La Jornada Semanal,   domingo 4 de diciembre  de 2005        núm. 561
 

Instantes alrededor de la poesía

Jorge Bustamante García

¿A dónde se va el tiempo y qué será la poesía?

Who knows where the time goes dice en una canción Judith Collins. Si es que el tiempo se va a algún lugar, ese lugar ha de ser la poesía, porque la poesía es sólo tiempo y, al mismo tiempo, no tiene tiempo: es invención.

Muchas cosas puede ser la poesía. Es el pathos, los ojos de Olga a los dieciséis años, el espíritu profundo, un hombre pescando sobre un lago de hielo, un aliento vital, alguien en los estertores del orgasmo en un bosque de pinos, un estado del alma.

No sabemos lo que es la poesía. Sólo intuimos algunas cosas: sabemos, por ejemplo, que rompe cadenas... que no deduce certezas ni propone sistemas para alcanzar la felicidad. La poesía no parece saber nada, sólo desentraña, interroga, es encuentro, celebración: no subyuga a las cosas, sólo deja que reposen en su ser. Tampoco, quizá, la poesía sea sabiduría. La poesía no sabe, es, y en ese estar siendo otorga nombre a las cosas, a lo desconocido, a la ausencia. Los grandes poetas realmente no han sabido lo que es la poesía. Si lo hubieran sabido, tal vez nunca hubieran escrito un buen poema.

La desesperanza, el vodka y la poesía

Rubén Darío Flores es el traductor colombiano de Pushkin y otros poetas rusos. A sus diecinueve años, en 1979, vagabundeaba por las calles de Petersburgo (Leningrado, en aquella época) y realizó un aparatoso viaje en tren entre Moscú y la ciudad de Pedro el Grande, porque "Leningrado y la poesía del siglo XIX lo llamaban". Ya instalado en su litera, advirtió que su vecino de viaje era un hombre que leía empecinadamente un libro del poeta Joseph Brodski. Intercambiaron unas palabras y el hombre lo invitó a beber un trago de vodka. El tren seguía cruzando la vasta noche en que nevaba. El hombre le comentó, como quien no quiere la cosa, que tal vez a Brodski ya no le aguardaba la suerte del poeta Mandelstam, muerto en un campo de concentración por escribir un poema mediocre contra Stalin. El hombre apuró un vaso entero de vodka y dijo: "Nadie sabe dónde quedaron los huesos de Mandelstam." Aquella noche, en ese tren, el hombre y el traductor colombiano hablaron sin descanso sobre la desesperanza y la poesía y comprobaron que acompañadas de vodka podrían ser de una gran compañía. "Terminamos el pollo —comenta Flores—, las cebollas verdes, los arenques de las islas Sajalin. El vodka nos trajo las palabras cómplices que surgen en los viajes largos en tren. Ya no me acuerdo del nombre de aquel lector de Joseph Brodski, pero nunca olvidaré una frase de aquella conversación: ‘La poesía tal vez no salve a nadie, pero sin ella estamos jodidos.’"

Kierkegaard, los brutos y la angustia

¿Podrán escribir poesía los "felices"? Hasta los poemas más afortunados, que destilan belleza y perfección y una tenue alegría, son producto —al fin y al cabo— de algún espíritu alocado que lleva sobre sus hombros la voz de su angustia. Kierkegaard decía que para ser feliz hay que ser idiota, es decir carecer de espíritu. Por eso el bruto no experimenta la angustia.

Neruda y tu amor

Decía Hölderlin que "lo que permanece lo fundan los poetas". Podríamos ser vanos y grandilocuentes y decir que Occidente permanece gracias a Homero y Virgilio. Pero no, huyamos de todo eso. Con que permanezca tu amor, querida mía, se lo debemos a las palabras que nos decimos y en el fondo, muy en el fondo, a los poemas de Neruda.

Pescador de sonidos vivos

Los sonidos que viven se vuelven palabras y de ahí al verso hay sólo un paso. La poesía no intenta ser significado, sino sonido. Y el sonido, en un buen oído y si ese oído es el de un poeta, puede convertirse en ritmo, en hemistiquios exactos, en endecasílabos sinuosos, en versos libres sonoros que no se desmoronan. El poeta es un pescador de sonidos vivos que se vuelven palabras en los versos. Marina Tsvetáieva creía que el origen del verso es el sonido y Rubén Bonifaz Nuño fue más categórico: "todo verso debe nacer por el oído", dijo.

Habitar la poesía

Así como Don Quijote no se lee, sino que se habita, así la poesía debe ser habitada para extraer de ella las más secretas esencias. Leer poesía óptimamente es habitarla.

Poetas quejosos

Muchos poetas se quejan de que no pueden vivir de la poesía, que sus libros no se venden, que ya ni siquiera los editores los quieren publicar. Pero siempre ha sido así. El destino del poeta es casi siempre trágico, porque es el único oficio del que casi nadie puede vivir. "El fabricante de rosquillas puede al menos comérselas, pero el que sólo sabe hacer poemas ¿qué comerá?", se pregunta el nadaísta colombiano X-504, alias Jaime Jaramillo Escobar. A lo mejor deba dedicarse a escribir novelas para atenuar, así sea sólo en parte, sus penurias cotidianas. Todo esto no parece ser más que un malentendido. Por supuesto que no se puede vivir de la poesía, ya lo sabían los griegos y los latinos, sino que se vive para la poesía. El poeta que no vive para ella, se traiciona a sí mismo. Pero en ese vivir para ella, el poeta inventa mil coartadas para poder dedicarse a ella. Desde pasar hambre y realizar mil oficios, hasta refugiarse en la academia o escribir novelas. La poesía no es un deber: tan sólo una vocación y, con frecuencia, un placer.

La rebeldía sin fin

La poesía tal vez no cambia al mundo, pero es capaz de insuflarle nuevos sentidos e insospechadas resonancias. Digámoslo con inevitable solemnidad: escribir es reinventar el mundo cada vez que se deletrean los objetos, cada vez que se vislumbran los paisajes, cada vez que la luz atropella los cuerpos y las cosas. Esto hace de la poesía, y de la escritura en general, una especie de rebeldía sin término, una insurgencia constante frente a lo que ya conocemos, a lo que ya está dado, a lo que debido a la reiteración inclemente se ha convertido en cliché.

Todo está en la quintaesencia

Desde que Rimbaud descubrió que el poeta debe agotar en sí mismo todas las experiencias y acceder a su propio conocimiento a través de profundas y permanentes inspecciones, tanteos y aprehensiones, parece quedar claro que la poesía tiene que ver sólo con lo que se queda impregnado en el alma. Aun cuando juega, incluso cuando es pirotecnia y acrobacia, la poesía no se desliga del alma porque es allí donde permanece la quintaesencia de las cosas que parecen ciertas. Ya lo decía José Gorostiza: "La poesía es la investigación de ciertas esencias." Pero el don del alma, en poesía, sería insuficiente sin el don de la palabra y sin la posesión del delirio. Sentir y escribir es la vocación de todo poeta. Por eso Marina Tsvetáieva reflexionó: "Igualdad del don del alma y la palabra: eso es el poeta. De esta forma, no hay poetas que no escriban, ni poetas que no sientan. Sientes, pero no escribes —no eres poeta (¿dónde está la palabra?); escribes pero no sientes —no eres poeta (¿dónde está el alma?). Yo prefiero, naturalmente, a quien no escribe pero siente, que a quien no siente pero escribe. El primero, quizás, mañana será poeta. O santo. O héroe. El segundo, el versificador, no es nadie. Y su nombre es legión."

El pecado, las dudas, el asombro y el vacío

El pecado original de todo poeta es el asombro. Por eso le encanta sentirse desorientado. Por eso, junto con la belleza que entrega generosamente, lo único que puede ofrecer con toda certeza, son sólo sus propias dudas. El poeta, a fin de cuentas, lo que hace es hilar el vacío.

Un hecho colectivo

Somos un diálogo, la poesía es un hecho colectivo, aunque se ejerza desde la más absoluta soledad.

El poeta y el tiempo

Con frecuencia se afirma que la obra de un poeta tiene que ver con su tiempo. Que el acierto de fulano (llámese Neruda, Sabines, Benedetti, etcétera) es que "entendió lo que necesitaba la gente", como si fuera un político en campaña. Pero qué poeta va a entender lo que necesita la gente, si a duras penas podrá entender lo que él mismo necesita. El poeta hilvana el asombro desde la palabra y de esa manera llega a la gente, sin proponérselo, casi a pesar suyo. Es claro que un poeta no brota de la nada y tiene que ver con su tiempo, pero ese su tiempo es todos los tiempos y todos los lugares. Esa es la razón por la cual tantos poemas de muchos poetas, tan distantes a nosotros en tiempo y lugar, nos parezcan tan actuales, tan nuestros.

El don de la poesía no necesariamente son poemas

La poesía está en casi todo, latente, aparentemente dormida, detrás de las cosas o entre ellas y los seres del mundo. La poesía está ahí, telúrica, permanente y siempre cambiante, a la espera de la palabra ambigua que le dé hálito y forma inasible. La poesía existe fuera de nosotros, pero necesita de nosotros por aquello de la contemplación y la metáfora. Muchas personas saben que tienen el don de la poesía, no porque escriban poemas, sino porque poseen una concepción poética acerca del mundo. Wallace Stevens afirma que el "poeta siente abundantemente la poesía de todo".

Que la poesía suceda

Pensamos, con frecuencia, que la poesía está en algunos libros. Pero lo único que en realidad pueden hacer esos libros, cuando los leemos, es que la poesía suceda.

La poesía casi nunca surge de la academia, sino que emana de la vida, de la noche y el día, del río y la montaña, de la pasión y el sufrimiento, de la incertidumbre y de la ausencia. La poesía sucede si sentimos su estremecimiento.

San Agustín y Borges nunca supieron lo que es la poesía

Así como no se sabe, en realidad, qué son la gravedad y la luz, nunca se sabrá qué es la poesía. Nadie sabe lo que es la poesía. Aunque se ensayen mil respuestas sesudas se sigue sin saber qué es la poesía. Cuando se lo preguntaron a Borges, respondió con una cita de San Agustín que encajaba a la perfección. San Agustín dijo: "¿Qué es el tiempo? Si no me preguntan qué es, lo sé. Si me preguntan qué es, no lo sé." "Pienso lo mismo de la poesía", agregó Borges lacónicamente.

Correspondencia electrónica y poesía

Con el poeta colombiano Álvaro Rodríguez Torres mantenemos una amistad desde la infancia y una relación epistolar desde hace más de tres décadas. Al principio yo le enviaba cartas ya fuera desde Moscú, Crimea o Yásnaia Polania y él me contestaba desde la sabana de Bogotá, en una conversación que podía durar semanas, y hasta meses, en ir y venir. Nuestras epístolas se acostumbraron a ser lentas, extensas y reposadas, en un vaivén que entrañaba en sí mismo una suerte de dinámica de la ensoñación. El asunto continuó así durante años y sólo cambió, repentinamente, el día que Álvaro descubrió la eficacia y la sensación de inmediatez del e-mail. Ese día, en uno de mis muchos intentos por convencerlo de las virtudes de la comunicación electrónica, yo le envié desde Morelia un corto mensaje que a él le pareció de una contundencia radical. Álvaro me contestó desde Bogotá, casi inmediatamente, entusiasmado. Desde entonces el mensaje electrónico se nos convirtió en casi un vicio y un pretexto, tal vez como antes en nuestras lentas y alargadas cartas, para hablar de todo, de nuestras vidas, pero también de los libros que leemos, de los autores que disfrutamos, en fin de la poesía que nos acompaña desde nuestros años jóvenes. De ese maremágnum de respuestas de mi amigo he querido rescatar algunos momentos que perfectamente pueden constituirse en verdaderos instantes alrededor de la poesía.

El azar y la poesía

Empiezo por afirmar que el azar no es más que una necesidad, parodiando el título del famoso libro de Jacques Monod, tan de moda allá por los años cuando fuimos jóvenes. El azar es lo eterno que uno puede encontrar en un libro tan lindo y tan misterioso como Najda, de don André Breton. Bueno, tanta solemnidad para decir que el azar se le da al poeta pero no pide ser encontrado, sólo la poesía puede descubrirlo con su gozo. Esta mañana ya no es posible una existencia a la sombra. Y es que hay tanto sol, tanto aire espacioso que camina por la sombra hacia el mediodía.

Educación del sentimiento

Te escribo asomado a la ventana de mi oficina. Es mediodía en el corazón y en medio de la calle. Es mediodía y una a una hablaré con las horas de la tarde. Esta última línea no es más que una paráfrasis de un verso de Pablo Neruda. No importa, yo también robo de donde puedo, impunemente. Y es que entre otras cosas ya no nos queda sino la glosa, ya todo está redicho. Claro que sigo leyendo por placer, pero mi lectura es la de un cazador, la de alguien que quiere desbaratar el juguete para ver cómo está hecho. García Márquez dice que leyó mucho para ver cómo es que están cosidas las novelas. Y eso no es liviandad. Refiriéndose al verso libre, Derek Walcott dice que el poema es deudor, claro, del espíritu, pero mucho más de la disciplina, la disciplina como una educación del sentimiento.

Lo dicho y el silencio: Juan Sánchez Peláez

Un sol astigmático se pierde entre las nubes, abandonado, con fidelidad, a la narrativa de este verso. Ha muerto en Caracas Juan Sánchez Peláez. Hay tantos poetas pero sólo unos cuantos llega a recordar uno con agradecimiento. Juan Sánchez Peláez es para mí uno de ellos. Para cruzarme con lo dicho y con el silencio, yo esperaría siempre su poesía a lo largo del mundo.

La muerte de los buenos poetas y los dinosaurios

Te escribo desde esta mañana aún inconclusa como la famosa sinfonía de un famoso músico que no acierto a citar aquí. Esta mañana, mirada y visitada por la niebla y embestida en su linaje por el viento, esta mañana que "va hacia la nieve", tanto nos llena de rencor el frío en nuestro cotidiano aprecio. La corta precisión del día se beneficia esta mañana con el sol que acaba de salir y que viene a invalidar la niebla de mi párrafo anterior. Claro que la muerte de los buenos poetas es una calamidad sólo comparable a la extinción de los dinosaurios hace sesenta millones de años, y no lo digo con ironía. Y es que, como tú dices, sin ellos todo queda en manos de la desolación del dinero, que no es mejor que la del poder porque son lo mismo. No te he contado que me encuentro leyendo una biografía novelada de Hildegard Von Bingen, la mística, música y médica alemana de la Edad Media.

En literatura aún se puede esperar todo de los muertos

Gota a gota, este lunes se ha decidido por la lluvia. Y a propósito del "saber ser", después de asomarme al párrafo de Bloom lo he encontrado shakespeareano en su sabiduría, nos enfrenta al mal año que puede ser toda vejez. Ser o saber, this is the question. No conozco a Sebald, voy a buscarlo, en literatura todavía uno puede esperar todo de los muertos. El fin de semana, agripado como estaba, lo pasé leyendo al gran poeta Carlos Mastronardi, un poeta argentino de Entre Ríos para quien Aurelio Arturo en Colombia sería su alma más gemela. Reticente como Arturo, sus poemas apenas alcanzan un puñado, pero es un puñado donde cabe el mundo con toda la luz de su amada provincia. Tampoco yo me hago muchas ilusiones con el mundo, con su noche entera que no sirve para un alba.

Fin de semana para afinar la dicha

Es lunes y efectivamente pasé el fin de semana tal y como tu hermoso mail lo sospecha. En verdad, de alguna manera me he hecho a una vida de fines de semana para afinar la dicha. Si miro hacia atrás son tantos los años que en el recuerdo del afecto fueron engendrados por los fines de semana, con sus lecturas, con la magia de lo cotidiano. El mundo que recibimos lo hemos devuelto marcado con el anhelo inseparable de nuestra voz. Hemos tatuado el lenguaje con nuestro cuerpo. Pero el mundo se confunde con la palabra que lo nombra en la ofrenda del sentimiento. Suena romántico, ¿verdad?

Poesía intelectual y esclerosis

No hay días inéditos, días que tal vez no pertenecen al tiempo. Tampoco hay que suponer que pertenecen a una decantada eternidad. Sólo que ayer, para el centenario de Neruda, creí vivir uno de ellos, un día apartado de todos, atendido por el recuerdo. Sucede, así me parece, que Neruda llegó a su hora y escribió para todos. Sus versos abundan en la primera persona del singular pero no sólo para decir Yo, o, mejor dicho, el Yo que dicen es un relato que no siempre pasa por la cabeza sino que toma el desvío del corazón, sin caer en lo sentimental, en el tango, según la célebre acusación de Vicente Huidobro. Sí, don Pablo es grandioso, aunque no siempre; a su lado gran parte de la poesía intelectual parece esclerótica. Y eso que a mí me encanta que los versos piensen, pero no que hagan siempre geometría como los de Juarrós. De modo que en esto estoy de acuerdo contigo.

mails arqueológicos, Hölderlin, la privacidad de dios y el poema...

Debo decirte que nuestros mails arqueológicos trabajan con su luz en lo que no vacilo en llamar una resurrección, aunque tal vez esta palabra sea un asunto que sólo tiene que ver con la privacidad de Dios. Digamos que hemos rescatado miradas que no han perdido su don y todavía nos sostienen. Recuerdo que fue fundamental para mí el número doble de la revista Eco que apareció en 1970 en conmemoración de los doscientos años de Hölderlin. Desde entonces he vuelto a él siempre y lo he regalado siempre. Hölderlin sólo puede ser ineludible, no puede existir de otra manera. A finales de los ochenta adquirí su poesía y el Hiperion en Buchholz. A mí me parece que el recurso del diletantismo me llevó a la escritura. ¿Para qué leer libros si se puede escribirlos? ¿Por qué no escribir los libros que uno quiere leer? En fin. Pensaba entonces que el prestigio del escritor sólo podía parecerse al sabor del vino. Valía la pena recorrer esa Senda de Oku. En poesía nunca he sabido responder por la verdad porque pienso que si es buena es buena, a pesar de que esté equivocada. No sé si me hago entender pero el poema no debe rebajarse nunca a la conjetura, tiene que quedarse lejos de la doxa, de la opinión. Baste con que su lectura nos sirva de fondo a la alternativa de la lástima. El poema debe sentir alegría...

Lo que queda

La tarde de lejos se parece a la mañana. Un aire de despojo existe en las hojas amarillas que ruedan por el suelo allá en el parque... acá es lunes y además llueve. El día termina. El viento viene por los árboles, que se quedan dormidos bajo la luz fugitiva con su figura de estampas. Ya estoy muy lejos de la mejor juventud. Queda el aire y la mano que escribe su trabajo. Queda el amor con que vivo. Queda lo que nunca nos ha dado la espalda: el amor y toda la amistad.