbrido que se re-etiqueta con caprichos demenciales. Un volcán que vomita decibeles que aturden los sentidos.

Son estas dos vertientes las que alimentan en lo fundamental al torrente de la radio: la palabra y el ruido organizado. Ambas necesitan de un amoroso respeto por su parte de silencio, que las hace deliciosas y comprensibles. Ninguna llega a aquilatarse en su posibilidad transformadora, si al abrevar de ellas se ha hecho acudiendo a un aljibe estancado y mohoso, colmado con los lugares comunes y las necedades de siempre.

El humanismo, reflejado en las ondas hertzianas, sólo puede ser entendido y concebido en una perspectiva libertaria. Al decir esto, pienso en personas que les hablan a otras personas, apoyándose en la obra de todos aquellos que previamente la han elaborado, a partir de una convivencia que atesora el respeto, la solidaridad, la compañía y el gozo de vivir, con todos nuestros recovecos existenciales, pero también con la luz interna, que nos permite aligerar nuestras miserias cotidianas.

Toda la riqueza que hace posible este tipo de labor, para nuestra fortuna, está registrada y almacenada en libros, partituras, documentos fonográficos, que sólo aspiran a ser descubiertos y utilizados, para darle calidez humana a un momento radiofónico que le permita bienestar al oyente y al emisor.

Cuando un momento radiofónico siembra en el escucha una inquietud, una reflexión, un asomo de sorpresa, es porque eso mismo le sucedió a la persona que hace radio, al momento de investigar y diseñar lo que se dispersará por el espacio en busca de un oído inquieto y atento.

Todo esto conlleva un proceso de decodificación. El conocimiento se asocia casi automáticamente al tedio, al aburrimiento, a la mecanización y memorización de datos, fechas y fórmulas estériles e inconexas.

 
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