Usted está aquí: jueves 17 de noviembre de 2005 Opinión Fracaso exterior

Adolfo Sánchez Rebolledo

Fracaso exterior

Según el gobierno mexicano la crisis con Venezuela ya se ha cerrado: "a otra cosa, mariposa", dijo el presidente Fox. El saldo de la actitud presidencial en la cumbre de Mar del Plata es lamentable, pues lejos de ser un factor de equilibrio y entendimiento se convirtió en elemento de discordia y, lo peor, en torpe intromisión en temas que en rigor no eran de su incumbencia. Fox quiso dar lecciones de integración y comercio a los demás sin consideración por los argumentos ajenos, es decir, sin aceptar las divergencias de algunos países con la propuesta promovida por Estados Unidos. Más aún: según el presidente Kirchner el asunto del ALCA no estaba considerado en la agenda de la reunión y sólo la insistencia de Panamá y México, con el respaldo de George W. Bush y otros presidentes, obligó a que se discutiera para incluirlo en la declaración final, así fuera para dejar asentadas las abismales diferencias de la cumbre. Este "logro" de Fox es el que, en última instancia, ha desestabilizado las relaciones de México con el Mercosur, particularmente con Argentina y Venezuela.

Ver para creer. Fox quiere pasar a la historia como el campeón de la "integración", pero la Casa Blanca no lo escucha, pues sabe muy bien que más allá del debate comercial, asegurado ya por numerosos acuerdos bilaterales o regionales, está el problema de la migración de sur a norte que ocupa lugar estratégico en sus propios planes de seguridad nacional. Por eso, frente a la verbalidad desbocada de Chávez, resulta cuando menos irónico que Brasil, cabeza visible de la negociación comercial en el área, rechazara el ALCA como los demás, sin dejar de avanzar en el fortalecimiento de sus relaciones bilaterales con Estados Unidos. Toda una lección de diplomacia. Ni siquiera Chile, quien tiene tratados de libre comercio simultáneos con México, Estados Unidos y otros países y una experiencia positiva en la materia, se erigió, como hizo Fox, en conciencia vigilante de la integración frente a las críticas legítimas de otros presidentes que tienen otra interpretación sobre la agenda latinoamericana.

Fox piensa en la integración como un fin en sí mismo, esto es, como si fuera una fórmula universal para resolver todos los problemas de orden social planteados a las sociedades humanas. Al abstraer la singularidad de cada economía y las necesidades de cada sociedad, Fox prescinde de cualquier argumento matizador y, por lo mismo, elude la discusión básica de las llamadas "asimetrías", la imposibilidad de crear mercados únicos sin cancelar o compensar los privilegios del más fuerte. Además, México ha comprobado en carne propia cómo el descuido de las condiciones internas impide aprovechar las posibilidades que, al menos en teoría, debían abrirse con la apertura. Es una necedad, por tanto, acusar de "proteccionistas" a los países que exigen la revisión de la política de subsidios en la agricultura como paso indispensable en la negociación de un acuerdo continental de libre comercio. Se trata, en definitiva, de plantear otra forma de concebir la globalización sin humillarse ante las exigencias del más fuerte, pero eso, por desgracia, no lo entiende así el presidente Fox, que sigue predicando en el desierto en espera de que alguien lo escuche en la Casa Blanca.

Estamos pagando un precio muy alto por el abandono de la política exterior mexicana fijada por la Constitución y la experiencia secular. El desplazamiento de la política exterior sustentada en los principios de autodeterminación y no intervención ha traído a cambio una visión elemental de lo que son nuestros deberes y obligaciones como país. En vez de intentar un examen riguroso y complejo sobre el mundo actual, el gobierno se conforma con ir zigzagueando sin una línea rectora, casuísticamente o, peor, siguiendo los dictados de los grupos de poder y las encuestas. De reconocer la interdependencia del mundo globalizado y la universalidad de los derechos humanos se pasa a creer que el Presidente puede hacer y decir lo que quiera en cualquier parte, como si el interés de México no sufriera por los abusos verbales del mandatario. Que todos los países compartan una serie de valores políticos comunes no autoriza a nadie a cancelar por un acto de voluntad las diferencias, los ritmos que las sociedades imponen a sus gobiernos, el derecho de cada cual a optar por los caminos que mejor le convengan. Por eso mismo es lamentable que la pugna entre presidentes llegue al extremo de la descalificación o el insulto. Las malas maneras de Chávez -inadmisibles en cualquier relación diplomática- han sido aprovechadas por el gobierno foxista para borrar su responsabilidad en el origen de la crisis, pero, además, le están sirviendo para atacar internamente al "populismo", que es el nuevo enemigo a vencer conforme al nuevo catecismo de la derecha latinoamericana. Y de ahí no se baja.

 
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