Usted está aquí: viernes 18 de noviembre de 2005 Opinión Libre comercio: dos visiones

Editorial

Libre comercio: dos visiones

La reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) que se inaugura hoy en Busán, Corea del Sur, ha traído aparejada una ola de protestas contra un modelo de libre comercio impuesto por los intereses financieros y oligopólicos del mundo desarrollado, modelo que pone en competencia economías desiguales, destruye la industria y la agricultura de los socios menos desarrollados, genera dependencia y se traduce, a fin de cuentas, en vasta destrucción social y humana. Esa fue la vía escogida por el salinismo para la integración de nuestro país a las economías estadunidense y canadiense, la misma que el zedillismo defendió hasta el exabrupto en el sexenio pasado, y la que enarbola ahora el presidente Vicente Fox en el encuentro surcoreano.

Muchas sociedades han visto con enorme consternación el catastrófico saldo experimentado por México en los 11 años transcurridos desde la entrada en vigor, en enero de 1994, del Tratado de Libre Comercio de América del Norte: incremento exponencial de la desigualdad, destrucción del agro y de sus estructuras sociales, arrasamiento de la industria local, incremento de las migraciones en busca de trabajo y severa limitación para el ejercicio de la soberanía nacional. El TLCAN ha producido, ciertamente, oportunidades de negocio para los grandes empresarios, pero ello ha tenido un costo humano injustificable y exasperante.

La dolorosa experiencia de nuestro país, pionero por voluntad de sus malos gobernantes en la apertura salvaje de los mercados internos, está presente, sin duda, en el ánimo de las movilizaciones populares que en estos días han tenido lugar en Colombia, Ecuador y Costa Rica, en contra de la firma por los gobiernos de esos países de tratados de libre comercio con Estados Unidos. Ese mismo precedente fue considerado también por los mandatarios sudamericanos de naciones pertenecientes al Mercosur ­Néstor Kirchner, Tabaré Vázquez, Hugo Chávez y Luis Inazio Lula da Silva­ que en días pasados, en la reunión cumbre realizada en Mar del Plata, rechazaron con firmeza las pretensiones estadunidenses, solícitamente promovidas por Fox, de imponer una versión continental del TLC de América del Norte, con sus mismas miserias e inequidades: el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

Ante la propuesta de libre comercio depredador, injusto y desigual que promueve el gobierno de George W. Bush, puntualmente auxiliado por mandatarios como el mexicano, existen alternativas de apertura comercial evidentemente más humanas y respetuosas de los entornos sociales.

Un caso paradigmático, a pesar de sus defectos, es el desarrollado por la Unión Europea. En el viejo continente se buscó una integración que no destruyera las economías más débiles, y por ello se actuó con cierto respeto a las singularidades y momentos nacionales y se buscó compensar los rezagos económicos y sociales de países como España, Portugal y Grecia. Con todo, el establecimiento de un mercado común europeo no ha estado exento de resistencias sociales, algunas de ellas expresadas de maneras violentas, sobre todo en los sectores agrícola y de transporte.

Otro proceso de integración destacable es el que han emprendido los miembros del Mercosur, cuyos integrantes se opusieron, en la cumbre celebrada en Argentina, y con toda la razón, a una ampliación continental de esa trituradora de socios pobres que es el TLCAN.

Justamente ayer, mientras Fox recitaba en Corea del Sur alabanzas a un modelo de libre comercio que es más bien libre rapiña, su homólogo uruguayo, Tabaré Vázquez, en su calidad de presidente temporal del Mercosur, hizo llegar a México una invitación para incorporarse a ese mecanismo en calidad de socio. La posibilidad de comerciar en pie de igualdad con naciones hermanas en lo histórico, lo cultural y lo idiomático constituye una espléndida e inobjetable oportunidad para que el gobierno nacional repare su injustificable alejamiento de América Latina y su alineamiento, en condición supeditada, a los imperativos económicos formulados por Washington. Desaprovecharla sería un acto de suma irresponsabilidad ­uno más­ de la actual administración. En todo caso, la pertinencia, la relevancia y la seriedad de la respuesta del gobierno federal a esa invitación permitirá determinar hasta qué punto es justificado el señalamiento popular al grupo en el poder por dar la espalda a Latinoamérica y operar, en detrimento de los intereses nacionales, como alfil de la Casa Blanca.

 
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