La Jornada Semanal,   domingo 4 de diciembre  de 2005        núm. 561


HUGO GUTIÉRREZ VEGA

EN RECUERDO DE ALEJANDRO AVILÉS

Alguna vez acompañé a Alejandro Avilés en uno de sus rituales viajes a La Brecha, Sinaloa, su minúsculo y muy bello lugar de origen. Estaba emocionado, reconocía todas las cosas y algunos árboles eran sus conocidos. El calor crecía y nos sentamos a beber una cerveza y a contemplar el paso cadencioso de las lugareñas. Nos asombraron sus bien torneadas piernas, sus estrechas cinturas, amplias caderas y sus pequeños y erguidos pechos. Alejandro gozaba con nuestro entusiasmo y sonreía benévolamente cuando el objeto de nuestra admiración era alguna de sus muchas y muy hermosas parientas. Por esos tiempos dirigía la revista La Nación y estrechaba sus relaciones con el COPEI venezolano y con la Democracia Cristiana Chilena. Se escribía con Caldera, Frey y Tomic. Teníamos los del sector juvenil del PAN el propósito de aumentar los intercambios de ideas y de proyectos con la izquierda cristiana de Chile y con los organismos internacionales ligados a la Democracia Cristiana de Italia y de Alemania. Por otra parte, nos acercábamos a la Revolución cubana y al movimiento ferrocarrilero de Vallejo y Campa. Traíamos, como dicen los peninsulares, una "empanada mental" y nos era necesaria la orientación de Alejandro Avilés, hombre sensato, tranquilo, generoso y fiel a sus ideas y convicciones. Así lo recuerdo, siento viva su memoria y veo, en varias ilustres instituciones, la huella de su magisterio sencillo, directo y amable. Nada de pedantería, nada de pontificar, aprobar o reprobar. Su bonhomía era de verdad y oponía al odio una compasión camusiana. Buen lector de Mounier y de Maritain, trataba de aplicar a la realidad mexicana las ideas de ambos pensadores. Su compromiso político era sincero y desinteresado. Tuvo problemas con algunos de los dirigentes panistas y, en su momento, hizo un mutis discreto y bien meditado. Sin duda que La Nación tuvo tres directores ejemplares: su fundador, Carlos Septién García, Alejandro Avilés y Gerardo Medina. Para ellos lo fundamental era la doctrina del partido y el perfeccionamiento de las técnicas del periodismo partidista. Muchas veces hablamos de los periodistas ligados a los partidos comunistas y democristianos de Europa, Chile y Venezuela. Tenían obligaciones con la verdad, pero la observaban desde la perspectiva derivada de sus principios y de su proyecto sociopolítico. Por estas razones, el periodismo partidario debe encontrar los delicados equilibrios que le permitan ser doctrinario y, a la vez, periodístico. Lo contrario a este equilibrio son las hojas parroquiales y los elementales difusores de instrucciones y de consignas. Avilés fue un maestro en la conciliación de estas dicotomías y transmitió a sus colaboradores la idea de un periodismo que sirviera a su partido pero, fundamentalmente, a la verdad. Su carrera de periodista se inició en El Debate, diario que fundó en Los Mochis. Ya en la capital dirigió dos revistas: Acento y Mundo Mejor y colaboró en Excélsior, El Universal y Proceso. Pero, tal vez, su labor más meritoria fue la que realizó en la dirección de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Varias generaciones de periodistas lo tuvieron como maestro y orientador. Siempre estaba dispuesto a aconsejar. Nunca escatimó sus apoyos y sus estímulos. Sus alumnos lo recuerdan como "el profe" por antonomasia. Pienso, además, en su noticiero cultural en la XELA y en sus trabajos en las Federaciones de Periodistas Católicos.

Pienso, sobre todo, en su poesía. Poco antes de escribir estas líneas leí de nuevo El libro de Eva. La esposa, tanto amada como compañera, los hijos y sus primeros pasos, la casa en que se vive, el amor que permea todos los momentos y el lenguaje y la construcción que hacen posible decir esas grandes cosas pequeñas, son la substancia de ese libro ejemplar. Madura soledad, Don del viento, Los claros días y La vida de los seres son los libros que reunió en su Obra poética publicada en 1994. Figuró en la antología titulada Ocho poetas mexicanos e hizo trabajos críticos sobre la poesía de Rosario Castellanos, Francisco Alday, Concha Urquiza, el padre Plasencia y Manuel Ponce. Su presentación del disco de "Voz viva de México" de la UNAM, Poesía católica es un modelo de equilibrio crítico y de emoción lírica.

Lo veo tomando café, subrayando sus afirmaciones con sus grandes manos, pronunciando el español con acento sinaloense, dando sus respetuosas opiniones, moderando sus justas indignaciones y, sobre todo, escribiendo con cuidado y sensibilidad bien controlada por las formas, su poesía que tanto tuvo que ver con su vida y con sus obras. Mucho y muy bien me aconsejó cuando empecé a escribir poesía. Por eso agradezco y reconozco su magisterio.

Fue Alejandro Avilés un ser humano excepcional, un periodista ejemplar, un poeta lleno de delicadeza expresiva y de finura emocional, un maestro y, como diría don Jorge Manrique, un "amigo de sus amigos" y un "maestre de esforzados y valientes". Algún día iré a La Brecha y, admirando a sus muchachas en flor, recordaré alprofe y pensaré, como estoy pensando ahora, que, al igual que Brecht, Alejandro intentó dejar el mundo un poco mejor de como lo encontró.