Usted está aquí: sábado 19 de noviembre de 2005 Opinión La metamorfosis de Harry Potter

Anthony Quinn

La metamorfosis de Harry Potter

Ampliar la imagen El problema es que esto no es magia, sino efectos especiales. En la imagen, los protagonistas de la cinta

La cuarta película de la serie de Harry Potter, adaptada de la novela de JK Rowling, continúa el tono iniciado por la anterior, Harry Potter y el prisionero de Azkabán, la mejor de la secuencia, que llevó algo del espíritu de la noche a lo que amenazaba con convertirse, bajo el imperio de Chris Columbus, en un reino de blandengues donde el muchacho de anteojos era rey.

En Harry Potter y el cáliz de fuego, el director Mike Newll y su cinematografista Roger Platt han mantenido la paleta de colores oscura, envolviendo a Hogwarts en una atmósfera de penumbra gótica y elevando la tensión a nuevas alturas. No sólo es una nueva cámara de espectros: es una confrontación con el mal irredento y el homicidio más despiadado.

Más aún: en una serie notable por sus transfiguraciones y metamorfosis, Harry Potter ha cambiado en algo nuevo y levemente aterrador: un adolescente. Harry (Daniel Radcliffe) tiene ahora 14 años, y los velos de inocencia de sus días escolares se han descorrido. La presión de los compañeros es un riesgo aún entre aspirantes a brujos, y el irracional mercado de la popularidad social gobierna a Hogwarts como a cualquier otra escuela. Siempre renuente a la celebridad, Harry es incluso balconeado en la prensa amarillista, en este caso por una reportera de escándalos llamada Rita Skeeter (Miranda Richardson), que persigue la ola de sentimiento anti Harry que cunde por los pasillos escolares. "Potter apesta", es el brazalete que todos llevan ahora, e incluso su mejor amigo Ron (Rupert Grin), se vuelve en su contra.

La razón de esa antipatía se funda en un error de percepción. Hogwarts es sede del Torneo de los Tres Magos, en el que un participante de cada una de las más prestigiadas escuelas de magia debe desafiar peligros mortales para ganar la ambicionada Copa de los Tres Magos. El alumno más popular de Hogwarts, Cedric Driggory (Robert Pattison), ha sido elegido para representar a la escuela por el poder del Cáliz de Fuego, algo así como una versión envuelta en llamas de las bolas de la lotería. Pero entonces el Cáliz misteriosamente escupe el nombre de un cuarto competidor: adivinen quién.

Harry ni siquiera había presentado su candidatura, y sostiene que no quería competir. Sus compañeros no le creen: para ellos nuestro héroe está motivado por la vanidad, y de ahí la campaña de denuestos en su contra. A veces es difícil ser un chico maravilla.

La peligrosa carrera de obstáculos en que consiste el torneo incluye esquivar dragones, nadar en las profundidades de un lago oscuro y navegar en un diabólico laberinto, aunque estas tareas parecen un día de campo en comparación con el reto personal que confronta a Harry: encontrar una pareja para el Baile de Nochebuena.

La serie ha sido más bien tímida en su trato del romance, y no logra sobreponerse a esa tendencia en esta cinta. Harry invita al baile a la encantadora Cho Chang (Katie Leung), sólo para obtener una renuente negativa (ya alguien se le adelantó). Más tarde tiene un escarceo en un baño de espuma con una ninfa transparente (Shirley Henderson), no la iniciación erótica que esperaba, pero mejor que cualquier cosa que yo recuerde haber tenido a los 14 años. Entre tanto, Ron no pesca las señales de que Hermione (Emma Watson) podría sentirse flechada en secreto por él. "¡Chicos!", exclama ella con incredulidad, sucinta expresión de lo muy avanzada que está respecto de sus tontos amigos.

La cinta encuentra comedia en la timidez de los muchachos. Cuando la profesora McGonagall (Maggie Smith) da una lección de vals, elige a Ron de pareja para demostración. "Ponme la mano en la cintura", le dice. "¿Dónde?", exclama él, paralizado de alarma.

Son los mejores momentos de una película que nunca encuentra un ritmo sostenido o fluidez narrativa. Como de costumbre, hay un énfasis demasiado estridente en las escenas grandiosas, como la Copa Mundial de Quidditch con la que arranca la historia, el surgimiento de nombres del Cáliz de Fuego (sólo la FIFA podría igualarlo en portentosidad) y los trucos malévolos del Torneo de los Tres Magos. Newell maneja con bastante solvencia este material poco familiar, pero el filme en ningún momento cobra verdadero impulso. "¡Me encanta la magia!", grita Harry con fascinación. El problema es que esto no es magia, son efectos especiales, y bastante débiles en realidad.

Me gustó como aparece Sirius Black (Gary Oldman), con el rostro delineado entre los carbones de una chimenea chisporroteante, y hay una cualidad espectral en el encuentro entre Harry y su archienemigo Voldemort (Ralph Fiennes), pero la mayor parte del tiempo la película, con sus tomas de expresiones de asombro o ansiedad, nos habla de maravillas en vez de presentarlas.

Queda otra piedra de tropiezo. El problema con Harry es Radcliffe, cuya expresividad no se ha desarrollado en absoluto. Se ha vuelto la parte débil del elenco, impresión realzada por su proximidad a la creciente soltura de Watson y Grint. Los elementos de vacilación, ingenio y atrevimiento que chocan constantemente entre sí requieren de mayor vivacidad de la que este joven actor es capaz de mostrar.

Este nuevo filme de Potter ofrece placeres incidentales, como Brendan Glesson en su papel de profesor de defensa contra las artes oscuras -un ex marinero con ojo de telescopio y pierna falsa- y el siempre confiable desempeño de Alan Rickman como el pálido y dickensiano profesor Snape. Y, si bien los informes sobre su calidad terrorífica son exagerados, la película abre parajes de espanto y perturbación que podrían anunciar un próximo episodio en verdad estremecedor.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

 
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