Usted está aquí: sábado 19 de noviembre de 2005 Opinión Emilio Ebergenyi: dos millones de radioescuchas

Elena Poniatowska/ II y última

Emilio Ebergenyi: dos millones de radioescuchas

Ampliar la imagen Ultima fotograf�tomada al locutor Emilio Ebergenyi, qui�falleci� pasado 10 de noviembre FOTO Hilda Saray Foto: Hilda Saray

La muerte de Emilio Ebergenyi, de la que me enteré en Tamaulipas, fue una sorpresa terrible y caló hondo. ''No es cierto, no es posible" -le dije a Chema Pérez Gay, quien me dio la pésima noticia en Tampico. Si alguien era fácil de amar era Emilio, y eso que yo no estuve cerca de él. (O será porque la muerte de los que estimo me acerca cada vez más a mi propia muerte). Sin embargo, su voz en Radio Educación, su desenfado era un soplo de viento fresco. No pontificaba, decía las cosas con una espontaneidad y una desenvoltura que lo volvían entrañable. Se burlaba de sí mismo y hacía que nos riéramos de nosotros mismos también. Nada era para tanto. Antisolemne y alegre, iluminaba las madrugadas con sus buenas puntadas. Además, sabía echar relajo pero del bueno, el que aliviana y quita el mal humor. Su influencia en los programas de esa emisora fue definitiva, porque dosificaba su discurso musical con el hablado (como también lo hace Radio UNAM, donde es una maravilla escuchar a Miguel Angel Granados Chapa). Emilio Ebergenyi no tiraba línea ni opinaba sin ton ni son, ni decía que todo lo sabía. Nunca fue todólogo. Al contrario, se pitorreaba de su propia sabiduría e ironizaba contra aquellos que hablan ex catedra. Cualquier crítica sutil, en su boca se volvía demoledora gracias a su sentido del humor. Dentro de Radio Educación había conformado un acervo cultural con un código predominante: el relato y la canción, la voz y la música, y la comunidad de radioescuchas se identificaba con él y buscaba un contacto aún más estrecho, el de la convivencia.

-México es una tierra de buenos locutores. A mí ya no me tocó don Pedro de Lille, que dicen era magnífico; tampoco me tocó Paco Malgesto, pero cuando me he topado con documentos grabados de la locución que hacían, gente con dominio real de su herramienta de trabajo y de la palabra, no gente improvisada, he tratado de aprender de ellos. Lo que pasa es que antes los locutores eran abogados y médicos que devenían locutores. Ahora todo mundo quiere ser locutor. La ambición de estar a cuadro, micrófono en mano, es grande. Dice una amiga mía que la televisión no es otra cosa que un buen programa de radio que se ve, y es cierto, en esencia así es. Hay programas de radio con una carga de imaginación brutal.

-¿Como cuál?

-Ahora ninguno, pero en la nostalgia te puedo decir que el Monje Loco de mi infancia me hacía alucinar. Vitola, la cantante que en las películas salía bailando con Tin Tan era muy buena, pero de eso ya llovió. Pienso que había cosas que estaban mucho mejor antes. La radio era de mejor madera, porque ahora hay mucha improvisación. Debería haber una radio mejor, puesto que hay cadenas más especializadas y en teoría más bagaje, pero sigue siendo el becerro de oro lo que llama la atención de los participantes. Yo conozco gente que se ha hecho rica en la radio. No me puedo quejar, porque yo creo que si uno respeta su línea de trabajo eso es lo que finalmente te reditúa. No quiero decir que no haya hecho comerciales, porque los he hecho, no me cuesta trabajo reconocerlo, pero mi línea siempre ha sido la cultural, ¿no?, y la gente sabe que soy un narrador seguro, que por mi condición de actor también puedo manejar situaciones inesperadas y eso a la larga te reserva un lugarcito que hace que el trabajo no falle. De lo que se trata es de vivir a gusto y tranquilo con lo que uno hace. Entré a esto a finales del 73, en 2003 cumplí 30 años y los dos actuales, 32, casi más de la mitad de mi vida. Ya es un buen.

-Te sientes muy bien...

-Sí, y el apapacho de la gente es bonito. A mí como locutor la gente me apapacha...

-¿Te habla por teléfono?

-Sí, yo ya estoy en la etapa en que la gente tiene mucha condescendencia. Hoy en la mañana llamó un cuate que estudia comunicación y quería saber si me puede entrevistar, y eso es padre, muy saludable. Con la radio me he evitado un buen gasto en sicoanalistas, mi vida la he ventilado al aire sin mayores problemas, con el respeto que me merece la audiencia.

-Pero, ¿qué dices?: ''Me peleé con mi esposa esta mañana..."

-Las veces que me divorcié, el llanto al aire, entonces no falta la radioescucha que te apapacha, así como a mí me ha tocado escuchar sus problemas al aire. Hay experiencias padrísimas, hombres que tienen contacto conmigo después de que salieron de la cárcel y me dicen que yo fui para ellos una compañía constante durante todo su encierro. ¡Cinco años, te imaginas! Me llama gente de todo tipo, de todo, gays, ahí sí, el de la radio es un universo indiscriminado. He hecho amigos y amigas entre los radioescuchas.

-¿Cuántos son?

-Sería difícil de establecer, en una media, en un país de 100 millones de habitantes, me han de conocer bien, bien, bien, 2 millones de personas.

-¡Dos millones ya es mucho!

-Aquí en la ciudad son 20 millones...

Un actor consumado

-Entré a trabajar en Radio Educación con Enrique Atonal, cuando María del Carmen Millán estaba al frente de la Dirección de Educación. Atonal también era gente de teatro, y muy al final del sexenio de Luis Echeverría formó una pequeña compañía para algunos de los trabajadores de radio, José Antonio Alcaraz allí haciendo música. Enrique y yo nos empezamos a hacer cuates precisamente por el teatro. A los tres meses, Televisa organizó un foro de comunicación en Acapulco. Yo venía de la Iberoamericana y le dije: ''¿No vamos a ir al encuentro de comunicación?" ''No sabes dónde estás parado, no hay viáticos y te van a tardar en pagar un año" ''¿Y eso qué tiene que ver?", ''Pues vámonos en mi coche" Y me preguntó Enrique: ''¿Cómo le vamos a hacer para registrarnos?", y le dije: ''Tú eres el director de la Radio Ukraniana y yo soy tu intérprete". Llegamos a registrarnos: Somos tal y tal y yo le decía a Enrique: ''Aschh, anck shhh", y él me seguía la corriente y eso era como hacer teatro; de allí a subir al escenario no hubo más que un paso.

-¿Te subiste al teatro y qué obras pusiste?

-Deben ser ya como unas 12 o14 obras, un chorro. He trabajado con Ludwik Margules, José Caballero, la última que puse fue 1822, el año que fuimos imperio, de Flavio González Mello. ¿No fuiste a verla?

-No, fui a ver una en que salías desnudo, Camille Claudel, en la Plaza Santa Catarina.

-Entonces ya me conoces en cueros. Cuando estábamos ensayando esa obra le decía el director a la actriz: ''Hoy te vas a encuerar por primera vez en el escenario, y tú también Emilio" "¿Y yo por qué?", ''Porque es la escena de El beso. (El beso de Rodin). Al finalizar la función le digo a esta chava: ''¿Cómo te sentiste?" ''Pues, como en la montaña rusa" ''¿Cómo?" ''Pues es que cuando te subes dices, 'qué miedo, qué miedo', pero cuando te bajas dices '¿eso era todo?'". Es hasta terapéutico. Sí, desnudarse es como aligerarse.

-Bueno, si tú te la vives en traje de baño en el club no tienes problema.

-También pusimos La muerte accidental de una anarquista, de Dario Fo, con Héctor Ortega, una obra sobre Antonieta Rivas Mercado que se llamó El destierro, La vida de las marionetas, con Ludwik Margules y otras muchas. Hasta dos películas, una de ellas dirigida por Alejandro Gamboa, ¡Perfume, efecto inmediato!

-¿Y no te cansabas acostándote tarde y levantándote muy temprano para ir a tu programa?

-No, para nada, el teatro era muy enriquecedor. Además, me acostumbré a levantarme temprano. Recuerdo que un día me regañaste, porque con Marta Acevedo hicimos una radionovela de Hasta no verte Jesús mío y a mí se me ocurrió que la pronunciación de tu apellido era Poniatofffffska, que la W era como V, y me dijiste: ''¿Y por qué anda pronunciando así mi apellido?"

Acabo de terminar una temporada de teatro en 1822, donde hice a don Miguel Ramos Arizpe y fue muy padre. Dirige Tony Castro, que puso también las historias de Shakespeare abreviadas, ahora tiene una cosa que se llama Lascuráin, el presidente de México que sólo duró 45 minutos en el poder entre Madero y Huerta, y es un planteamiento muy bonito del presidencialismo en el país. Y acabo de declinar para un casting en una comedia musical, porque tengo un poco delicada a mi ''jefa" y quiero estar muy al pendiente ahorita de ella. Ya habrá más tiempo.

-¿Tu mamá es mexicana?

-No, es yucateca. Más bien creo que voy a hacer todo lo posible por volver a montar una obra de Paul Auster: El gordo y el flaco van al cielo. Es muy bonita. Me quedé con la cosquillita de volver a intentarlo y ahora que acaba de regresar mi mujer de Argentina vio una obra y me la platicó, y me dieron muchas ganas de ponerla; es una obra para dos personajes masculinos, entonces voy a tirar los anzuelos para los derechos, permisos, ver dónde la monto; me gustaría ponerla en la Casa de la Paz. La obra se llama Ella, y es de una dramaturga argentina que se llama... no me acuerdo, pero me gustó mucho por el tratamiento. Lo que aborda es bonito.

Estoy agarrando todo lo que he estado escribiendo para juntarlo y después discriminarlo. La única vez que publiqué fue a instancias de Eduardo Langagne. Me fui de viaje con un amigo al que quiero mucho, Marcial Alejandro, compositor. Teníamos un programa en Radio Educación a medio día, Al aire y otros espacios, y me dijo: ''Te voy a dejar seis semanas solo en el programa" ''¿Por qué?" ''Porque me invitaron a Argentina a cantar". ''Oye, ¿y por qué no dejamos seis semanas el programa solo y me voy contigo?" ''Orale, ya vas". Cuando transcribí mi viaje a la computadora, como lo hacía normalmente en el turno de transmisión, las cosas que escribía le venían muy bien al corte y las leía al aire. Eduardo las escuchó. ''¿Qué es lo que estabas leyendo?" ''Pues, lo que escribí cuando me fui a Argentina". ''Deberías publicarlo. Házmelo llegar", y gracias a él publiqué en Plaza y Valdés el único libro que escribí: México de lejitos.

Hace como 15 días entrevisté de nuevo a Eduardo y me preguntó cuándo iba yo a volver a publicar, porque no me gusta escribir con la idea de publicar.

Creo que el asunto de la entrevista en la radio es hasta cierto punto sicológico y consiste en percibir a la gente como llega, sobre todo cuando las entrevistas son en cabina, que es lo que hago mucho ahorita. En el programa manejo una o dos entrevistas diarias. Hay personas difíciles a las que de repente hay que encontrarles el resquicio para entrarles y hacerlos hablar, o cuando la gente está muy nerviosa y la haces sentir relajada. En la entrevista lo importante es la primera pregunta y después ponerse en el plan del radioescucha para adivinar lo que puede interesarle. Me tocó entrevistar a la hija de Efraín Huerta, a Raquel Huerta Nava, y le conté que yo leía mucho a su papá y a Jaime Sabines, y también quería ser poeta, porque los poemas de Huerta son deliciosos. También Radio Educación me hizo ver el mundo distinto, más rico y sustancial de lo que era mi mundo antes. Yo estaba feliz descubriendo lo que era la poesía. Jorge Meléndez me invitó a un concierto de los que hacía el Partido Comunista, donde alternaban los grupos musicales con poetas, y cuando me enteré de que Efraín estaba ahí me emocioné mucho. No sabía yo lo de su operación en la garganta, y cuando vi que Efraín no leía sus poemas, sino Esteban Escárcega, le escribí una cosa a Efraín y al final él preguntó quién lo había escrito y le dijeron que yo. Efraín llegó a abrazarme muy padre. Acabando el acto me acuerdo que fui a comprar una libretita y un bolígrafo y escribí: ''Hoy conocí a Efraín..." Thelma Nava y Efraín Huerta se hicieron mis amigos y ya. Antes era yo muy amiguero, muy relajiento, pero mi tránsito se ha hecho muy solitario, los mexicanos sí estamos muy fragmentados, muy pulverizados, la misma dinámica hace que nos distanciemos. No sé tú, pero cada vez que puedo me refugio en mi casa, de ser muy fiestero y muy pachanguero, no, ahora mi casa no la cambio por nada.

Poeta, pintor (''porque recientemente lo acabo de descubrir y es una forma en la que el tiempo pasa muy rico, también me gusta mucho escribir") deportista, comunicador, gran amigo de sus amigos, buzo, director, actor, hombre de bien, Emilio Ebergenyi falleció el 10 de noviembre de 2005 a las 11:30 horas en el hospital ABC. Dos meses antes, a mi pregunta: ''¿Y te has sacado muchos premios?" respondió:

-No, el mejor premio es la vida misma.

 
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