Usted está aquí: lunes 21 de noviembre de 2005 Opinión Decadencia del humor negro

Hermann Bellinghausen

Decadencia del humor negro

Muy recientemente, en abril de 2005 para ser exactos, el reino de Kuwait enfrentó una delicada crisis, cuando ciertas decisiones del Estado encontraron incómodos contratiempos. El razonable ex ministro de Petróleo del reino, Ali Al-Baghli (que tratándose de una nación absurdamente rica por sus hidrocarburos viene siendo, más que un jeque, un príncipe de alto rango), expuso su opinión en las páginas del diario local Arab Times. "Nuestro gobierno hace una tormenta en un vaso de agua", escribía Al-Baghli.

Ahora que ni siquiera los ligeros príncipes de Washington o Arabia Saudita están de humor para bromas y desconocen por entero la ironía, resulta excepcional que uno de los suyos traiga aire fresco.

Resulta que el Ministerio del Interior kuwaití, responsable de implementar las sentencias de muerte por ahorcamiento en el reino, se vio obligado a importar cuerdas desde Egipto, luego de que Inglaterra dejó de fabricarlas. Un efecto más de la globalización capitalista. Kuwait es una de las (no tan) pocas naciones del mundo -más de 60- donde las ejecuciones son constitucionales y consuetudinarias. Un fino grupo donde China ocupa, por mucho, el primer lugar, y Estados Unidos es uno de los más controvertidos.

El ex ministro Al-Baghli recuerda que durante una ejecución pública, a comienzos de año, el condenado ("criminal" lo llama) quedó con una fea cortada en el cuello, por el tipo de cuerda empleada en el procedimiento. Qué bochorno tan desagradable ¿no? En consecuencia, "nuestros hermanos del Ministerio del Interior enviaron una delegación oficial a Egipto para adquirir mejores cuerdas", revela.

Los miembros de la delegación kuwaití examinaron "personalmente" el producto antes de firmar un contrato por 16 mil dólares kuwaitíes (una bicoca). El problema surgió tras llegar el embarque, cuando el gobierno descubrió que el material no era adecuado "para uso humano" (las comillas son del ex ministro). Esto le permite plantear una pregunta pertinente.

"¿Cómo no van a ser útiles esas cuerdas de buena calidad para ahorcar personas, si todos los días vemos a nuestros débiles trabajadores asiáticos colgándose con cuerdas para amarrar ropa de lavandería y con sábanas de hotel, y lo hacen desde las ramas de los árboles? Sugiero al Ministerio del Interior que comisione para esta tarea a los trabajadores asiáticos. Al parecer tienen mucha experiencia en la materia". Se refiere a los sirvientes del lejano oriente a quienes explota la casta dorada de Kuwait, bendecida con un exorbitante ingreso per cápita.

Lo peor del chiste es que es verdad. Además confirma la devaluación contemporánea del humor negro. Entre cínicos, como el jeque kuwaití, y reyezuelos del humor involuntario, como Bush y su gente en la Casa Blanca, todo indica que se agotaron las reservas de ingenio para los príncipes y presidentes del mundo.

La abominable sabiduría del ex ministro petrolero debe sonar como música a los oídos del atribulado gobierno francés. El primer ministro y el ministro del Interior enfrentan, de París en fondo, una revuelta tan grave que ya quisieran estar autorizados para colgar a sus "débiles" trabajadores, de origen africano pero ciudadanos franceses. Monsieur Sarkozy considera deportarlos, una variante virtual del ahorcamiento. Al "deportar" a alguien de su país natal se le manda automáticamente a la nada, la cárcel, el campo de refugiados. A colgarse hasta de las ramas de los árboles.

Qué lejos el humor de este ex ministro de aquel que iluminó a Jonatan Swift para idear su "modesta proposición" a la corona inglesa sobre cómo degustar cual lechones bien sazonados a los niños pobres de Irlanda y matar dos pájaros de un tiro: la sobrepoblación y la carestía alimentaria.

Los príncipes de antaño contrataban bufones y payasos para solaz y reflexión. Los príncipes modernos prescinden de tales contrataciones, con el consecuente recorte en la planta laboral del gremio, cuyos miembros necesitan colocarse en las televisoras comerciales.

Hoy los propios gobernantes asumen, entre sus múltiples funciones, la de hacerse los payasos. El resultado es pésimo. A nadie le da risa escucharlos y, cuando ellos ríen, los demás temblamos.

 
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