Usted está aquí: lunes 5 de diciembre de 2005 Opinión Una desesperación invencible

John Berger * /II y ultimo

Una desesperación invencible

Ampliar la imagen J�es con banderas palestinas frente al pol�co muro israel�n la ciudad cisjordana de Bel� ayer FOTO Reuters Foto: Reuters

La Muqata, los cuarteles generales de Arafat en la capital palestina de Ramallah, era un gigantesco erial de escombros hace tres años cuando los tanques y la artillería del IDF lo mantenían en rehén. Hoy, a un año de su muerte, los palestinos limpiaron el escombro -algunos arguyen que debieron dejarlo así, como monumento histórico- y el cuadrilátero interior está ahora tan parejo como una plancha de cemento para maniobras y ejercicio. En su lado poniente, a ras del suelo, hay una austera lápida que marca la tumba de Arafat. Sobre ella hay un techo parecido al de la plataforma de una pequeña estación de trenes.

Cualquiera puede llegar hasta ahí, cruzando los muros descarapelados bajo las guirnaldas de alambre de púas. Dos centinelas están de guardia junto a la lápida. Fuera de ellos, ningún jefe de Estado (de uno posible) ha tenido un último lugar de descanso tan reticente -que simplemente se declara ahí contra todos los nomios.

Si uno se para a la altura de sus pies en la puesta del sol, su radiantez es aquella de un silencio. Se le apodaba la Catástrofe Andante. ¿Son siempre puros los líderes amados? ¿No están siempre llenos de fallas, no debilidades sino fallas flagrantes? ¿Será esta una condición para ser un líder amado? Bajo su liderazgo, la Organización de Liberación de Palestina contribuyó también, en ocasiones, al escombro de palabras. Pero a las fallas de Arafat le metían, cual si fueran notas en un bolsillo, todos los males que su país sufriera. Y él asumió y cargó con todos eso males, y el dolor encontró un hogar, un hogar doloroso, en sus fallas. No es la pureza ni la fuerza lo que logra una lealtad siempre viva, sino lo imperfecto- como cada uno de nosotros es imperfecto. La postura moral de estar desesperados sin rendirse funciona así.

El poblado de Qalqilya, al noroeste (con una población de 50 mil personas) está totalmente cercado por 17 kilómetros de muro, con una sola salida. La que alguna vez fuera la bulliciosa calle principal termina ahora en la tierra de nadie del muro. Consecuentemente, la magra economía del poblado está en ruinas. Un jardinero del mercado empuja su carretilla con plantas que distribuye antes del próximo invierno. Hasta antes que se alzara el muro tenía doce trabajadores. (95 por ciento de los negocios palestinos tienen cuando mucho cinco.) Hoy no emplea a nadie. Las ventas de sus plantas -toda vez que el poblado está cercenado de todo- se han reducido 90 por ciento. Hoy tira las semillas de sus flores de licnis en vez de colectarlas. Sus grandes manos se vuelven pesadas al admitir que tal vez ya no tienen nada que hacer aquí.

Es difícil transmitir cómo se mira el muro en los sitios en que cruza la tierra donde no hay nadie. Pero es lo opuesto al escombro. Es burocrático -cuidadosamente planeado mediante mapas electrónicos, prefabricado y preventivo. Su propósito es evitar la creación de un Estado palestino. Es el propósito del marro. Desde que comenzó a construirse hace tres años, no ha habido una reducción en el número de ataques kamikaze. Parados frente a él, hay la sensación de ser tan pequeños como una colilla de cigarro. (Excepto durante el Ramadán, los palestinos fuman mucho.) Y no obstante, no parece algo definitivo, tan sólo irremontable.

Cuando esté terminado tendrá 640 kilómetros, y será la cara larga de la inequidad que se tiende entre aquellos que cuentan con todo el arsenal de la más nueva tecnología militar para defender lo que creen que son sus intereses (helicópteros Apache, F16, tanques Merkava, etcétera) y aquellos que no tienen nada salvo sus nombres y una convicción compartida de que la justicia es axiomática. La postura moral de estar desesperados y no rendirse funciona así.

Podría decirse que el muro pertenece a esa misma lógica represiva miope que impulsa el "buum sónico", un bombardeo al que los habitantes de Gaza son sometidos todas las noches, aun mientras escribo esto. Los jets de combate se lanzan a muy baja altura y a toda velocidad, rompiendo la barrera del sonido y los nervios de aquellos que se acurrucan sin poder dormir bajo la cobija de su axioma. Pero esa lógica no funcionará.

Tal superioridad en la capacidad de fuego desalienta cualquier estrategia inteligente: pensar estratégicamente es ser capaces de imaginarnos en el lugar de nuestros oponentes, y el sentido de superioridad habitual impide hacer esto.

Trépense a uno de los jabals y miren abajo, hacia el muro, más allá de las burdas divisiones geométricas que se tienen al horizonte sur. ¿Vieron el pájaro abubilla? En el largo plazo el muro parece provisional.

Hay 8 mil prisioneros políticos en las cárceles de Israel, 350 de los cuales tienen menos de dieciocho años de edad. Un periodo en prisión se ha vuelto una fase normal que tiene que sufrirse, una o muchas veces, en la vida de un hombre. Arrojar piedras puede conducir a una sentencia de dos años y medio o más.

"La prisión para nosotros es una suerte de educación, una extraña suerte de universidad." El hombre que habla usa lentes, tiene como cincuenta años y está vestido con un traje propio de un almuerzo de negocios. "Uno aprende cómo aprender ahí dentro". Es el más joven de cinco hermanos e importa máquinas para preparar café. "Uno aprende cómo luchar juntos y volvernos inseparables. Ciertas condiciones han mejorado en los últimos cuarenta años, mejoraron gracias a nosotros y nuestras huelgas de hambre. Lo más que yo aguanté fueron veinte días. Obtuvimos un cuarto de hora más de tiempo para hacer ejercicio diario. En las prisiones de sentencias largas, solían tapar las ventanas para que no hubiera luz de sol en las celdas. Obtuvimos que nos regresaran el sol. Hicimos que nos quitaran un cateo corporal en la rutina diaria. Aparte de eso leemos y discutimos lo que leemos, nos enseñamos unos a otros diferentes lenguajes. Y llegamos a conocer a ciertos soldados y a ciertos guardias. En las calles es el lenguaje de las balas y las piedras lo que intercambiamos. Adentro es diferente. Ellos están en prisión tanto como nosotros. La diferencia es que nosotros creemos en lo que nos llevó ahí dentro, y ellos, casi ninguno cree, únicamente están ahí para ganarse la vida. Sé de algunas amistades que comenzaron así."

La postura moral de estar desesperados y no rendirse funciona así.

El desierto de Judea entre Jerusalén y Jericó es de piedra arenisca, no de arena, y abunda en precipicios, no es plano. En la primavera, algunas partes se cubren de pasto silvestre y las cabras de los beduinos se alimentan de éste. Después en el año sólo hay amontonamientos de arbustos de cambronera.

Si uno contempla este desierto descubre rápidamente que es un paisaje cuya mirada se dirige totalmente hacia el cielo. Es una cuestión de geología, no de historia bíblica. Y es así porque cuelga del cielo como una hamaca, y cuando hay mucho viento se tuerce como una sábana ondulante. El resultado es que el cielo parece más sustancial, más urgente, que la tierra. Una espina de puerco espín aterriza a mis pies traída por el viento. No sorprende que cientos de profetas, incluidos los más grandes, nutrieran sus visiones aquí.

La luz agoniza y un rebaño de doscientas cabras, con su pastor beduino montado en una mula y su perro, hacen su descenso vespertino al campamento donde hay agua potable y algo de grano extra qué comer. Los cardos y las raíces rizomáticas ofrecen poco nutrimento en esta época del año.

La dificultad con los profetas y sus profecías finales es que tienden a ignorar lo que sigue inmediatamente a las acciones, ignoran las consecuencias. Para ellos, las acciones, en vez de ser instrumentales, se vuelven simbólicas. Puede ocurrir que las profecías ocasionen que la gente ya no mire lo que el tiempo contiene.

La familia beduina de allá abajo vive en dos edificios abandonados, no lejos de un acueducto romano. En esta hora del día la madre estará cociendo pan plano, pan diario, en una piedra caliente. Siete de sus hijos, que nacieron aquí, trabajan con el rebaño. Recientemente, el IDF informó a la familia que se tienen que ir para la primavera. "Manos arriba de la cabeza y caminen hacia atrás." Todas las cabras hembras están preñadas. Es un periodo de cinco meses de gestación. "Ya veremos qué hacer llegado el momento", dice uno de los hijos. La postura moral de estar desesperados sin rendirse funciona así.

Una renuencia a ver las consecuencias inmediatas. Por ejemplo, el muro y la anexión de más tierra palestina no puede prometer seguridad al Estado de Israel, pues recluta mártires.

Por ejemplo, si un mártir kamikaze pudiera ver con sus propios ojos, antes de morir, él o ella, las consecuencias inmediatas de su explosión, tal vez reconsideraría la pertinencia de su decisión heroica.

El maldito futuro de las profecías que lo ignora todo salvo el momento final.

En la postura moral que insisto en referir, hay algo especial, una cualidad para la que ningún vocabulario posmoderno o político puede hallar un término. Es la cualidad de una forma de compartir que desarma la crucial pregunta de: ¿por qué nacimos a esta vida?

Esta manera de compartir desarma y responde a la cuestión no con una promesa, o con un consuelo o un juramento de venganza -estas son formas de la retórica propias de los lidercitos o los grandes líderes que hacen la historia-. Responde y desarma la cuestión pese a la historia. Su respuesta es breve, breve pero perpetua. Uno nació a esta vida para compartir el tiempo que reiteradamente existe entre los momentos: el tiempo del devenir antes que el ser se arriesgue a confrontarse una vez más, estando desesperado pero sin rendirse.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© John Berger

* John Berger acaba de publicar su más reciente libro de relatos, Here is where we meet, Pantheon Books, 2005, que dio pie a un homenaje internacional por su trayectoria como escritor, pintor, guionista, pensador, dramaturgo y crítico de arte durante abril y mayo de este año en Londres.

 
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