Usted está aquí: miércoles 30 de noviembre de 2005 Opinión Protocolo de Kyoto: buen clima de negocios

Alejandro Nadal

Protocolo de Kyoto: buen clima de negocios

Desde la revolución industrial la actividad humana ha estado inyectando gases con efecto invernadero en la atmósfera, parte de los caules se ha ido acumulando en la atmósfera con el consiguiente como innegable impacto sobre el clima global. El Protocolo de Kyoto, que entró en vigor este año, ha sido considerado el instrumento clave para enfrentar este grave problema.

El tratado establece metas cuantitativas para reducir las emisiones de gases invernadero de los países industrializados: para el año 2012 deben reducir sus emisiones a un nivel de 5 por ciento abajo del que tenían en 1990. Ahora se lleva a cabo la primera conferencia de las partes en Montreal, con la participación de 189 países y la tarea de definir lo que sucederá después de 2012. Muchos piensan que el centro de atención estará en la incorporación de China, India, Brasil, México y Sudáfrica en el régimen de metas cuantitativas para lograr que Estados Unidos retome el camino del Protocolo de Kyoto. Sin duda eso está en la mesa de negociaciones, pero el otro tema importante es el mercado de carbono que comienza a despegar.

Cuando se negoció el protocolo se buscó acomodar las quejas de Estados Unidos -principal generador de gases invernadero del mundo-, pero al final éste no lo ratificó. Europa, Rusia y Japón se unieron para echar a andar el tratado sin ese país, pensando que los estadunidenses comprenderían poco a poco que se estaban perdiendo de algo. Y es probable que lo logren. Después de todo, el protocolo de Kyoto provoca un buen clima... de negocios.

Sin embargo, sus metas son a todas luces insuficientes. El tercer Informe de Evaluación del IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático) envió un mensaje claro: las concentraciones de gases invernadero antropogénicos en la atmósfera son más importantes de lo que se pensaba, y las proyecciones sobre aumentos en la temperatura promedio de la superficie del planeta son de 1.4 a 5.8 grados centígrados en el período 1990-2100. Los expertos concuerdan en que esa aceleración en el calentamiento no tiene precedente en los últimos 10 mil años.

Con esa evidencia se necesitan metas diez veces mayores a las estipuladas en el protocolo para estabilizar el volumen de gases invernadero. Como eso no es "realista", opta por facilitar la tarea a los países industrializados que están obligados por el tratado. Para ello se introdujeron los "mecanismos flexibles".

El más importante (por el momento) es el mercado de cuotas de emisiones de carbono entre los industrializados. La Unión Europea ya estableció un mercado de carbono (EU-ETS, por sus siglas en inglés) para sus 25 países. Aunque sólo cubre las emisiones de bióxido de carbono en cuatro sectores (siderúrgica, minerales no metálicos, energía y pulpa y papel) se trata de un ambicioso experimento en el que participan 12 mil instalaciones industriales que cubren 47 por ciento de las emisiones totales de CO2.

Los entusiastas del mecanismo sostienen que el mercado de carbono introduce incentivos para cumplir las metas del protocolo. Puede ser, pero lo cierto es que el caso del mercado de cuotas de emisiones plantea el problema de equidad más grande que la humanidad ha conocido. El mercado de carbono puede ser una vía para que los países ricos "compren" su salida del (débil) compromiso de Kyoto. Lo grave es que el debate público sobre este problema ha sido insignificante.

Los países industrializados establecieron las metas del Protocolo de Kyoto después de mucho jaloneo. En realidad, con esas metas se autoadjudicaron una cuota de la atmósfera que pueden seguir usando e inclusive hasta vender. A su vez, en esta danza de billones de dólares, los países industrializados ya están distribuyendo gratuitamente esos derechos a usar la atmósfera a cientos de empresas privadas en las industrias más contaminantes e intensivas en energía (generación de electricidad, siderurgia, cemento, pulpa y papel, vidrio y aluminio). Esas empresas podrán vender y comprar cuotas de carbono no utilizadas, e incluso derivados financieros, en un gigantesco mercado que se estima puede crecer hasta alcanzar billones de dólares en 2010.

Si consideramos a la atmósfera como un gigantesco tiradero de basura (gases invernadero) resulta que el Protocolo de Kyoto adjudicó de un plumazo a 38 países industrializados el derecho a seguir utilizando 95 por ciento del espacio del tiradero que usaban en 1990. Esta adjudicación de una especie de derecho de propiedad, en un espacio en el que imperaba el acceso común, está llena de vicios y lagunas y conducirá no a una reducción eficaz de emisiones, sino a la especulación financiera.

Aunque esos países son los que más han usado y abusado del tiradero desde que se inició la revolución industrial, y son, por lo tanto, los principales responsables del predicamento en el que nos encontramos, el Protocolo de Kyoto les reconoce el derecho a seguir abusando del tiradero con unas pequeñas limitaciones. Y para que puedan vivir con esas nuevas y minúsculas restricciones, se les ofrecen "mecanismos flexibles". Con un poco de suerte, con ellos pueden especular y darle la vuelta a las restricciones. Buen negocio, ¿verdad?

 
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