Usted está aquí: jueves 8 de diciembre de 2005 Opinión Paisaje de la batalla

Sergio Zermeño

Paisaje de la batalla

Con la elección de Ebrard esta semana y la unción de Calderón, tenemos ya los pigmentos para delinear el gran fresco de la batalla que se avecina. Felipe Calderón, al rendir protesta como abanderado del PAN en el Palacio de los Deportes, trazó con toda claridad una línea entre pasado y futuro, colocó en aquél a los regímenes corruptos y demagógicos del PRI y asoció al PRD a ese pasado deleznable, en donde "trabajaban, muy contentos, tanto Madrazo como López Obrador". Esa manera de partir las cosas, nos guste o no, conlleva gran eficacia política, porque ordena con sencillez el panorama en la mentalidad de muchos electores. Para que su propuesta fuera lógica hizo desaparecer, en la bola de humo de la transición y la alternancia, el estancamiento y la ineficacia foxista, prometiendo que ahora sí, a partir de 2006, seremos competitivos, país de leyes, ambientalistas, igualitarios... Metió un elemento más al juego, "una alianza con la sociedad civil", ese ingrediente histórico del panismo que nunca ha pasado de 20 por ciento del electorado, y que se centra en la derecha confesional ("chavismo no, cristianismo sí"), o en el referente emprendedor-empresarial-modernizador como el dibujado en el Pacto de Chapultepec de Slim y Televisa. La apuesta es hacer crecer hasta 40 por ciento de los electores esta base civil panista con el espantajo del autoritarismo, el populismo y la corrupción (de Creel y los hijos de Martita ni una palabra, pasando el foxismo a ser el gran apestado).

De esta manera han quedado dibujadas ya, con toda claridad, dos propuestas para 2006, pues López Obrador, por su parte, también ha sido claro y enfático, distinguiendo entre regímenes neoliberales que han hermanado al PRI y al PAN y destrozado a los mexicanos en los pasados 25 años, y regímenes populares. Al referente pueblo y popular se le adereza discretamente con el ingrediente nacionalista, con la negativa de abrir a la inversión privada y extranjera los energéticos. Pero la propuesta obrista entiende que no basta con el voto popular en las ciudades y que es necesario también concurrenciar el voto de la sociedad civil, y entonces se declara de centro y se rodea de personajes confiables, moderados y sensatos. De esa manera se coloca a distancia de los grupos de izquierda dentro del PRD y les impone, en el DF, en su propio bastión, a Marcelo Ebrard, apoyado por los líderes más pragmáticos y corruptos de las colonias populares. Un cierto antintelectualismo incluso se respira, que no alcanza a ser disipado por la bondad de Poniatowska y sí acentuado por el autoritarismo de Raquel Sosa. Las sospechas entonces se acrecientan: dejando de lado el asunto de la corrupción que a todos atañe y a todos salpica, no parece haber diferencias marcadas entre el PRI y el PAN del neoliberalismo, y tampoco parece haberlas entre el PRD, a distancia de la izquierda y abordado por la desbandada priísta, y el PRI del periodo popular, nacional y desarrollista.

Pero a las conclusiones anteriores ya hemos llegado casi todos, con mayor o menor teoría. Lo que aquí nos interesa destacar es otra cosa: antes de la tregua electoral decretada para diciembre y enero, antes de esa especie de eclipse, de apagón del escenario, tenemos las dos propuestas políticas con los clarísimos cortes que hemos descrito. El asunto es: ¿dónde va a estar el PRI cuando en enero se vuelvan a encender los reflectores?, ¿no se le habrá hecho ya tarde para proponer un programa creíble? La cuestión tiene sentido, porque no hay que olvidar que nuestras elecciones, aunque involucran a tres fuerzas, comienzan a mostrar que, conforme se acerca la fecha de los comicios, la tercera fuerza, la rezagada, se desbanda volviendo útil su voto al lado de los dos punteros, como pasó con el PRD en 2000. Entonces mediremos la inteligencia política y el pragmatismo del verdadero obrismo, el de Camacho, el de Ebrard, y el de los priístas iluminados que supieron cambiarse a tiempo de embarcación. En efecto, cómo no pensar que las legiones del corporativismo se separarán del viejo PRI, anquilosado y sin programa, como ya lo han hecho los maestros, hacia el priísmo renovado perredista (que nadie se ruborice), haciendo ondear de nuevo las banderas que han sido las campeonas del siglo pasado y que hoy regresan en toda América Latina: el desarrollo amalgamado a lo popular y a lo nacional. Mientras tanto el discurso madracista sigue ahí, anclado, timorato, sin lograr defender ni al petróleo, creyendo que con un espot por minuto y una despensa por mexicano llegará a Los Pinos. Por lo demás, pobres niños verdes, tan pirrurris, que no recibirán sino el apoyo de los más pobres campesinos, el voto duro del PRI; y pobre Patricia Mercado, con unos intelectuales que no encuentran acomodo en ninguna parte.

 
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