La Jornada Semanal,   domingo 27 de noviembre  de 2005        núm. 552
LA CASA SOSEGADA

JavierSicilia

EL HAIKÚ, UNA VISIÓN ESPIRITUAL

La fractura que el Occidente moderno produjo en su tradición espiritual —el desprecio racionalista por la profundidad del cristianismo y la extrema moralización que el propio cristianismo hizo de su espiritualidad— ha generado una fascinación por las disciplinas espirituales de Oriente. Una de ellas es una forma poética que nace de las experiencias contemplativas del budismo zen: el haikú. En México, desde Tablada, hasta los concursos de haikú patrocinados por la embajada de Japón, pasando por Octavio Paz, esta forma poética ha ido conquistando una carta de naturalización. Quizá su brevedad y su aparente sencillez seduzcan a quienes creen que hay en él un facilismo inocente que permite abordar sin mayor complicación la poesía; quizá para otros, como Tablada o Paz, son una llave para penetrar formas del conocimiento interior que no permiten las formas poéticas occidentales. Siempre me he preguntado si realmente un hijo de Occidente pueda develar a través del haikú, tan japonés y tan monástico, las resonancias y significaciones espirituales que desata en su propia lengua.

Cuando leo los haikús de Tablada o el intento que Octavio Paz hizo junto con otros poetas de esa forma compleja del haikú que es la renga, y los comparo con los escasos atisbos poéticos que nos permiten captar las traducciones de Basho, digo que no. Tablada es excesivamente juguetón. Por el contrario, Paz es complejo, imaginativamente cerebral.

El asunto no es del orden del talento poético —que tanto Tablada, como Paz y los poetas que compusieron Renga lo tienen—, sino de la tradición y de la experiencia espiritual de la que el haikú proviene.

El haikú no es una mera forma poética basada en la sorpresa, es la expresión de una disciplina espiritual que hunde sus raíces en una tradición exquisitamente contemplativa y monástica. Componer un verdadero hai-ku es como fabricar un verdadero icono —cuyas raíces se encuentran en la tradición monástica del Oriente cristiano. Hay que ver los niveles que Andrei Ruvlev alcanzó, para saber los estrechos vínculos que hay entre la experiencia contemplativa de los misterios cristianos y esa forma del arte —es antes que nada abrirse a una realidad que sólo permiten el silencio, la ascesis y la contemplación desde una tradición milenaria. En este sentido, el haikú es una expresión típicamente zen, la expresión de un retorno de la experiencia de la Nada (Sunyata) a las cosas. Al tocar la Nada —que, valga la redundancia, nada tiene que ver con el concepto de la nada occidental—, esa realidad inefable de la que para el budismo zen nacen todas la cosas, el contemplativo mira la realidad desde allí y al decirla permite la captación de la irrupción del misterio. Podríamos decir que el haikú es el testimonio de una experiencia del infinito dar del Vacío que se manifiesta y se encarna en la inmensa variedad de formas que hay en lo real —que sólo puede mirarse cuando a partir de la iluminación se rompe la percepción de la maya (la ilusión)— y del que el haikú toma sólo una parte para mostrarlo. De ahí la exquisita sencillez y brevedad del hai-ku; de allí también que en él no opere la multiplicidad de imágenes —como en la poesía occidental—, sino una sola y abisal. El resplandor que de un solo trazo emana de ella nos hace ajenos a cualquier racionalización y nos abre a un misterio insondable. Como lo muestra Basho: "El viejo estanque silencioso./ Una rana salta,/ el ruido del agua."

Para captar y comprender ese instante que contiene lo eterno se necesita un dominio de la contemplación del más allá en el aquí. En esos versos lo aparentemente banal revela el inmenso misterio del que emanan los seres y los objetos, un misterio del que la fractura espiritual de Occidente comprende poco y que se ha vuelto incapaz de mirar y de decir desde su propia tradición. Quizá para decirlo no necesitaríamos los occidentales hacer haikús, que hemos terminado por degradar —no somos budistas zen ni japoneses—, sino sumergirnos en las formas más espirituales del cristianismo del que han emanado formas tan finas como la lira de Juan de la Cruz. Sólo desde allí podremos un día comprender, sin intentar imitar, las inmensas revelaciones espirituales del haikú.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro.