Usted está aquí: sábado 19 de noviembre de 2005 Opinión Bob Dylan: el hombre invisible

Hermann Bellinghausen

Bob Dylan: el hombre invisible

Ampliar la imagen Portada del disco doble que contiene el material sonoro de la pel�la de Martin Scorsese, y que ya se consigue en M�co

"Se sacaba esas canciones de la nada" le diría Robbie Robertson al historiador Greil Marcus en La república invisible (Holt, 1997). ''No sabíamos si eran suyas o si las recordaba. Cuando las cantaba, no lograbas distinguir".

De la nada misma había salido Bob Dylan hacia 1960. Tan no importaba quién era que se inventó el nombre; como Pablo Neruda, más por un autor que le sonó que con intención precisa. Lo pescó del poeta galés Dylan Thomas, muy apreciado en el Nueva York donde aparecería en un invierno de aquellos. El peor en 17 años, le dijeron entonces, pero en su reciente autobiografía Crónicas. Volumen Uno (Simon & Schuster, 2004), él no lo recuerda tan frío, y es que entró inmediatamente en calor. Y dejó de ser para siempre Robert Zimmerman, el tipo que nació en lo más frío de norte de Minnesota en 1941, pues en algún lugar tenía que nacer.

La monumental película (más de tres horas y media) de Martin Scorsese, No Direction Home (Apple, septiembre de 2005), recién estrenada en la televisión pública de Estados Unidos, inicia con la reconstrucción documental de las atmósferas y las fuentes que hicieron posible al artista. Con la soltura del oficio (hace poco produjo, y en parte dirigió, una serie fílmica y discográfica sobre la historia del blues, y a él se debe El último vals, uno de los pocos grandes documentales de rock), el cineasta neoyorquino ahora emprende lo que mejor le sale: contar una historia de su propia ciudad, y se concentra en la época cuando el trovador más conocido e influyente de los tiempos modernos se comportó como lo que era: un fenómeno de la naturaleza.

Una historia personal como retrato de sus tiempos. No Direction Home trata de cuando surgió Bob Dylan e hizo de un tirón todo lo que hizo, entre 1960 y 1966. El documental se difunde después de un par de biografías poco amables con el viejo ídolo, y la publicación de su primer volumen de memorias que ha hecho lamentar a muchos que Dylan no haya escrito más libros. Remite a cierto Henry Miller menor, el de Libro de mis amigos y Recuerda recordar, pero también al Capricornio.

Un Dylan de sesenta y tantos inicia la película diciendo con sobriedad e ironía que seguramente nació en el lugar equivocado, y no culpa a nadie. Que salió a buscar su verdadero lugar, y el resto de su vida ha sido un largo regreso a casa. ''Yo era un explorador" se justifica. O bien, la película comienza por el final, con él cantando Like a Rolling Stone en Inglaterra, en 1966, acompañado por Los Halcones (la futura The Band, ''los únicos que se atrevieron" a irse de gira) entre aplausos y abucheos, en el momento más peligroso de su carrera. Hasta lo quisieron matar. Fue de hecho entonces cuando se detuvo. Lo cual es un decir, pues no ha parado en más de 45 años (pero ese es otro cuento, bastante errático además).

Por el efecto mediático y la influencia en su generación y las siguientes, quizá la única comparación posible son los Beatles. Dylan no sólo comprendió que los tiempos estaban cambiando, sino que se puso a hablar floridamente al respecto. Su libertad verbal y musical de infatigable aliento irreverente y surrealista no conoce parangón en la cultura de masas contemporánea.

Saludado con nerviosismo por los poetas beat (sus progenitores, se supone; en especial Allen Ginsberg), los escritores ''serios" tipo Gore Vidal no lo tomaron nunca en serio. Basta revisar también The New York Review of Books en diferentes épocas.

Y qué. Nadie en el siglo XX creó un cancionero comparable al del primer (y el segundo) Dylan. Hoy lo sigue cantando quien sea, y se transforman sus significados. A la manera de un Françoise Villon en tiempos de los mass media, se infiltró en el gusto y la conciencia de su público, al que enseguida retó y se echó encima, no como un suicida, sino como desdeñoso maestro para los tiempos por venir. Lo creyeron profeta, que es lo que quería y lo que menos querría un individualista como él.

Una primera lectura de No Direction Home es que el minstrel boy la tenía clarísima y salió a comerse el mundo con mensajes urgentes que como quiera iba a decir. Otra lectura nos revela a un hombre ''poseído" (como lo describe alguien en el filme), que sin parar en mientes devino médium por el cual sería revelada la manera de nombrar y ver las cosas que estaban sucediendo.

El tiempo es cruel y pasa encima de todo. Martin Scorsese sólo subraya la temporada en que Bob Dylan dio voz a la balalada popular, a la protesta, a la lucha por los derechos civiles y la paz en un momento de inflexión histórica. Como un loco a media plaza, bastante cuerdo, se puso a hablar en voz cada vez más alta, y la audiencia, aún repeliéndolo, escuchó. La mercadotecnia fue un resultado de su epopeya, y no al revés como sucede ahora. Logró convertirse en una de esas voces que es imposible no escuchar. Scorsese echa mano de materiales conocidos como los de Andy Warhol y D. A. Pannabeker, y mucho bootleg, para que entendamos que ese muchacho nos quería convencer de saber algo que nosotros no.

Mi nombre no importa, y menos mi edad. Era viejo entonces, soy más joven hoy. La respuesta están el viento. Señores de la guerra, ojalá se mueran. Una lluvia tupida está por caer. Perdido en las calles de Juárez, bañado por el relámpago de las campanas de la libertad en lo que avanza la cola de la desolación.

Al andar tumbaba todo. Se inició en la música folk, resucitó y enterró a Woody Guthrie y Pete Seeger para crear una amplia escuela de intérpretes. Tras reconstruir la efervescencia del Village en los años 60, el documental de Scorsese recupera el momento en que Dylan canta con Joan Baez When the Ship Comes In en la gran marcha de Washington, inmediatamente después de que Martin Luther King Jr. dijera el discurso de ''Tuve un sueño".

¿Estamos ante el Zelig de Woody Allen, que se las arregla para salir en todas las películas? ¿Un hombre de las multitudes? Adelantándose a los Rolling Stones (pero no a Eric Burdon), descubrió el blues urbano de Chicago, atrajo al increíble guitarrista Mike Bloomfield, luego The Hawks, y de ahí para el real. No obstante la repulsa que encontró, se montó en su burro, electrificó su música y su poesía. Lo acusaron de prostituirse al rock; hoy sabemos que más bien lo inventó.

¿No que vocero de la izquierda revivida, de los derechos civiles y las causas nobles? Su público, que lo adoraba, hacia 1965 montó en furia con él, quien obstinado les escupía en la cara. Un episodio central de la aventura dylaniana sucede en el muy propio festival folclórico de Newport, el 25 de agosto de ese año, al tocar Maggie's Farm con un estruendo que no se le conocía. El patriarca folk Pete Seeger, quien hasta ese día lo admiraba, pidió un hacha a gritos para cortar los malditos cables. ''No se entendían las palabras", se justificaría el pobre tiempo después. Para colmo, lo que el cantante sugería a su audiencia era: no vuelvo a trabajar para ustedes nunca más.

La traía, ''tenía poder" dice Ginsberg, y decidió llegar lo más lejos posible. Inicia entonces su periodo confrontacional. Ningún intérprete de la música popular contemporánea (ni siquiera el peor punk, el gangsta rap o el metal pesado) provocó y afrentó jamás a su público como Dylan entre 1965 y 1966. ''Mentirosos" les llamaba desde el escenario. Le gritaban ''cállate". Contestaba ''no te creo". En Estados Unidos e Inglaterra la audiencia se lo quería madrear, y en respuesta les aventaba Like a Rolling Stone (''nene, te tienes que acostumbrar") o Leopard-skin Pill-box hat, un blues sucio y delirante, para que nadie lo perdonara. Luego los calmaba con la versión acústica de It's All Over Now Baby Blue, o sea, los mandaba a volar.

Lector de Balzac en sus orígenes, durante aquellos seis años Dylan no hizo sino contar la comedia humana de su hora, cuando asesinan a Luther King, a Kennedy, al movimiento negro, a centenas de miles de personas en Vietnam. ''Mi conciencia explota", cantará en Visions of Johanna.

Nadie entiende lo que pasa, ''do you, mister Jones?", pregunta su Balada del flaco durante un grave concierto que provoca en Escocia. Reconoce sus perplejidades, y dice al público ''no entiendes nada", casi insultante. En No Direction Home presenciamos cómo se crece en intensidad. Aúlla, chaplinesco y solitario, con seguridad escalofriante. Como dice el Dylan actual en la entrevista que puntúa el relato de Scorsese (guiado por Joan Baez, Ginsberg, Al Kooper, sus amigos, productores y músicos), ''la gente que me insultaba no estaba enojada por causa mía, sino por otra razón".

En aquel momento no habían sucedido el seminal 67, ni el histórico 68. El mundo cambiará, decía. No dice cómo, pero lo expresa con rabia poética, inspirado en la certeza de que las cosas no pueden seguir así.

Hoy, citar a Dylan, como a Shakespeare, José Martí o la Biblia, es todo un Lugar Común, pero ni modo de no hacerlo aquí: ''Va ésta por los corazones y las manos de los hombres/ que llegan con el polvo y se los lleva el viento" le cantaba en 1961 a Woody Guthrie confinado en un manicomio. En su origen está su epitafio.

Con pulso narrativo, Martin Scorsese describe qué fue de aquel muchacho altanero, casi autista de tan afirmativo e inapelable. Astuto Ulises, auténtico Nadie que sirvió de espejo a la juventud de sus años y revolvió conciencias, las chocó y reventó con malicia y genio que no se le perdonarán ya. Mas como confiaba en la gran marcha de Washington, con Luther King al lado, ''no lo vemos claro ahora, pero dentro de 200 años se sabrá que ganamos". Tomorrow is a long time, babe.

 
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