Usted está aquí: jueves 8 de diciembre de 2005 Espectáculos 25 años sin John

Jaime Avilés

25 años sin John

Ampliar la imagen Multitud congregada a las puertas del edificio Dakota poco despu�de que se supo del asesinato de John Lennon, el mismo 8 de diciembre de 1980 FOTO Ap Foto: Ap

Cuesta creer que la Tierra ha pasado ya 25 veces por la zona llamada diciembre que la enfría por la parte de arriba en su órbita alrededor del Sol, desde que un loco mató a balazos a John Lennon a la puerta del edificio donde vivía en Manhatan. A quienes se nos fue la mitad de la vida entre aquel 8 de diciembre de 1980 y la mañana de hoy, la ausencia de las más alta figura moral que produjo la música popular del siglo XX nos revuelve en este día muchas cosas. De todas ellas la menor no es por cierto la perplejidad causada por la aventura existencial de ese individuo.

Entre el nacimiento del niño sin padre en una barriada miserable del puerto de Liverpool y la muerte violenta del emigrante en Nueva York parece haber, a primera vista, una línea de continuidad, la misma que atraviesa la biografía de cualquier proletario británico bebedor de cerveza habituado a la camorra futbolística de su época.

Hijo de Fred, un marinero que a su paso por el puerto simplemente fungió como donador del esperma que invadiría el óvulo de su madre, el bebé John Lennon salió de las entrañas de una tal Julia Stanley en los albores de la Segunda Guerra Mundial, el 9 de octubre de 1949; hoy tendría 65 años, la misma edad que Eduardo Galeano y J.M. Coetzee.

Después de parirlo, Julia abandonó al niño en brazos de su hermana, Mimi Stanley, que se hizo cargo de él. Pero Mimi fallecería seis años más tarde aplastada por un autobús y el poeta le rendiría un sentido homenaje en la canción titulada precisamente Madre, cuyos insoportables gritos en el tramo final de la balada ("mamma don't go!") reconstruyen el dolor y la desesperación infantiles del momento.

Que a partir de una condición tan frágil haya ascendido, escalando las infinitas líneas paralelas del pentagrama, hasta convertirse en una de las personas más notorias, influyentes y polémicas de la humanidad, no es lo más pasmoso. Que no haya perdido la cordura ni la lucidez, como le ha sucedido a otras mentes que suponíamos un poco más sólidas, es algo digno del más amplio reconocimiento.

Era un muerto de hambre, un muchacho alto, feo, con gran sentido del humor, lleno de música y versos, pero nadie daba una pinta de Guinnes por él la primera noche que cantó sobre un escenario. Pocos años después su presencia abarrotaba aeropuertos, causaba disturbios callejeros, histerizaba a millones de adolescentes, vendía millones de discos y ganaba millones de libras esterlinas.

Tras un nuevo abrir y cerrar de ojos estaba sentado sobre una portentosa fortuna económica, ebrio de todas las drogas conocidas, viajando a la India para rencontrarse. En el siguiente acto subía una escalinata en una galería del barrio londinense de Soho, donde una japonesa ignota había colocado un letrero con la palabra "Yes", afirmación que le bastó para enamorarse y casarse con Yoko Ono.

En la nueva secuencia de la película Protesta contra la guerra de Vietnam desde una cama de Amsterdam escribe furiosas canciones contra su ex socio Paul McCartney ("lo único que hiciste fue Yesterday, pero ahora no eres sino Just another day") y se proclama héroe de la clase trabajadora, mientras legiones de videoastas registran cada instante de su vida cotidiana en familia y lo muestran educando a sus hijos, trabajando en el piano, afirmando que la mejor droga es vivir con la mente limpia de drogas. Y un momento después yacía muerto, perforado a balazos en una calle neoyorquina.

Desde entonces, John Lennon ha sido un hueco en la vanguardia de la resistencia moral de la humanidad. Lo hemos echado de menos en las luchas contra el sida en Africa, la devastación general del neoliberalismo, las guerras de la familia Bush, el sobrecalentamiento de la Tierra y la construcción de minibombas nucleares, entre otras calamidades. A 25 años de su muerte, si no canta mejor, como Gardel, cada día su estatura moral crece otro poco.

 
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